Tribuna

Una década de solidaridad en Fukushima

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Hace diez años, Japón y el mundo entero contemplaban aterrorizados las consecuencias de un tremendo terremoto que sembró destrucción en Tohoku, en la zona este del país, y que desembocó en un poderoso tsunami que dejó miles de muertos. Como consecuencia, un reactor de la central nuclear de Fukushima sufrió graves daños y provocó una espantosa contaminación en una extensa zona de esa región.



Tras ello, en marzo de 2021, se cuentan 15.899 fallecidos, 2.525 desaparecidos y 6.157 heridos. Un total de 40.000 personas no han podido regresar todavía a sus hogares. La contaminación nuclear lo sigue impidiendo y no se prevé una solución a corto plazo.

En la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, los obispos escuchamos el testimonio de varias personas que trabajaron generosamente en la ayuda a los damnificados y en la reconstrucción de la zona. De ahí nació una declaración que, en primer lugar, constata la respuesta solidaria que se generó: “No solo en Japón, sino en todo el mundo, mucha gente se apresuró a apoyarnos”.

Diez años de Fukushima

Unos lazos fraternos que rompieron fronteras y que sirvieron de bastión a la Iglesia en Japón. Así, esta, “dentro de sus limitaciones, tanto por el número de católicos como por la escasez de recursos, afrontó solidariamente el compromiso de asistencia a las comunidades de la zona afectada por la triple catástrofe: terremoto, tsunami y accidente de la central nuclear”.

Ese mismo marzo de 2011, recuerda la declaración, “las 16 diócesis del país acordaron trabajar juntas para brindar asistencia para la reconstrucción durante diez años”. Desde ahí, fue clave que se establecieran “ocho bases de voluntarios en varias partes de la costa de Tohoku para aceptar voluntarios de todo el país”.

Iglesia volcada en la ayuda

La respuesta fue muy generosa. Las religiosas, por ejemplo, establecieron algunas comunidades intercongregacionales, y varios sacerdotes y un obispo emérito se integraron en los equipos pastorales de la Diócesis de Sendai, responsable de la región afectada. Se trabajó siempre en estrecha colaboración con las distintas asociaciones que se desplazaron a la región para ofrecer diversos servicios. Las iglesias de la zona, que estaban bien integradas en el tejido social, se convirtieron en punto de referencia y lugar de encuentro para muchas personas.

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