Editorial

El misionero no se improvisa

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La Iglesia celebra el domingo 24 de octubre el Domund, la Jornada Mundial de las Misiones, que este año se detiene en el ímpetu evangelizador de los primeros cristianos que trataron de tú a tú a Cristo: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”. A partir de entonces, el coraje ha sido algo inherente a aquellos hombres y mujeres vinculados a la misión ad gentes.



Aunque no se ven a sí mismos como superhéroes ni protagonistas, su vocación tiene mucho de riesgo extremo. Su ‘sí’ a fondo perdido entre los últimos, siendo anuncio y denuncia, les lleva a moverse entre la violencia, la pobreza y la desesperación, ya sea en regímenes dictatoriales, corruptos, entre terroristas o en la guerra.

En estos enjambres se padece una calma tensa en la que son capaces de tejer futuro en lo pequeño y oculto, regalando esperanza donde apenas hay hueco para ella. Es más, cuando estalla la catástrofe a su vera, lejos de huir, se vuelcan todavía más con ese pueblo herido al que sirven.

Así ha sucedido con Gloria Cecilia Narváez, misionera franciscana de María Inmaculada secuestrada durante casi cinco años en Mali. Su decisión de ofrecerse en lugar de sus hermanas más jóvenes habla de una abnegación inquebrantable, que supera todo humanitarismo y que solo se entiende desde la entrega hasta la cruz.

Su confianza en Dios, a pesar de la dureza de su cautiverio, solo se entiende como el fruto de una fe amasada en la adversidad del día a día, desde la experiencia a pie de obra apostólica, que se macera hasta que llega la prueba. Desde esta perspectiva, la misión nunca queda secuestrada, aunque se le prive al misionero de su libertad. Muestra de ello es que la religiosa colombiana ejerció incluso de enfermera para sus captores.

Ahora, su vuelta a casa llena de alegría a todos, pero no puede dejar en el olvido a otros tantos evangelizadores que no han corrido la misma suerte y se han topado con el martirio cuando solo buscaban ser bienaventuranza para los más vulnerables.

Jugarse la vida

Ser cristianos implica poner en juego la vida por el Evangelio hasta sus últimas consecuencias, aunque desde la comodidad del primer mundo suene a poesía edulcorada. Por eso, no estaría de más preguntarse si, más allá de la disminución generalizada de vocaciones en un mundo secularizado, no se ha dado un especial descenso en la misión ad gentes, propio de una Iglesia, no solo envejecida, sino también acomodada.

Ser misionero no se improvisa. Las vocaciones misioneras, tampoco. Si este carisma eclesial se cultiva, la pasión de evangelizar sin fronteras se desborda para ir más allá de lo que alcanza la vista, con la humildad, sencillez y docilidad que encarna la hermana Gloria Cecilia.

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