Tribuna

En la escuela de san José (de verdad)

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José es probablemente el santo que mejor puede dialogar con el hombre de nuestro tiempo. Precisamente él, de quien el Evangelio no nos transmite ni una palabra. Es muy fructífero abordar la existencia simbólica del carpintero de Nazaret y los pasajes fundamentales de la historia existencial y espiritual de José que son trauma, sueño y acción.



Todavía hoy estamos inmersos en el trauma. Tras el trauma, el sueño va a continuación en la vida de José y, después del sueño, una acción transformadora. Es la dinámica a través de la que se convierte en padre. Porque uno se convierte en padre y no es automáticamente padre solo por serlo biológicamente.

El primer trauma de José es el embarazo de María que para él es una traición en toda regla. Una traición a sus expectativas, a sus sueños y a sus esperanzas. En el trauma, José se duerme, se abandona y sueña. En el sueño se encuentra con el ángel del Señor que no soluciona su problema, no cambia la realidad, simplemente le pide que mire las cosas desde otro punto de vista.

Allí comienza su aventura como padre.

Después del sueño, llevándose a María consigo, José cambia su relación con Dios y con la Ley. Era un hombre justo, pero después del sueño su justicia está más allá de la ley. Se vuelve “justo” no en nombre de la ley, sino en nombre del amor. Y esta no es una cuestión particular, es una cuestión de la comunidad. José no es solo un símbolo singular, es un símbolo plural, por eso es muy querido por la gente, como escribe el Papa en la Patris corde.

¿Qué hace José como padre?

Ayuda al niño a venir al mundo, crea las condiciones para que el niño, es decir, la vida, venga al mundo dentro de los límites que le impuso la observancia de la ley: tenía que ir a Belén para el censo impuesto por los gobernantes romanos.

Allí se produce otro trauma: el poder, ¡el sistema quiere al niño!

¡Cuántas analogías con nuestro tiempo! Herodes es un símbolo del poder, del sistema. No olvidemos que un judío tenía que obedecer al rey, no solo al sacerdote. José no entrega a su hijo al rey. Como antes no había entregado a su amada María a la ley de la Torá, lo que le obligó de manera perversa a entregarla a la burla pública.

Pensemos hoy en la relación entre las tecnocracias y nuestros hijos.

Uno es padre si no entrega al niño al sistema y al poder y construye las condiciones para que el hijo se emancipe de ese poder. ¿Estamos seguros de que no entregaremos a nuestros hijos al poder, pagando personalmente para salvarlos?

Después de ese segundo trauma, José da otro paso necesario para ser padre. Abandona su religión, su lengua, su cultura, su trabajo y sus tradiciones para no entregar a su hijo a Herodes. ¿Somos capaces de emprender un viaje para construir las condiciones para que el misterio y el sueño de nuestro hijo no solo llegue al mundo, sino para que también crezca?

Hay un tercer trauma en la vida de José. Después de haberse asentado en Egipto, la señal recibida en el sueño es que debe regresar a su hogar. Piensa en regresar a Jerusalén, pero, y será el cuarto trauma, el del cuarto sueño, se le dice que regrese a Nazaret.

El viaje de José es un viaje de transformación de la vida cotidiana: de Nazaret a Nazaret. Cuando José regresó a Nazaret se convirtió en padre.

Ser padre es la condición humana para ser hijo al máximo.

Lo que nos une es que todos somos hijos. Esta experiencia la tuve con mi padre porque en los últimos años de su vida él fue el hijo y yo fui el padre que lo cuidó: fue padre toda su vida y al final… ¡fue un hijo! Para un creyente esto también está en la tradición de la fe. Al final todos seremos hermanos, solo hermanos. El padre no es otra cosa que la evolución de la libertad de la persona que se hace disponible para ser el “tú” del otro. De esto José es un claro símbolo. El hecho de que nunca hable en el Evangelio es el signo evidente de la superación del propio “yo”. No del poder del propio yo, sino de la superación del propio “yo”, a través del “tú” de María y el “tú” de Jesús.

Aceptar la realidad de la mujer que ama

¿Cómo comienza el hecho de que José se convierta en padre? Llevando “con él” y no “para él” a la mujer que amaba. Pasa a la realidad de padre al aceptar plenamente la realidad de la mujer que ama.

Un joven está preparado para ser padre cuando acoge y acepta la realidad que, por lo general duele y casi nunca es exactamente lo que esperabas. ¿No es esta nuestra historia? Esto nos dice que el rol del padre es “transitivo”, por eso, todo padre es “la sombra del padre”: uno no es padre de por vida. La peregrinación del padre es la de un hijo que, a través de la experiencia de ser padre, se convierte más conscientemente en hijo.

Este es el último regalo que Jesús da a su padre José en el relato del Evangelio. Jesús, al que encuentran en el templo después de tres días, recuerda a José que tiene otro Padre. Porque todos los padres son padres adoptivos: ningún hijo es propiedad del padre. El verdadero padre es Dios o, para los no creyentes, la vida, el misterio. Fuera de esta conciencia están las perversiones de la paternidad: el padre-tirano, que usa el poder del papel para matar al hijo, es decir, el padre-Herodes, o el padre perverso que juega a la par del hijo.

Padre-deponente

José nos da la figura del padre-deponente, es decir, el padre que se deja atravesar por la autoridad de Dios en la relación con su hijo y está al servicio del hijo, no de sus caprichos, sino de su misterio. Lamentablemente, el mundo está lleno de padres (y madres) que depositan sus sueños y expectativas en sus hijos, condicionando su libertad, en lugar de ponerse al servicio del sueño y la libertad de sus hijos. José no vio nada del hijo en su manifestación como Mesías y Salvador. Según lo que sabemos del Evangelio, desaparece de la vida de Jesús antes del comienzo de su vida pública.

El padre no ve el éxito de su hijo y no es padre porque mide y disfruta los éxitos de su hijo, es padre porque sueña con la libertad de su hijo. Qué lejos estamos de todo esto en una sociedad en la que los hijos se van de casa a los 35 años, en nombre de la seguridad, quemando su juventud y la gracia de su libertad. José nos enseña que en la vida hay que arriesgar, no hay seguridades.

José nunca maldijo los traumas. Sus acciones consiguientes nos muestran que siempre ha bendecido la vida complicada que le tocó. José es justo, como lo entenderá Jesús cuando haga de la justicia una de las bienaventuranzas. La justicia no es simple legalidad, no es simple respeto a las reglas. Es la justicia de la vida. Cada uno tiene sus costumbres y reglas, pero la verdadera justicia se vive sabiendo cuándo se puede o se debe transgredir. José es frágil y no teme a su propia fragilidad. Después de todo, el ángel le había dicho “no temas”, como le había dicho a María. ¿De qué tenemos miedo? De la desproporción entre nuestra fragilidad y los desafíos de la vida.

José es un símbolo de autoridad, de la verdadera. Ya lo dice su nombre: “el que hace crecer”. José es el custodio, pero en un gran sentido que implica custodiar más la pregunta que pretender tener una respuesta para cada pregunta. José no encontró las respuestas con sus pensamientos, sino con el sueño y manteniendo la pregunta. Estamos dominados, en el sistema digital y binario, por la dinámica pregunta-respuesta. El camino de José es otro: custodiar la pregunta, a través del silencio, la escucha, la oración.

¿Los padres y madres de hoy son capaces de soportar la imposibilidad de dar respuestas a veces a las preguntas de sus hijos y, al mismo tiempo, tienen el valor y la paciencia para responder a sus preguntas?

El hombre de los lunes

José, el hombre de los lunes. Es decir, el trabajador.

La “herencia” del padre no es la del domingo, sino la del lunes, la de la vida cotidiana. Todo esto hace de José una compañía importante en nuestra vida. Importante para padres y educadores. La enseñanza fundamental de José sobre la educación es que educar no es instruir, no es entrenar, no es informar. A veces, la educación hace uso de estos elementos, pero educar es acompañar el misterio del niño y ayudarlo a venir al mundo.

La otra gran enseñanza de José es la libertad.

José nos enseña que la libertad no es la libertad de elegir. No eligió nada en la vida. La libertad es ser lo que estamos llamados a ser. Es una vocación, tanto a nivel personal como comunitario. Hay preguntas en la vida que nos acompañan hasta el final. Un hijo es siempre una pregunta, hasta el final. Para salvaguardar esta pregunta en una época de individualismo es importante estar con los demás, no encerrarse en una lógica de familia encerrada en sí misma.

La página de la pérdida de Jesús y su hallazgo es impactante. José y María habían perdido a Jesús y comenzaron a buscarlo veinticuatro horas después, y lo encontraron después de tres días. Estaban un poco inquietos, pero en general serenos porque caminaban en peregrinación, en una caravana comunitaria, contando con la comunidad. Algo que hoy, lamentablemente, ¡es casi impensable!

La figura del poder

Hoy no es fácil desempeñar el papel de padre. ¿A qué no puede renunciar un padre para poder vivir plenamente su llamada, para honrar su vocación? De hecho, la paternidad es una vocación, no es una condición natural, ni una tarea, ni una competencia. Desde cierto punto de vista, incluso más fuerte que la materna. En los últimos cincuenta años hemos vivido una versión de la paternidad que ha intentado combatir la visión del padre que hemos construido a lo largo de tres mil años de historia. En una sociedad machista, caracterizada por el machismo, la figura del padre era la figura del poder. En los últimos cincuenta años esta cuestión ha sido, y con razón, ampliamente cuestionada y combatida.

No hay que lamentar haber perdido a ese padre que podía golpear a un hijo sin que nadie dijera nada o a ese padre que oprimía la voluntad de los hijos con su propia voluntad. Nuestro tiempo ha demolido, al menos en parte y en la cultura occidental, la figura del padre tirano que era un poco como la proyección de cierta imagen de Dios. Tenemos ahora una figura de padre un poco desorientado, que lucha por encontrar su estilo, como si, habiendo quitado esa especie de poder absoluto que lo caracterizó en el pasado, no quedara nada o casi nada del significado de su figura.

Estamos en una fase muy generativa desde el punto de vista paterno, precisamente porque esta figura tiránica y opresiva del padre se está agotando, aunque, por otro lado, lo que hemos logrado traer al mundo por ahora es una figura algo anodina, un poco sosa. Dentro de este camino de reflexión, descubrí la figura de José de Nazaret que, hasta hace unos años, no significaba mucho para mí. Hoy creo que la figura de José recoge, en su aventura como padre, exactamente aquello a lo que un padre no puede renunciar.

La custodia del amor

¿A qué no puede renunciar un padre? No puede renunciar al amor.

Hoy tenemos una idea del amor muy emotiva, muy sentimental, diría de telenovela, ligada a elementos de instantaneidad y emotividad. El amor casi siempre es testimoniado por el hijo y el hijo casi nunca es como pensábamos o queríamos, pero es el símbolo del amor. Un padre no puede renunciar a la custodia del amor. No hacer el amor lo que pensamos, ni hacer el amor lo que queremos. Todos somos hijos, padres solo en el tiempo, padres adoptivos, incluso con respecto a nuestros hijos carnales, o a nuestras obras que son como hijos para nosotros. Y a nuestros hijos, como a nuestras obras, en algún momento tendremos que dejarlos ir.

Un padre no puede renunciar a custodiar el amor a través de la ley y más allá de la ley: esto José lo enseña muy bien. La paternidad requiere la responsabilidad de cumplir la ley y de ir más allá de la ley: la justicia en términos humanos no es suficiente, nunca lo será. Son muchos los momentos en la vida de los padres y madres, en la vida familiar y conyugal, en la vida comunitaria, en los que es necesario transgredir las reglas para guardar el misterio y el sueño del hijo. No hablo de la transgresión adolescente, sino de la transgresión consciente, completamente responsable.

La otra cosa a la que un padre no puede renunciar es a “estar ahí” en los momentos fundamentales. Estar ahí para traer al niño al mundo; estar allí al desearlo; estar ahí cuando hay que cuidarlo y finalmente un padre no puede renunciar a dejar ir a su hijo. Me refiero a la parábola del hijo pródigo. La paradoja de esa parábola es que el hijo “sano” es el que se va, el que destruye todo el patrimonio del padre, el que se arriesga a morir; el menos sano es el que está en casa, escondido y agazapado bajo el gobierno de su padre, pero su libertad nunca está en juego.

No sabemos cómo termina esa historia: cuando el padre sale por segunda vez, no se sabe si ese hijo que siempre había estado con él y ahora, enfadado, se ha apartado, entró después en la fiesta del Padre. Lo último que puede hacer un padre es renunciar a bendecir su propia fragilidad.

Nada como la verdad del hijo –no solo los hijos biológicos– revela la fragilidad del padre. El padre poco tiene que ver con el héroe, tiene más que ver con el sirviente, con conjugar con serenidad su experiencia y su testimonio para el hijo, no tanto con sermonearle.

¿Cómo se hace?

La pregunta recurrente que nos hacemos es: ¿cómo se hace? Ésta es siempre nuestra preocupación, saber cómo.

José nunca supo cómo. Esta es la pregunta que ha custodiado en su corazón toda su vida, una pregunta nunca expresada, porque no es necesaria para generar vida. En la vida de Youssef, después de cada sueño hubo un despertar marcado por un nuevo camino. Quizás también para nosotros, los “transmilenaristas” como él, que en los primeros veinte años de este milenio hemos pasado y estamos pasando por flagelos y desgracias que nos hacen pensar en las plagas de Egipto, esta es la sensación que sentimos dentro del susurro o el grito de una tenaz esperanza, de un deseo de vivir como hombres nuevos en un mundo nuevo.

Comenzamos el nuevo milenio con la tragedia trascendental de la destrucción de las Torres Gemelas en 2001, vivida como el final de una era. El terrorismo se ha extendido por todo el mundo, sembrando muerte y miedo. En 2008 entramos en una crisis económica y financiera global que aún perdura, experimentando el colapso de la seguridad puesta en el poder económico y en el régimen capitalista que nos había engañado con el mito del crecimiento y desarrollo sin frenos y sin límites, para entrar en una época de inestabilidad, estancamiento e incluso decrecimiento.

En 2020, la pandemia de COVID-19 nos obligó a afrontar los límites de la existencia y nuestros propios límites; nos devolvió nuestra fragilidad como pequeñas criaturas en un mundo oscuro y misterioso que nos habíamos engañado controlando y dirigiendo con nuestra voluntad de poder. Ha destruido nuestra ilusión de resolver todo con la ciencia y la tecnología; nos hizo entrar en una época de incertidumbre y hasta de miedo; nos recordó que “estamos todos en el mismo barco” y que nadie se salva solo en este mundo.

Sentimos que vivimos en un sueño, una pesadilla de la que queremos despertar. Pero, ¿cómo nos despertaremos? Escuchar las voces, las palabras, las vivencias de los sueños, el sueño, los traumas y las pesadillas, como José, y con el valor de volver a juntarnos en el camino, refundando la esperanza.

Vías de escape y salvación

En este momento, los que no esperan no son libres.

Todos hemos sido “recluidos” y hemos entendido un poco la condición que los presos viven durante años y los pobres viven toda la vida. Así descubrimos que la libertad no es solo de elegir, sino libertad de ser lo que somos, independientemente de la condición en la que vivamos.

Tendremos un endurecimiento de las formas estatales de control y policía por un lado y, por otro, se fortalecerá el mito de una tecnocracia vivida casi como una religión, que siempre parece asegurarnos vías de escape y salvación. La esperanza es una virtud infantil, enseñó Charles Péguy. Si debemos partir desde el hoy y de su profundidad, debemos dejarnos provocar por algunas cuestiones importantes que también se pueden aplicar al papel de los padres. Y al de los educadores.

La primera, la más importante, es la no eliminación de nuestra fragilidad. La pandemia nos ha hecho comprender que todos somos frágiles y que la fragilidad no debe repararse, sino aceptarse como la única posibilidad de un verdadero encuentro con los demás.

La segunda cuestión es que no podemos poseer la esperanza. La esperanza es un regalo, no proviene del mérito humano. No es un plan de negocios, no es un proyecto: es un movimiento coral.

En este momento, estamos llamados a discernir qué debemos salvar y qué debemos dejar, como José, que en la encrucijada esencial de su historia tuvo el valor de elegir, de salvar lo más importante: el amor por María y la responsabilidad sobre Jesús, dejando de lado lo demás.

*Artículo original publicado en el número de diciembre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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