Una veintena de misioneros perdieron la vida en todo el mundo durante 2020

secuestrado en Yemen

La buena noticia de la liberación de la religiosa colombiana Gloria Cecilia Narváez, tras casi cinco años secuestrada en Mali por una agrupación yihadista afiliada a Al-Qaeda, no oculta una triste realidad. Ser misionero es, en muchos casos, una vocación de alto riesgo. Así lo muestran las cifras de 2020: según datos de la Congregación para la Evangelizaciones de los Pueblos, en todo el mundo fueron asesinados veinte misioneros: ocho sacerdotes, un religioso, tres religiosas, dos seminaristas y seis laicos.



Aunque fueron nueve menos que el año anterior, la geografía de estas muertes violentas se mantiene: ocho perdieron la vida en América, siete en África, tres en Asia y dos en Europa. Echando mano de los datos de las últimas dos décadas, han sido asesinados en el mundo 535 agentes pastorales, de los cuales cinco eran obispos.

Antes de caer en estas estadísticas, un sacerdote y cinco religiosas de la congregación de la Madre Teresa de Calcuta abandonaban el pasado 25 de agosto su presencia en Afganistán, donde se encargaban del cuidado de un grupo de catorce niños con discapacidad. De esta forma, el número de cristianos ha quedado reducido a algunos extranjeros que se mantienen como personal en las embajadas o entre los soldados, con el 99% de musulmanes.

La sangre de los mártires

Más allá de los accidentes, hay otros escenarios donde encuentran habitualmente la muerte en razón de su fe los agentes de pastoral, como los secuestros, tiroteos o intentos de robo de forma violenta, incluso más allá de los considerados territorios de misión ad gentes.

Por ejemplo, entre los europeos recogidos en estos datos, figuran el sacerdote Roberto Malgesini, el “cura de los últimos”, asesinado en Como, al norte de Italia, por un indigente con problemas mentales al que atendía; y el religioso camilo Leonardo Grasso, que falleció tras recibir un golpe en el incendio provocado por uno de los pacientes del centro de rehabilitación para drogadictos que había fundado este sacerdote en la localidad siciliana de Catania. Testimonios actuales en los que se cumple la máxima de Tertuliano de que “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

Sacrificio reconocido

Uno de los misioneros que perdió la vida en 2019 fue el salesiano cordobés Antonio César Fernández, que murió a manos de un grupo yihadista a 40 kilómetros de la frontera sur de Burkina Faso. Ahora, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, le ha concedido a título póstumo la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil.

Nacido en 1946, un ataque le sorprendió mientras regresaba a su comunidad de Uagadugú tras participar en una reunión en Lomé, capital de Togo, junto a otros dos salesianos que sobrevivieron al asalto. Como en el caso de la hermana Gloria Cecilia Narváez, las fronteras entre algunas naciones africanas son el refugio para ciertos grupos terroristas muy activos.

Antonio César Fernández llevaba en África desde 1982, siendo uno de los fundadores de la presencia salesiana en Togo. Después fue destinado a Costa de Marfil y Burkina Faso. Antes de ser tiroteado, en Uagadugú –una de las dos presencias salesianas en el país–, trabajaba junto a tres religiosos más en un centro socio-educativo y un oratorio de actividades juveniles, de los que era director. Para los que hoy continúan en su comunidad, Fernández “murió como un mártir”, y le recuerdan como uno de los “constructores de la inspectoría”, nombre de las provincias religiosas salesianas.

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