Una reflexión moral sobre ‘Misericordia et misera’

papa Francisco con una mujer embarazada bendiciéndo al bebé en su vientre

Ante la absolución del pecado del aborto: “La lógica de la misericordia divina desborda y desarma la lógica legal humana”

papa Francisco con una mujer embarazada bendiciéndo al bebé en su vientre

JOSÉ MANUEL CAAMAÑO LÓPEZ, director de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión. Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE | El pasado domingo 20 de noviembre, el papa Francisco puso fin al Jubileo Extraordinario de la Misericordia, pero lo hizo regalando a la Iglesia y “a cuantos la lean” la carta apostólica Misericordia et misera, que constituye una llamada a que la misericordia y el perdón sigan siendo señas de identidad de la acción pastoral de una Iglesia en salida sobre la que tanto nos habla desde el inicio de su pontificado, de una Iglesia que quiere estar cerca de todas las personas y, especialmente, de aquellas que sufren o experimentan en su vida concreta la fractura de nuestra condición “herida por el pecado”. Porque, incluso en esas situaciones, es preciso que nada nuble el rostro misericordioso del Dios de Jesús, que siempre ofrece su perdón a quienes se arrepienten y convierten.

Por ello, aunque termine el Jubileo y se cierre solemnemente la Puerta Santa, “la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta de par en par” (n. 16). Así lo decía hace años Delumeau al final de su obra La confesión y el perdón: “En nuestras vidas individuales y colectivas, el perdón (que no es el olvido) es un arco iris: ¡ojalá brille mucho tiempo aún sobre la tierra!”.

De alguna forma, la carta del Papa es una magnífica condensación de las implicaciones de la misericordia en la vida de la Iglesia, tanto en su anuncio del Evangelio como en su acción específica sacramental, social o pastoral. Porque ella nos revela el rostro del Dios en quien creemos.

Ahora bien, hablar de la misericordia incide, asimismo, en la teología moral. Y lo hace tanto dotándola de un anclaje espiritual, cuya base está precisamente en el Dios misericordioso que nos llama al bien y la verdad, como de una conversión pastoral que, sin menospreciar el carácter normativo de la moral ni la radicalidad de sus exigencias, más que en el fracaso, se centra en el crecimiento personal, en el acompañamiento y en el proceso de discernimiento por el cual siempre podemos aspirar a “más” y a superarnos en nuestro acercamiento a los ideales que conforman la vida humana y cristiana. Por eso llama a los sacerdotes a ser acogedores, testigos, disponibles, prudentes y generosos, pero sin dejar de ser claros en la presentación de los principios morales (n. 10).

Es aquí en donde, a mi modo de ver, tiene sentido la concesión que hace el Papa a todos los sacerdotes, incluyendo a los de la Fraternidad San Pío X, para que de aquí en adelante puedan absolver, sin autorización del obispo, el “grave pecado del aborto” (n. 12), extendiendo así en el tiempo lo concedido de modo limitado para el año jubilar.

Es una reforma que, más allá de su significado canónico y eclesiológico, no se produce solo por el deseo de reformar, sino precisamente con el objeto de que nada oscurezca la buena noticia de Jesús, es decir, con la intención de que esta se haga más transparente y de que se perciba y se viva con mayor claridad la convicción de que es Dios quien perdona y de no hay ningún pecado que Él no pueda perdonar si existe un corazón arrepentido.

Todo ello en nada cuestiona la doctrina moral de la Iglesia, que, basada en la Escritura y en la Tradición, ha sido formulada en diversos documentos magisteriales, dado que además su preocupación es eminentemente pastoral. Y, en este sentido, ni ahora ni en documentos anteriores ha dicho Francisco que el aborto no fuera una práctica “en sí misma infamante”, como decía el Concilio Vaticano II (GS 27), o un “acto intrínsecamente malo”, como afirmara san Juan Pablo II (Veritatis splendor, 80). De hecho, sostiene con claridad que se trata de un “pecado grave, que pone fin a una vida humana inocente” (n. 12).

En su exhortación Evangelii gaudium había dicho ya que “este no es un asunto sujeto a supuestas reformas o ‘modernizaciones’” (EG 214). Lo que afirma ahora es que, incluso en esos casos, no podemos poner límites a la misericordia de Dios, de manera que debemos ser guías, apoyos y alivios a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial, tal y como queda bien simbolizado en el encuentro entre Jesús y la adúltera, “la misericordia” y “la miserable” (Jn 8, 1-11).

Conversión pastoral

En el fondo, las palabras del Papa son una expresión de la necesaria “conversión pastoral” de la Iglesia a la que todos estamos llamados, y en donde el foco de atención, dando por supuesta la integridad de la enseñanza moral eclesial, se dirige a formar conciencias sin sustituirlas. Y por eso, como nos había señalado en Amoris laetitia, no podemos limitarnos a una mera teología moral de escritorio basada únicamente en leyes y normas, sino, sobre todo, en ofrecer criterios que ayuden al discernimiento moral en la búsqueda de caminos de respuesta a Dios y de crecimiento personal, y en donde la ley debe ocupar su lugar adecuado en ese proceso.

Porque en el fondo, y como bien nos alertaba el Concilio en su decreto Optatam totius, la teología moral tiene que “explicar la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obligación que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad” (n. 16).

En último término, la teología moral, sin perder su carácter normativo para la vida de los fieles, tampoco puede ser impasible al fracaso y a la oferta del perdón que Dios siempre ofrece cuando existe arrepentimiento, sentido de la justicia y deseo de mejorar. Y, en ese sentido, la lógica de la misericordia divina desborda y desarma la lógica legal humana.

Al final de los primeros consejos que don Quijote le da a Sancho Panza para gobernar la ínsula Barataria, le dice que “aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”. Y esa es también la visión que está en el fondo de las palabras del Papa en Misericordia et misera: la convicción de que, a pesar de nuestros fracasos y errores, el Dios amor en el que creemos siempre espera nuestra conversión, haciendo así realidad las palabras de san Pablo en su carta a los Romanos: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20).

Publicado en el número 3.013 de Vida Nueva. Ver sumario

 


ESPECIAL FINAL DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA:

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