Cuaresma 2016. Testigos de la Misericordia al ritmo del Evangelio

un chico con cruz de ceniza marca del Miércoles de Ceniza inicio Cuaresma abrazo con una chica

Un tiempo privilegiado para entrar en el Corazón de Dios

un chico con cruz de ceniza marca del Miércoles de Ceniza inicio Cuaresma abrazo con una chica

FERNANDO CORDERO MORALES, SS.CC., pastoralista en el Col·legi Padre Damián (Barcelona) | El tiempo de Cuaresma que iniciamos el Miércoles de Ceniza, 10 de febrero, es una oportunidad privilegiada para entrar en el Corazón de Dios. El papa Francisco, en el libro El nombre de Dios es Misericordia, hace hincapié en esta imagen del Padre que abraza, acoge y perdona: “Dios es misericordia, Dios es misericordioso. Para mí, este es realmente el carné de identidad de nuestro Dios”. En consonancia con el evangelio de los domingos de Cuaresma, entraremos en los sentimientos del Hijo, en este itinerario que nos llevará hasta su generosa donación. Es emocionante.

I. Morder el polvo del desierto

Comenzamos el primer domingo cuaresmal pisando fuerte, con un evangelio que despierta nuestros posibles letargos y nos pone en clave de conversión, renovación y búsqueda de la voluntad de Dios, en medio del desierto que, en muchas ocasiones, nos ofrece la propia vida y que es un lugar necesario en la experiencia espiritual. Como expresa Madeleine Delbrêl, “vaya donde vaya el hombre, incluso al desierto, ha de hacer allí su desierto”.portada Pliego VN Cuaresma 2016 febrero 2016 2975

A lo largo de la vida existen muchas formas de ser llevados al desierto por el Espíritu, como lo fue Jesús (cfr. Lc 4, 1-13): una enfermedad larga o agresiva, la soledad, una depresión, una ruptura familiar o una situación laboral difícil que amenaza la seguridad económica, acompañar el dolor insoportable de ver sufrir a quienes amamos, una muerte por accidente que nos conmueve hondamente, el desarraigo de la tierra natal propio de los emigrantes, la impotencia ante la injusticia.

Para otros será un drama interior: el dominio de las adicciones, la sensación de que todo aquello por lo que apostamos se viene abajo, el olvido de personas que son importantes para nosotros. Y tantas otras maneras de emprender la travesía en el desierto. No tenemos más remedio, hemos de recorrerlo ligeros de equipaje. No es el final del camino, sino una etapa que hemos de transitar, porque no estamos hechos para instalarnos en la angustia y el sufrimiento.

Para algunas personas el desierto no es etapa, sino parte demasiado protagonista de la propia trayectoria. Parece dar el sentido o sinsentido último de la vida. Así lo expresa Touria Dahmani, una residente del Llar de Pau en Barcelona, donde habitan veinticinco mujeres en riesgo de exclusión social amparadas por las Hijas de la Caridad. En su poema La verdad nos muestra el desgarro de los que han anclado, sin más remedio, su travesía en el desierto:

Siento la verdad dentro de mí,
tengo miedo a la vida,
no tengo fuerzas para intentarla cambiar.
No puedo caminar sola,
necesito un abrazo suave
y una voluntad fuerte.
Me abro pero el mundo me encierra.
Y tengo un sueño,
pero cuando abro los ojos,
cuando despierto,
solo hay la nada
y vuelvo a mi mundo,
el mundo de la verdad.

Nuestro ir al desierto no puede olvidar la solidaridad con los que se halla enclavados permanentemente en él, como condenados a estar forzados por el castigo cruel y rutinario.

El camino aventurado y fascinante del beato Carlos de Foucauld nos muestra las maravillas de quien se ha dejado conducir al desierto y descubre allí la acción de Dios sintiéndose hermano universal: “Hay que pasar por el desierto y quedarse para recibir la gracia de Dios: allí uno se vacía, aleja de sí todo lo que no es Dios y vaciamos completamente nuestra alma para dejar todo el lugar a Dios solo. Es un tiempo de gracia. Es un período por el cual toda alma que quiera dar frutos debe pasar necesariamente…”.

Carlos actualiza la profecía: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2, 16), convirtiendo el desierto en un lugar privilegiado de encuentro personal y de escucha de la Palabra. Quiere seguir apasionadamente las huellas del Señor, parecérsele en todo. Por eso, su existencia no fue nada extática, por lo que lo encontramos siempre mordiendo el polvo de los caminos y del desierto, siempre queriendo vivir enraizado en el Corazón de Jesús y llegar así al corazón de sus gentes. Instrumento en las manos de Dios: Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras…

(…)

II. Entre el Tabor y lo cotidiano

III. Tiempo de prórroga

IV. Sin misericordia no es posible

V. Un espejo para liberarnos

VI. Tiempo de profetas

 

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En el nº 2.975 de Vida Nueva. Del 6 al 12 de febrero de 2016

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