Tribuna

Pobreza y trabajo: la revolución de Clara de Asís

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En el imaginario colectivo Clara es vista siempre a la sombra de Francisco, unida a él por un amor más o menos sublimado. La película de Franco Zeffirelli de 1972, ‘Hermano Sol, hermana Luna’, de gran éxito, contribuyó a reiterar este estereotipo. Clara fue una santa dotada de gran valentía e independencia y de una fortísima personalidad.



Cuando Clara empezó a salir con Francisco, era joven, noble, rica y hermosa: así la describe Juan Ventura, el hombre de armas de la casa, en el proceso de canonización. De su madre había recibido una educación religiosa profunda y arraigada: en ella moduló su propia escala de valores, vistiéndose modestamente para recordarse a sí misma la solidaridad con los desposeídos a través de la pobreza tomada como modelo de Cristo y de la Virgen.

Todo lo que Chiara vio a su alrededor en la sociedad de Asís o por lo que tuvo que pasar en la familia –la presión para tomar marido y la posterior negativa–, contrasta con lo que sugería su foro interno. Al rechazar el matrimonio, tendría un destino obligatorio; marchitarse en casa o convertirse en monja de clausura. En este segundo caso, sus padres le habrían asignado una dote y en el monasterio, siendo una mujer noble, habría vivido con los privilegios de nacimiento.

A los dieciocho la imaginamos inquieta e infeliz, agitada por deseos sin proyecto. Fue Francisco quien solicitó encuentros con esa joven, que permanecieron reservados y secretos durante algún tiempo.

Al escuchar a Francisco, Clara se sorprendió al oír sus propios pensamientos, pero reflejados en un proyecto que ya había tomado forma y claridad. El modo de vivir de la joven fraternidad, tan nuevo y tan antiguo porque recorría el camino de Cristo, de María y los apóstoles, habría sido suyo. Suyo y de sus futuras compañeras.

Clara había llegado donde siempre había querido estar y donde pensaba quedarse definitivamente. Le tomó tiempo acumular valentía que sería suficiente para toda su vida. Dejó la casa paterna en Asís y nunca regresó: vivió durante unos cuarenta años en el monasterio de San Damiano con la madre Ortolana, sus hermanas Inés y Beatriz, sus sobrinas Balvina y Amata, y sus hermanas que la adoraban, hasta su muerte, el 11 de agosto de 1253.

Clara se vio obligada a aceptar el título de abadesa y la clausura, pero nunca quiso que su comunidad pudiera contar con los ingresos de los terrenos, como todas las demás comunidades de clausura, donde las monjas, dedicadas a una vida de ascetismo y oración, tenían que contar con los medios externos de subsistencia.

Una monja contra el Papa

Clara, como Francisco, quería vivir en la pobreza más radical: se enfrentó con Gregorio IX –¡una monja de la pequeña Asís contra el Papa!– dispuesto a dispensar a Clara del voto de pobreza, de no poseer nada ni individualmente ni en común, y que hubiera querido dotar el monasterio de modo que mitigara esa negación absoluta. Clara se opuso con decisión inquebrantable y no se dejó persuadir. Y cuando el pontífice respondió “si temes por el voto, te lo dispensamos” Clara respondió “Santo Padre, bajo ningún acuerdo y nunca, para siempre, deseo ser dispensada del seguimiento de Cristo”.

Clara no quiere poseer nada, como Francisco. Quiere mantener la mente libre y se niega a comprometerse con cualquier forma de poder. Lucha toda su vida con la Curia y con las jerarquías oficiales de la Orden Franciscana no solo para que se reconozca el derecho a ejercer con las compañeras la más alta pobreza, sino también para preservar su vínculo fraterno con Francisco, la pertenencia a la misma familia y el compartir de una misma forma vitae, aunque declinada con la precaución de una versión femenina.

Los primeros frailes que se unieron a Francisco trabajaron, aceptando como compensación solo comida diaria. No dependían de la caridad de los habitantes de la ciudad. Clara quería que sus monjas también trabajaran. El trabajo manual ayudaba a mantener contacto con el mundo. Lo que producían las monjas tenía que distribuirse pro communi utilitate, en beneficio de todos, escribió Clara, y no solo en beneficio del monasterio.

Una regla para mujeres

Clara ya estaba muy enferma cuando tenía unos treinta años; permaneció en cama durante veintiocho años, hilando ininterrumpidamente seda o lino para que las hermanas pudieran confeccionar la fina tela de los corporales, y las correspondientes bolsas “cubiertas de seda y de samito”, llevados primero a bendecir por el obispo y después distribuidos en las iglesias de la ciudad y la diócesis. Clara fue la primera mujer en escribir una regla para mujeres.

Antes, las monjas se habían visto obligadas a adaptar a sus necesidades una regla escrita para hombres. La regla de Clara es muy hermosa, que no se basa en prescripciones rígidas, sino que deja todo a la conciencia de la monja, a la aplicación del amor y la paz del Evangelio. Clara fue una mujer capaz, de gran comprensión y escucha. Si la Iglesia la obligaba a aceptar la clausura, su monasterio se abría para curar a los niños y curar los problemas, de las mujeres pero también de los hombres.

No todas las monjas trabajaban en el monasterio, algunas salían regularmente: son las sorores extra monasterium servientes. Clara en su regla que comenzó a escribir en 1250 y fue aprobada dos días antes de su muerte, detalla sus tareas.

Alabar la creación

Las sorores extra monasterium servientes de Clara –son llamadas sorores y no servitiales, hermanas y no siervas–, visten de la misma manera que las otras monjas y son tratadas igual; no son distintas en el hábito. Tienen permiso de no ir descalzas como sus compañeras en el monasterio: Clara creía que los caminos llenos de baches y los largos viajes eran diferentes a los suelos lisos y los viajes cortos dentro del pequeño San Damiano.

Están exentas del ayuno; no están obligadas a respetar el silencio desde las completas hasta la hora tercera, es decir, desde el atardecer hasta las nueve de la mañana. No deben pedir permiso a la abadesa para salir. Tienen encuentros habituales con los laicos, como se desprende de una serie de recomendaciones y prohibiciones que les conciernen: las estancias de estas sorores fuera del monasterio no deben ser demasiado prolongadas (“salvo que una causa manifiesta lo requiera”); se mantiene un comportamiento modesto en el camino; las monjas no deben hablar demasiado, no se involucran en consejos ni en relaciones sospechosas con nadie.

La santa, como Francisco, mostraba un agradecimiento gozoso por la creación y exhortaba a las hermanas que servían fuera del monasterio a que, cuando vieran “los árboles hermosos, floridos y frondosos, alaben a Dios. Y de igual manera, cuando veían a los hombres y a las demás criaturas, siempre de tucte et in.tucte alaben a Dios”.

Apostolado activo

Creo que puedo deducir que estas sorores –que caminan mucho tiempo, realizan un trabajo agotador para el cual deben poder refrescarse debidamente, que pueden hablar libremente, por ejemplo alabando la creación en público, hablar también desde la tarde hasta la primera hora de la mañana, consideradas a la par con las demás monjas que permanecían en el monasterio–, deberían ejercer un apostolado activo al servicio de las enfermas en los hospicios-hospitales y las leproserías femeninas (donde una ayuda o una palabra consoladora no pueden depender del escaneo de las horas monástica).

En la Edad Media, de hecho la Iglesia admitía solo las moniales, monjas todas de clausura, mujeres custodiadas. No concebía ese estilo de vida de las monjas, grupos de religiosas reunidas en congregaciones que viven en conventos, y que se dedican a la educación de los niños, en las escuelas o al cuidado de enfermos en los hospitales.

Francisco elaboró una regla, ‘Del comportamiento de los frailes en las ermitas,’ dedicada a esos frailes que quisieran vivir por un breve periodo en soledad de ermitaño. Para que no se perturbara su paz, algunos frailes, “frailes-madres”, se habrían ocupado de cada tarea material, atendiendo a todos los “frailes-hijos”, que a su vez, después de un tiempo, habrían intercambiado funciones y roles con los “frailes-madres”.

Alternar oración y caridad

En el monasterio de Clara vemos alternarse en completa igualdad a las monjas dedicadas a la oración y a la ascesis y a las monjas que se ocupaban de ayudar a las enfermas. Quizá el santo para su regla se inspiró en la vida de Clara y las compañeras que en San Damián alternaban vida contemplativa y activa, oración y meditación y el servicio de caridad (también fuera del monasterio).

No se trata de establecer quién tomó de quién: el obispo Giacomo da Vitry, testigo de ello, la describe como abierta a hombres y mujeres llamados, escribe, “fratres minores et sorores minores”.

Clara de Asís

  • Nacimiento Asís, 16 de julio de 1194
  • Muerte 11 de agosto de 1253
  • Venerada por Iglesia católica
  • Canonización 1255 en la Catedral de Anagni
  • Santuario Basílica de Santa Clara en Asís
  • Solemnidad 11 de agosto

*Artículo original publicado en el número de octubre de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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