Marta Rodríguez sobre las teorías de género: “Es fundamental no tratar como un bloque monolítico un mundo que es complejo”

“La Iglesia en el ámbito educativo tiene que ser capaz de presentar su visión antropológica del ser humano de una manera que interpele y atraiga”, propone la profesora en su último libro

Ediciones Encuentro presenta en Madrid una de sus últimas apuestas, el ensayo ‘Género, jóvenes e Iglesia. Juntar las piezas’ de Marta Rodríguez Díaz, profesora en la Facultad de Filosofía del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, y coordinadora del área académica del Instituto de Estudios sobre la mujer del mismo Ateneo. Perteneciente al equipo de ‘Done Chiesa Mondo’, es directora académica del curso en “Género, sexo y educación”, de la Universidad Francisco de Vitoria en colaboración con el Regina Apostolorum. La autora comparte con ‘Vida Nueva’ algunas de las propuestas de este estudio.



Una cuestión antropológica

PREGUNTA- ¿Por qué es tan problemática la cuestión del género en nuestros días?

RESPUESTA- Creo que se trata de una cuestión central, que hemos afrontado de forma reductiva desde todos los frentes. Es central porque de la noción de género se desprende una idea de relación de pareja, de familia, de relaciones sociales. Tiene implicaciones de todo tipo: sociales, éticas, políticas… Por eso creo que es una cuestión central, en la que todos sentimos que nos jugamos mucho. El problema es que creo que lo hemos afrontado de manera insuficiente. Y esto, desde todos los lados: tanto desde el frente “pro -género” como desde el frente “anti-género”. Un ejemplo claro de esta insuficiencia es la mezcla de niveles del discurso.

Cuando se habla de género, muchos lo escuchan desde un nivel existencial; otros, político; otros antropológico… y se provoca un cóctel de registros y las sensibilidades. El que está en un nivel existencial piensa en personas concretas que viven situaciones determinadas, a veces en medio de mucho sufrimiento. Por eso interpreta todo el discurso como si fuera una condena o una salvaguarda de ese amigo, hermano, o conocido que tiene en la cabeza. Otros escuchan el término género y enseguida se colocan en el registro político: teniendo en la cabeza propuestas educativas o de ley que pueden parecer más o menos adecuadas. En ellos la sensibilidad no es la propia de la empatía como los del primer grupo, sino que se ponen en estado de alerta, dispuestos al ataque o la defensa. Difícilmente la discusión se coloca en un ámbito propiamente antropológico, donde se pueda discutir con apertura qué se entiende por género, cómo se relaciona con el sexo, desde qué idea de ser humano… La mezcla de registros hace que sea un tema muy complicado, porque no hay un terreno común desde el que movernos.

P.- ¿Es posible tener una mirada serena en medio de tanta polarización y clichés ideológicos?

R.- Sí, y creo que el primer paso es definir bien el terreno, y empezar por colocarnos en un ámbito antropológico. Una de las afirmaciones centrales del libro es que no existe “la” teoría de género”, o “la” ideología de género, sino “las”. El plural puede parecer una nimiedad, pero en este caso creo que es fundamental. Existe una gran variedad de teorías de género, que parten de presupuestos filosóficos muy distintos. Creo que, si queremos salir de la ideología, es fundamental no tratar como un bloque monolítico un mundo que es complejo y heterogéneo. Estudiando muchas de estas teorías me he dado cuenta de que todas comprenden bien una verdad, pero olvidan otros aspectos importantes. Por eso son muchas veces ideológicas, porque reducen la complejidad de lo real.

Pero creo que es posible dialogar con ellas, reconociendo sus puntos fuertes y señalando aquellos no convincentes o incluso contradictorios. A veces las criticamos sin haberlas comprendido realmente, y lo hacemos refiriéndonos a su peor versión. Creo que esto no es serio, o al menos me parece que no está funcionando. Lo que yo he intentado es iluminar estas teorías desde una antropología cristiana, que no hace concesiones, pero que tampoco se cierra en banda. Considero que es posible dejarnos interpelar por sus preguntas, reconocer qué tienen de verdadero, qué nos enseñan, y dónde están sus incoherencias o reduccionismos. Esto es posible si nos acercamos al diálogo con una apertura sincera, desde una identidad clara.

Caminar juntos

P.- El subtítulo del libro es ‘Juntar las piezas’, ¿realmente hay un rompecabezas detrás de todo esto?

R.- Creo que es un rompecabezas, que parece imposible de resolver. Hoy en día es muy difícil el diálogo entre generaciones en torno a este tema. Saltan chispas en las familias, en los salones de clase, en los pasillos de las universidades. Esto hace sufrir a todos: jóvenes y adultos. Mi convicción es que es posible “juntar las piezas”, y que jóvenes y adultos nos necesitamos para poder afrontar este tema de manera adecuada. Los jóvenes nos necesitan tanto como nosotros a ellos. Pero normalmente nos miramos recíprocamente desde el prejuicio, pensando que el otro es un enemigo, o que no está interesado o abierto a recibir lo que yo le puedo dar. Creo que es necesario crear las condiciones del diálogo, para poder caminar juntos. Si, creo que es posible juntar las piezas.

P.- ¿Qué ofrece la Iglesia a los jóvenes que puedan estar en búsqueda –o incluso perdidos– en algo que toca tan de lleno el desarrollo emocional?

R.- Creo que la pastoral en este ámbito está todavía por desarrollar en la mayoría de los países. Se trata muchas veces de un tema tabú, que no hemos sabido afrontar de manera adecuada. De hecho, los jóvenes se alejan muchas veces de la Iglesia por su visión de estos temas. Al mismo tiempo, piden una palabra a la Iglesia. Tuve la gracia de participar en la reunión presinodal del Sínodo de los jóvenes, en marzo de 2018, y se me quedó muy grabado que los jóvenes de todo el mundo pedían a la Iglesia “una palabra clara y empática sobre el género y la homosexualidad”, y decían no recibirla. No hemos sabido presentarnos como interlocutores creíbles en este ámbito, y normalmente nos movemos un poco más a la defensiva. Creo que hay mucho terreno por desarrollar en la propuesta y en la pastoral.

P.- ¿Qué retos tiene el mundo educativo, donde la Iglesia está tan presente, en la cuestión del género?

R.- ¡Todos!! No sabría ni por dónde empezar… lo primero que diría es que la Iglesia en el ámbito educativo tiene que ser capaz de presentar su visión antropológica del ser humano de una manera que interpele y atraiga, y que invite al diálogo a los jóvenes, inmersos en las categorías de género. Tiene que ser un interlocutor creíble para los jóvenes, para que ellos quieran escuchar y caminar juntos. Ese es el primer reto…

Después, vienen muchos otros temas: la pastoral, la formación de ambientes inclusivos y al mismo tiempo custodios de las diferencias, la formación de masculinidades y feminidades no estereotipadas, que se dejan enriquecer por el otro… Hay mucho, mucho por caminar. En este sentido, lo que sueño es que el libro suscite la reflexión de padres de familia y educadores, que empiecen laboratorios de acción: que podamos ir caminando y aprendiendo juntos. Quisiera que el libro inspire y alimente acciones concretas.

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