Francisco invita a aprender de los Magos que “la vida no es una demostración de habilidades, sino un viaje hacia Aquel que nos ama”

Sin llenar el aforo preparado en el altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana, el papa Francisco ha presidido este 6 de enero la eucaristía en la solemnidad de la Epifanía del Señor tras recuperarse de una ciática. Una celebración sobria en la que el cantor ha proclamado el anuncio de las celebraciones litúrgicas como la de la Pascua que será este año el 4 de abril.

La escuela de los magos

En su homilía, el pontífice ha comentado, a partir del evangelio de la adoración de los magos, que “adorar al Señor no es fácil, no es un hecho inmediato: exige una cierta madurez espiritual, y es el punto de llegada de un camino interior, a veces largo”. “La actitud de adorar a Dios no es espontánea en nosotros. Sí, el ser humano necesita adorar, pero corre el riesgo de equivocar el objetivo. En efecto, si no adora a Dios adorará a los ídolos, y en vez de creyente se volverá idólatra”, añadió citando a un autor francés para decir que quien no adora a Dios adora al diablo. Y es que, destacó “en nuestra época es particularmente necesario que, tanto individual como comunitariamente, dediquemos más tiempo a la adoración, aprendiendo a contemplar al Señor cada vez mejor”, siguiendo “la escuela de los magos” ya que “se ha perdido mucho la oración de adoración”.

Francisco ha invitado también a saber “levantar la vista”, como “una invitación a dejar de lado el cansancio y las quejas, a salir de las limitaciones de una perspectiva estrecha, a liberarse de la dictadura del propio yo, siempre inclinado a replegarse sobre sí mismo y sus propias preocupaciones”. Ha pedido “no dejarse atrapar por los fantasmas interiores que apagan la esperanza, y no hacer de los problemas y las dificultades el centro de nuestra existencia”. Algo que no es una mera ilusión, “se trata más bien de mirar de un modo nuevo los problemas y las angustias, sabiendo que el Señor conoce nuestras situaciones difíciles, escucha atentamente nuestras súplicas y no es indiferente a las lágrimas que derramamos”.

“Cuando fijamos la atención exclusivamente en los problemas, rechazando alzar los ojos a Dios, el miedo invade el corazón y lo desorienta, dando lugar a la rabia, al desconcierto, a la angustia y a la depresión”, señaló. “Si esto ocurre, es necesario tener la valentía de romper el círculo de nuestras conclusiones obvias, con la conciencia de que la realidad es más grande que nuestros pensamientos”, añadió. Para Francisco “si alzamos la mirada hacia el Señor, y contemplamos la realidad a su luz, descubriremos que Él no nos abandona jamás”.

“La alegría del discípulo de Cristo”, prosiguió el Papa, “tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, cuyas promesas nunca fallan, a pesar de las situaciones de crisis en las que podamos encontrarnos. Y es ahí, entonces, que la gratitud filial y la alegría suscitan el anhelo de adorar al Señor, que es fiel y nunca nos deja solos”.

Un viaje interior

Los magos que se ponen en camino, por eso Bergoglio ha destacado que “el viaje implica siempre una trasformación, un cambio. Después del viaje ya no somos como antes”. “No se llega a adorar al Señor sin pasar antes a través de la maduración interior que nos da el ponernos en camino”, apuntó. “Quien se deja modelar por la gracia, normalmente, con el pasar del tiempo, mejora”, prosiguió. Francisco insistió que “desde este punto de vista, los fracasos, las crisis y los errores pueden ser experiencias instructivas, no es raro que sirvan para hacernos caer en la cuenta de que sólo el Señor es digno de ser adorado, porque solamente Él satisface el deseo de vida y eternidad presente en lo íntimo de cada persona. Además, con el paso del tiempo, las pruebas y las fatigas de la vida —vividas en la fe— contribuyen a purificar el corazón, a hacerlo más humilde y por tanto más dispuesto a abrirse a Dios”.

“Como los magos, también nosotros debemos dejarnos instruir por el camino de la vida, marcado por las inevitables dificultades del viaje. No permitamos que los cansancios, las caídas y los fracasos nos empujen hacia el desaliento. Por el contrario, reconociéndolos con humildad, nos deben servir para avanzar hacia el Señor Jesús. La vida no es una demostración de habilidades, sino un viaje hacia Aquel que nos ama. Mirando al Señor, encontraremos la fuerza para seguir adelante con alegría renovada”, prosiguió.

Un realismo teologal

“Estos sabios, llegados desde países lejanos, supieron trascender aquella escena tan humilde y corriente, reconociendo en aquel Niño la presencia de un soberano. Es decir, fueron capaces de “ver” más allá de la apariencia”, destacó finalmente el Papa. “Arrodillándose ante el Niño nacido en Belén, expresaron una adoración que era sobre todo interior: abrir los cofres que llevaban como regalo fue signo del ofrecimiento de sus corazones”, añadió.

“La mundanidad sólo da valor a las cosas sensacionales, a las cosas que llaman la atención de la masa. En cambio, en los magos vemos una actitud distinta, que podríamos definir como ‘realismo teologal’ –aunque es una palabra un poco elevada–. Este percibe con objetividad la realidad de las cosas, llegando finalmente a la comprensión de que Dios se aparta de cualquier ostentación”, propuso Francisco. “Este modo de “ver” que trasciende lo visible, hace que nosotros adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz”, concluyó pidiendo para toda la Iglesia la gracia de la adoración.

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