Joaquín Sorolla, la modernidad del pintor de la luz y la felicidad

Cuando murió Victor Hugo, en 1885, los franceses le regalaron una multitud jamás vista para acompañar su catafalco hasta el Panteón. Joaquín Sorolla (Valencia, 1863–Cercedilla, 1923) lo presenció. Estaba junto a su amigo Luis Gil Moreno de Mora, quien le narró cómo la prensa contaba que el autor de ‘Los miserables’ había pedido ser trasladado al cementerio en el coche de los pobres, rechazó las oraciones en las iglesias, sentenció rotundo “creo en Dios” y se despidió del mundo afirmando que “veo una luz negra”, antes de exhalar el último suspiro. El pintor contestó que no, que no podía ser así: “Yo preferiría una claridad…”.



La anécdota la narra César Suárez en ‘Cómo cambiar tu vida con Sorolla’ (Lumen), una de las biografías que han visto la luz con motivo del centenario del pintor, que murió el 10 de agosto en su casa de verano de la sierra de Madrid. Lo cierto es que Sorolla no cesó de perseguir esa luz, tanto que su estilo luminista está hoy más cerca que nunca de la modernidad. “Cien años de luz” es precisamente como define Enrique Varela Agüí, director del Museo Sorolla, la memoria del pintor español de mayor proyección de su tiempo, antes de la irrupción de Picasso, Miró y Dalí.

“Es un maestro universal, muy apreciado internacionalmente, porque supo aunar la tradición de la pintura española, con influencias de Velázquez o Goya, con una capacidad técnica increíble, unas temáticas cotidianas y vitalistas, que son muy fáciles para el público y, por supuesto, con una capacidad magistral para captar la luz y una modernidad para representar las escenas”, según María Soto, comisaria de la exposición Colección Masaveu. Sorolla en el Museo de Bellas Artes de Valencia y conservadora de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, la institución privada con más obras del artista.

Pintar para ser feliz

No obstante, la ingente obra de Sorolla –“cerca de mil pinturas y unos cuantos miles de dibujos”, según enumera Carlos Reyero– se asocia hoy al concepto de felicidad. El propio Reyero, catedrático de Historia del Arte y ex director del Museo de Bellas Artes de Valencia, ha publicado una original biografía: ‘Sorolla o la pintura como felicidad’ (Cátedra). “Sorolla estuvo obsesionado con pintar como el único modo de ser feliz”, sostiene. Felicidad como una forma de entender el mundo. Alegría, dicha, vitalidad que se transmite y se contagia. Sol, mar, infancia.

Reyero, no obstante, se plantea “si un artista puede darnos lecciones de felicidad”. Puede. Sobre todo, como en el caso de Sorolla, si esta felicidad le fue esquiva en muchos momentos, condicionada por el fracaso, la memoria, el reconocimiento, el dinero, la enfermedad, la fama, la vida, incluso “la patria ideal y la familia perfecta”, como sostiene Reyero. Sorolla también tuvo oscuridad, ese Sorolla en negro marcado por el redescubrimiento de El Greco. Pero ahí se mantiene el historiador del arte: la felicidad está en la luz y en el color, en una realidad –la pintada– compuesta inevitablemente por la ficción.

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