Tribuna

Por ti, por mí: la cultura del cuidado

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La solidaridad es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. (Papa Francisco, ‘Fratelli tutti’, 116).



Desde tiempo inmemorial, incluso antes de que el ser humano fuera homo sapiens, se ha precisado del cuidado para la supervivencia de la especie, ocurre con todo el mundo animal. Un bebé no puede sobrevivir sin el cuidado, un cazador herido no podría sobrevivir sin el cuidado, los ancianos tampoco, quizá por eso en muchas culturas se les dejaba morir cuando no se podían valer por sí mismos.

No obstante, nunca, o casi nunca, el trabajo dedicado a la atención de los demás ha estado valorado, incluso ni era trabajo. Por eso, han sido los “menos” importantes socialmente los que se han ocupado de estas tareas, esclavos, etnias infravaloradas y en todas las sociedades y culturas a lo largo de la historia la mujer: el ama de casa y la mujer pobre. Mujeres pobres de los pueblos que emigraban a la ciudad para trabajar de criadas en casas con más o menos disponibilidad económica, mujeres negras o de otras etnias para cuidar de los hogares blancos…

Demanda externa del cuidado

En nuestra avanzada sociedad occidental, afortunadamente, la mujer ha ido incorporándose a trabajos “productivos”, esos que crean riqueza y que por tanto son importantes para el mundo capitalista y, en cierta manera, la demanda externa del cuidado se ha incrementado.

¿Quién atiende este incremento de necesidades de cuidadores? De nuevo la mujer pobre. En España en su mayoría son mujeres migrantes, en gran parte procedentes de Sudamérica, así no tenemos problemas con el idioma. Lo que se traduce en que la atención sigue siendo una actividad infravalorada, no produce riqueza por sí misma, ayuda a crearla, pero en una familia, una residencia, una guardería, un hotel las personas que se dedican a esta actividad son consideradas como “gastos”, al igual que las contratas de limpieza de una oficina o un hospital.

Todas sabemos que el cuidado de nuestros hijos, enfermos, mayores es esencial, a todas nos gusta que al entrar en nuestra habitación de hotel esté impoluta, a todas nos gusta que nuestra casa esté limpia y nuestra ropa planchada, que una persona honrada y cariñosa pasee a nuestros padres, que cuando llegamos a la oficina la mesa y el suelo esté limpio y, sin embargo, “racaneamos” a la hora de pagar a nuestra empleada del hogar, en darla de alta en la Seguridad Social, las camareras de piso están mal pagadas y deben trabajar a destajo, ¿qué decir de las cuidadoras de las residencias? ¿De las limpiadoras de los rascacielos en donde se ganan millones?

trabajadora del hogar

Últimamente, se utiliza la palabra “cuidados” como un término mágico, se ha puesto de moda, pero muchas personas profesionales de los cuidados están hartas porque ven que la sociedad las descuida. De nada vale que hablemos del cuidado si no avanzamos hacia una transformación de las políticas y actitudes que “descuidan”. Valorar los cuidados no es lo mismo que comercializarlos. Valorar los cuidados es crear las condiciones para una convivencia más justa que ponga la vida en el centro.

Por eso, desde Iglesia por el Trabajo Decente denunciamos que el cuidado no está cuidado, no solo no se paga lo que se debe, no solo no se tienen en cuenta las enfermedades que determinados trabajos provocan, sino que nos permitimos mirar por encima del hombro a esas mujeres que se dedican a nuestro cuidado, que nos hacen la vida más fácil, más agradable y que muchas veces nos sonríen con amabilidad.

Por ti y por mí que somos cuidadoras o necesitamos de cuidado, por todas nosotras para que pongamos en el centro de nuestros objetivos a la PERSONA, que sepamos respetar y valorar el trabajo de quién nos cuida y que no se nos olvide cuidar a quién nos necesita.


*Pilar de la Rosa. Justicia y Paz

#Iglesiaporeltrabajodecente