Adrián Jorge Taranzano: “Sin la humanidad de Jesús, el Evangelio pierde su raíz”

El autor del ‘Los dichos oscuros de Jesús’ nos presenta la oportunidad de adentrarnos en el estudio histórico-científico de la Escritura sin temores, como si la exégesis científica no existiera

Adrián Jorge Taranzano es Doctor en Teología por la Ludwig-Maximilian-Universität München en Alemania y Licenciado en Exégesis Bíblica por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, en Italia. En ambos centros europeos se ha graduado con la máxima calificación académica (Summa cum Laude), y en Alemania recibió el Premio a la mejor disertación (Promotionspreis) de la Münchener Universitätsgesellschaft 2015.



Desde hace años estudia la figura y la vida de Jesús desde un punto histórico-científico. Publicó diversos trabajos científicos y de divulgación y ha enseñado en distintos centros académicos. Actualmente, se desempeña como docente titular en el Centro de Estudios Bíblicos LIMUD®.

Nos advierte que, en relación con los Evangelios, es preciso superar la idea de crónicas históricas exactas y es preciso tener en cuenta que, si bien es posible rastrear un núcleo histórico, aparecen envueltos de creaciones teológicas y adaptaciones a situaciones posteriores a vida histórica de Jesús.

Para Taranzano, es imprescindible tener en cuenta la complejidad del proceso de transmisión de materiales e informaciones hasta llegar a los evangelios, porque esto impide caer en la interpretación literalista del material contenido en los mismos.

Comprensión de los textos

PREGUNTA.- Su último libro se titula Los Dichos Oscuros de Jesús. ¿Por qué oscuros? ¿Qué nos quiere decir esto a los creyentes?

RESPUESTA.- Esta primera pregunta me permite aclarar algo importante. Alguien que escuchó el título reaccionó afirmando que el mismo es casi una herejía porque “Jesús es Luz”. El libro no afirma que la figura de Jesús sea “oscura”, sino que hay materiales –entre ellos, dichos– que no resultan claros cuando se los analiza filológica, redaccional o históricamente. Los evangelios no son crónicas exactas de dichos y hechos de Jesús ni los evangelistas han sido taquígrafos que han reproducido literalmente sus dichos.

Hay afirmaciones sublimes, como en el sermón de la montaña, pero también expresiones, afirmaciones, sentencias que plantean diversos problemas cuando se los aborda críticamente. Muchas veces se los espiritualiza o se los explica sin tener en cuenta el contexto histórico en el que se deben ubicar. La expresión, en cuanto tal, no debería resultar chocante.

En la Segunda Carta de Pedro, el autor afirma que en las cartas de Pablo hay pasajes complejos de entender. Mi libro afirma algo semejante en relación con el material de dichos de Jesús.

¿Qué dice todo esto a los creyentes? Algo muy importante: que no hay que leer e interpretar la Biblia como si la exégesis científica no existiera. Es una aliada imprescindible que permite perspectivas realmente importantísimas. El exégeta profesional dispone de más y mejores herramientas de las que disponían los grandes maestros de la antigüedad para entender los textos en su contexto histórico, político, social, teológico. Para ejemplificarlo con un nombre significativo: Agustín de Hipona usaba la traducción latina de la Biblia, no tenía a su disposición la documentación del Mar Muerto descubierta en 1948 ni la biblioteca de Nag Hammadi. Es impensable que hubiese podido acceder a los estudios sobre la obra del historiador judío Flavio Josefo o a la literatura científica sobre la literatura intertestamentaria (llamados comúnmente apócrifos o pseudoepigráficos). Ni hablemos del límite que significaba no tener los resultados de la arqueología.

El creyente debe ser conciente de que la Iglesia misma crece en su comprensión de los textos, gracias al trabajo de investigación que se realiza incluso en sus mismas universidades. El problema es que, lamentablemente, ese caudal de conocimiento no suele llegar o bajar a los fieles como lo exigiría el hecho de vivir en el siglo XXI.

P.- ¿Podría hacernos una síntesis de la intención fundamental de los conceptos plasmados en este libro?

R.- El tema de dichos “oscuros” de Jesús nos zambulle en una cuestión mucho más amplia que es importantísima para la interpretación de los evangelios: la formación y la transmisión de recuerdos, informaciones y enseñanzas de Jesús de Nazaret.

Normalmente, ha prevalecido la idea de un proceso directo, simple y controlado por testigos oculares: de Jesús a los apóstoles y de allí directamente a los evangelistas que, según la tradición, o fueron miembros de los doce (Mateo y Juan) o discípulos de las figuras más importantes (Marcos y Lucas).

En el libro muestro que el proceso es mucho más complejo, variado y no homogéneo. Intervinieron diversos factores y estuvo marcado por la presencia de diversas ideas, corrientes, concepciones, interpretaciones, y adaptaciones de las informaciones. No hubo un solo grupo “oficial” que haya intervenido. Tener en cuenta la complejidad de ese proceso impide caer en la interpretación literalista del material contenido en los evangelios. Aunque pueda parecer algo básico, sin embargo, en la práctica no está superada. Incluso muchas enseñanzas tradicionales se basan en una interpretación literal de las afirmaciones de los evangelios. Intenté subrayarlo en mi libro: mientras más “simplista” sea la idea que tengamos acerca de la transmisión de la enseñanza de Jesús, habrá más riesgo de caer en ellas.

Facilitar herramientas

P.- ¿Encuentra prejuicios a la hora de encarar una lectura histórica-crítica del Jesús verdadero hombre? ¿Qué nos pasa con la aceptación de la corporalidad de Jesús?

R.- La Iglesia acepta la aplicación de los métodos histórico-críticos. Recientemente en L’Osservatore Romano se publicó una recensión muy positiva sobre un libro dedicado a la investigación sobre el Jesús histórico. No obstante, creo que, en la práctica, no siempre se los asume como se esperaría.

Por una parte, hay miedos e incluso posturas “proteccionistas” por miedo, en relación con la “fe de la gente”. Una postura que considero irrespetuosa por subestimar la capacidad del interlocutor. Percibo la dificultad de reconocerlo como “adulto”. No es la “oveja” o alguien a quien haya que “cuidar” sino una persona con posibilidad de información o de formación, con capacidad de reflexión y razonamiento a quien, más bien, hay que facilitar herramientas.

Por otra, creo que no se sacan las consecuencias que implicarían asumir con decisión el aporte de la investigación científica de la figura histórica de Jesús de Nazaret. El documento de Puebla afirma que “sin María, el evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista”. Se trata de una expresión que podría parafrasear: sin la humanidad de Jesús, el evangelio pierde su raíz.

Sin el estudio histórico de su figura, se corre el riesgo de crear y aplicar categorías teológicas invadidas por conceptos ajenos a su intención y a su mundo. Precisamente, la exégesis histórico-crítica se aproxima –con sus límites– a su figura histórica: Jesús fue, vivió y murió como judío galileo en el período helenístico de época romana. Su anuncio del reino inminente de Dios no se puede espiritualizar, sino que se entiende en un preciso contexto histórico-político. Sus enseñanzas no se oponen al judaísmo en cuanto tal (“Moisés dijo, pero Yo les digo”) ni son su “antítesis”, sino que se entienden en el polícromo abanico de ideas, creencias, disputas y posturas del judaísmo pluriforme del primer siglo de nuestra era.

Jesús, fundamento de la Iglesia

P.- Según estos argumentos, ¿Jesús quiso fundar una nueva religión y/o instituir una iglesia? 

R.- Jesús no quiso fundar una nueva religión, abolir la ley y suplantarla por el evangelio. Tampoco quiso establecer nuevos ritos ni cupo en su mente la idea de instituir una Iglesia. Hay teólogos que, por todo ello, no hablan de Jesús como “fundador” de la Iglesia, sino como su “fundamento”. No es una cuestión terminológica, sino una expresión cargada de consecuencias.

Puntualizar ejemplos requeriría una exposición detallada y pormenorizada. Grosso modo podemos decir que una consecuencia importante es la flexibilización y revisión de muchas estructuras. No es lo mismo pensar la Iglesia como nacida de una voluntad explícita de Jesús e incluso hasta con indicaciones muy concretas acerca de su organización –abusando del concepto de “derecho divino”– que pensarla desde una perspectiva histórica en la que hay más margen de acción para revisar y cambiar.

P.- Hay varios teólogos y exégetas que como usted apuestan a que esta reflexión y comprensión del Evangelio y de la vida del verdadero hombre que fue Jesús permita encarar más razonablemente las realidades actuales y que se instrumenten nuevos abordajes pastorales, ¿en qué nos modificaría la profundidad de las vivencias espirituales?

R.- Es una pregunta muy importante y amplia. Quizás pueda concentrarme en la relación entre exégesis científica y pastoral. En este sentido, siempre me parecen muy lúcidas las palabras de R. Aguirre en su obra La memoria de Jesús y los cristianismos de los orígenes: “La crítica bíblica ha supuesto un reto ineludible para la fe y para las iglesias. Pretender leer la Biblia como si todos estos estudios no hubiesen existido o, lo que es más atrevido, en oposición frontal a ellos, es «un suicidio de la razón» y conduce ideológicamente al fundamentalismo y sociológicamente al gueto. Pero un reto es, ante todo, una ocasión para superarse y, en el caso que nos ocupa, para conocer mejor la Biblia y para reinterpretarla de forma culturalmente adecuada. No hay que ver la crítica bíblica como un ataque a la fe, sino como una oportunidad muy positiva para su maduración.”

Para Aguirre, el estudio de los orígenes tiene una gran relevancia para la actualidad y lo formula de una manera magnífica: “libera de hipotecas históricas, flexibiliza nuestra mirada, abre posibilidades, ayuda en nuestros discernimientos.”

Por lo mismo, decía antes que no siempre se calculan las consecuencias que supondrían los resultados de la exégesis científica. Y en relación con la vivencia de muchos creyentes, me animaría a decir que un estudio actualizado de la Escritura redunda en una vivencia más realista y crítica del seguimiento de Jesús de Nazaret.

Un lector hace unos meses me hizo llegar un mensaje en el que me decía que había vivido una fe y una formación que lo dejaba como “Alicia en el país de las maravillas”, mientras que el acceso a otro tipo de lecturas le exigía muchos replanteos y le permitía estar “con los pies en la tierra.”

Me impactó mucho también el que alguien me dijese que el estudio crítico le había significado un “enorme alivio” y que gracias a él se le había caído de encima “una piedra gigante”. ¿Nada de ello dejará su huella en la vivencia espiritual de esas personas?

Los que sufren

P.- En el libro Misericordia, abrazo entrañable a nuestra desnudez que compartió con Gerardo García Helder, Ud. habla de “la autoridad de los que sufren”. ¿Podría darnos una explicitación bíblica al respecto? 

R.- Es una expresión trabajada por el teólogo J. Metz y que recibí a través de C. Schickendantz, uno de los teólogos argentinos más importantes del país. Se trata de “correr” el foco de atención o de preocupación. Se lo puede entender también en relación con el acento puesto en una Iglesia “hospital de campaña” que tiene como prioridad las biografías heridas, las angustias y los sufrimientos de las personas antes que el cumplimiento de las “exigencias” del Evangelio, entendido muchas veces de manera rigorista (“Santidad o muerte”) o desencarnada (“Dios o nada”).

Se trata de superar la unilateralidad que para algunos sectores significa entender la Iglesia simplemente como “columna y fundamento de la verdad”.  Hay una escena de Los Miserables, la obra de Víctor Hugo, que siempre me conmueve: en el personaje principal, Jean Valjean, encuentro una penetrante descripción de la realidad humana. Pasa de ser un hombre a convertirse en un despojo humano, víctima de la injusticia, del odio y del resentimiento. Al salir de la prisión encuentra en el obispo Myriel la acogida y la comprensión que le permitirán encontrar un nuevo rumbo en su vida. El obispo lo recibe sin preguntarle ni por su curriculum ni su prontuario. Y cuando el “miserable” se sorprende por ese calor humano que lo acoge sin juicios ni preguntas, el personaje le responde: “Esta puerta no pregunta a quien entra si tiene un nombre, sino si tiene un dolor.” Es casi como una reformulación de la gran escena del samaritano misericordioso.

P.- Está escribiendo su próximo libro, ¿podría adelantarnos algo?

R.- Está por salir un breve comentario a las “parábolas de la misericordia” en el que resalto la necesidad de “salir” al encuentro de nuevas realidades y la urgencia de un “barrer” la casa, imágenes que tienen que ver con la renovación.

Es un texto de simples observaciones que pueden ayudar a la reflexión. Será un texto acompañado con otro escrito de Gerardo García Helder. También estoy escribiendo otro libro –un tanto más técnico– sobre el origen de la fe en la resurrección de Jesús, desde una perspectiva histórico-crítica.

Estoy disfrutando mucho de su redacción, si bien los temas son complejos y cada punto abre a diversas cuestiones que exigen mucho esfuerzo. Su objetivo es el mismo que mencioné antes: contribuir a una comprensión actualizada y crítica de los textos del Nuevo Testamento y, en este caso, del corazón del mensaje que proclaman sus páginas.

 

Foto: El periódico – San Francisco (Córdoba)
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