Por los toros hacia Dios

Baltazar Porras

Tras el toque de clarines, se abre el portón que da paso al albero y las cuadrillas pisan la arena para brindar al tendido, con el humo de los habanos meciendo al sol y a la sombra. Impresiona fijar la vista en ellos y observar cómo, antes de envolverse en sus capotes (algunos adornados con imágenes de cristos y vírgenes), muchos toreros se persignan o hacen con el pie la señal de la cruz. Pero, antes de que eso suceda, los hay que buscan unos minutos de recogimiento y oración. Lo hacen en las capillas de las plazas como antes lo han hecho en otra ‘liturgia’ en sus hoteles, al vestirse en silencio el traje de luces, con la mirada queda en las estampitas que los acompañan. Testigos de este ámbito de misterio y soledad, en el que se danza con la muerte para plasmar un arte en movimiento que pide el precio de la vida, muchos sacerdotes ofrecen a estos artistas un acompañamiento discreto y necesario.



De todo esto y mucho más se habló, del 5 al 7 de abril en Zamora, en el I Encuentro Internacional de Capellanes y Sacerdotes Taurinos, que contó con la presencia de una cincuentena de presbíteros de toda España e incluso de América. El evento, cuyo Comité de Honor presidió la infanta doña Elena de Borbón, estuvo organizado conjuntamente por la Delegación de Patrimonio de la Diócesis de Zamora y la Asociación Internacional de Tauromaquia, contando además con el apoyo de la Diputación Provincial de Zamora, la Caja Rural de Zamora, la Junta de Castilla y León y el Ayuntamiento de Toro.

Homenaje en Villalpando

Una de las presencias más destacadas fue la del cardenal venezolano Baltazar Porras, arzobispo de Caracas. Además de participar con una ponencia el sábado 6, esa tarde recibió un homenaje en la ganadería de Villalpando, otra de las entidades organizadora. Fue el momento más festivo del encuentro, con Porras saludando a los presentes desde el albero muleta en mano. En conversación con Vida Nueva, el purpurado explica que “la afición a la tauromaquia me viene de familia. Mi padre era muy seguidor allá en el pueblo donde nació, en los Andes venezolanos. Y, posteriormente, me marcó mi vivencia como estudiante en España, en Salamanca, donde frecuentaba ganaderías”.

Entonces, se fraguó definitivamente una pasión que le ha acompañado el resto de su vida y por la que reivindica acompañar espiritualmente a los toreros: “Se trata de fomentar la fraternidad con quienes le dedican su vida a una expresión existencial que tiene mucho que ver con la antropología, pues entra en juego el valor de la persona humana. En medio del dolor y el sufrimiento, ambos se pueden superar con una inmensa alegría y con ese garbo que surge al querer ir más allá de las dificultades que nos presenta la vida”.

Baltazar Porras

Un eco espiritual

Por todo ello, no duda de que “la tauromaquia tiene un eco espiritual. Uno no está presente en el mundo del toro por un simple goce, sino porque, tal y como percibió Federico García Lorca en el ‘Romancero gitano’, es una expresión de la vida en circunstancias de gran dureza y frente a las que se trata de buscar respuestas, no dejándonos aplastars. De modo que no solo estamos ante una expresión artística, sino ante una profunda espiritualidad de respeto a la persona humana y, también, al animal. Eso sí, conscientes de que sale adelante quien tiene inteligencia y voluntad, como el ser humano”.

Y es que, para el cardenal caraqueño, “vivimos en un mundo en el que se nombran muchos derechos, pero a veces se aplastan también los derechos del hombre. Hasta el punto de que algunos se rasgan las vestiduras cuando se mata un toro en una plaza y luego aprueban leyes como la del aborto o la eutanasia”.

Capellán en La Maestranza

Otro testimonio es el de Juan Luis García García, capellán de La Maestranza, la legendaria plaza de Sevilla. En charla con esta revista, hace un “balance muy positivo” del encuentro, que ha tenido el valor de ser “el primero” de este tipo. Aunque espera que, de cara a otras ediciones, “puedan venir más representantes de plazas importantes de España, como las de Pamplona, Valencia o Madrid”. En este sentido, cree que la razón es clara: “El problema es que, salvo en la Diócesis de Santander, en ninguna otra se designa a un capellán oficial desde el obispado, por lo que es la empresa la que designa a un sacerdote, aunque sin un reconocimiento oficial”.

Lo mejor de este encuentro ha sido “el contacto con los sacerdotes de México y Venezuela, que nos han contado su experiencia, por lo que hemos visto que la tauromaquia sufre las mismas críticas que aquí, aunque todos sabemos que tenemos un gran respeto por el animal y simplemente estamos en un encuentro entre un hombre y un toro para dilucidar quién puede imponerse”.

Baltazar Porras y Ortega Cano en el Encuentro Taurino

Como los cristianos en el circo romano

A nivel espiritual, el sacerdote hispalense percibe que “un torero es como aquellos primeros cristianos en el circo romano. Como ellos en la cárcel, esperando a ser devorados por los leones, los toreros entran en la capilla con el rostro lívido, a pocos minutos de que les llegue la hora de salir al coso. Hay miedo, angustia, y se encomiendan a Dios, cada uno a su manera, con sus estampitas… Pero todos con el mismo rostro. Y salen al patio de cuadrillas y todos tienen la mirada perdida, pues saben lo que les espera. Pero luego pisan el ruedo y hacen la señal de la cruz. Y ya son otros, han cambiado totalmente su expresión; como los cristianos que salían a ser satirizados y, cantando, mostraban su fe e impactaban a los presentes. Es un ‘muerte o vida’. Un salir por la Puerta Grande… o morir en el coso. Todo a través de una faena que es oración y saber vivir con esperanza y alegría”.

En este trance, aunque discretamente, él siempre trata de ser un punto de apoyo: “Sobre todo en el caso de los más jóvenes, los novilleros, les bendigo y pido en alto para que Dios y la Virgen los cubran y protejan con su manto”. Algo que fue realmente especial meses atrás, cuando, “tras una cogida gravísima y visitar al chaval en el hospital, me dijo que, al despertar de la operación, lo primero que le vino a la mente era yo dándole la bendición. Se sintió realmente cubierto, en ese caso, por el manto de la Virgen del Rocío”.

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