Religiosidad coronada

  • Felipe VI y doña Letizia inauguran la Galería de Colecciones Reales, que acoge 650 obras, muchas de arte sacro, que dan fe de los “estrechos vínculos” del catolicismo y la Corona
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La religión ocupa un lugar sobresaliente en la recién inaugurada Galería de Colecciones Reales, el monumental museo que Patrimonio Nacional ha creado en la cornisa bajo la Catedral de la Almudena y el Palacio Real. Las enormes columnas de José Simón de Churriguera y Francisco Herrera ‘el Mozo’ para el retablo de la iglesia del Real Hospital de la Virgen de Montserrat –que hasta 1903 ocupó la madrileña plazuela de Antón Martín–, sirven para dar la bienvenida al visitante y, simbólicamente, para mostrar el enorme peso de la fe en el nuevo espacio expositivo, inaugurado por los Reyes el pasado 25 de julio.



El recorrido por el formidable edificio, que esconde tres salas de exposiciones de 103 metros de largo por 16 de ancho, y hasta 8 de alto –en las que se exhiben 650 piezas–, deja claro que la historia de la Monarquía española desde los Reyes Católicos tiene múltiples reflejos –entre ellos, el mecenazgo y el afán coleccionista como símbolo de poder–, pero ninguno tan evidente como los “estrechos vínculos” forjados con el catolicismo.

De ahí que, para dar inicio al discurso expositivo –y cronológico– que se propone, se muestren, por ejemplo, una corona y una cruz votiva del Tesoro de Guarrazar, que reyes y nobles ofrendaron a las iglesias del reino visigodo de Toledo. Es el umbral en el que se narra la transición de los Trastámaras a la Casa de Austria. Frente al retrato de Isabel la Católica pintado por Juan de Flandes, se ha colocado su excepcional ‘Políptico’, quince escenas de la vida de Cristo destinadas al uso devocional de la reina. Un Breviario romano ricamente ilustrado da paso a una selección de la colección de tapices –más de 300– que reunió Isabel la Católica con escenas de devoción, como el titulado ‘Misa de san Gregorio’ (1502-04).

Juana I de Castilla, hija de los Reyes Católicos, también adquirió en Flandes otros, como la serie ‘Episodios de la vida de la Virgen’, del que se cuelga el Cumplimiento de las profecías en el ‘Nacimiento del Hijo de Dios’ (1506-07). Más luce aún el dedicado al ‘Nacimiento de Cristo’ (1502), con sus abundantes hilaturas de oro.

El matrimonio en 1496 entre Juana y Felipe, archiduque de Austria, duque de Borgoña y conde de Flandes, introdujo a los Habsburgo en la Monarquía hispánica. Su hijo, el futuro emperador Carlos V, fue reconocido en 1516 como rey de Castilla, a lo que uniría la corona de Aragón y de Navarra. ‘La Exhortación a las virtudes’ (1515), paño flamenco de la serie ‘Moralidades’, define su reinado. Al igual que el ‘Cristo con la cruz a cuestas’ (1530), de Michiel Coxcie, uno de los dos “caminos del Calvario” que le acompañaron en su retiro al monasterio de San Jerónimo de Yuste.

El monasterio de El Escorial

En 1556, tras la abdicación de su padre, Felipe II heredó todos los reinos españoles. También fue rey de Portugal y, tras su boda con María Tudor, recibió Nápoles y Sicilia. Fue, además, uno de los grandes mecenas de la Europa del Renacimiento y el creador propiamente de las Colecciones Reales. Junto al tapiz del ‘Cristo de la Misericordia’ (1523), es ‘La Adoración del nombre de Jesús’ o ‘Alegoría de la Liga Santa’ (1577-1579), de El Greco, la obra que resume su gobierno, marcado por la victoria en la batalla de Lepanto en 1571. La evangelización de América recae en una mitra de manufactura mexicana que él mismo depositó en la que sería su gran obra: el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde, además, creó un obrador de bordados del que dan muestra la casulla, el terno pluvial o la dalmática del Terno de San Lorenzo (1569-1572).

El propio rey ofreció al monasterio numerosas obras de arte, no solo para su decoración, sino también para el culto divino, como el ‘San Juan Bautista’ (1490), esculpido en alabastro por Niccolò dell’Arca. La gran mayoría fueron encargos a artistas contemporáneos, como el ‘Cristo crucificado’ (1565), de Tiziano –otro de sus pintores preferidos–; la extraordinaria ‘Virgen del Silencio’ (1589), de Lavinia Fontana –una de las pocas pintoras reconocidas en la época—; o el ‘Paisaje con San Cristóbal y el Niño’ (1521), de Patinir, por el que sintió gran interés por su afinidad con El Bosco, uno de sus pintores de cabecera.

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