Tribuna

Dejen que el pueblo de Dios venga a mí

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En estos días pensaba en aquellas personas que fueron depositarias de los milagros por los cuales hoy celebramos a los santos y beatos. Coincidentemente, la beatitud y santidad de Brochero se dio en dos niños, Nicolás y Camila. Emita fue el puente para Esquiú. En el Evangelio de Mateo 19, 24 Jesús es enfático: Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan; porque de los que así son es el Reino de los cielos.



Brochero y Esquiú, además de ejemplos de vida, dan un pasito más y nos enseñan el modo de ser Pueblo de Dios.

Para definir qué era Pueblo de Dios unos cuantos varones, obispos y sacerdotes todos, sesionaron varios días hace 50 años en el Concilio Vaticano II. Con tanto debate, llegaron a la conclusión de que el pueblo de Dios son los bautizados. Así de simple aunque tengan también, reflexiones profundas que ahondan la primera definición por lo que sugiero leer el Capítulo II de la Lumen Gentium.

Ema y Camila, a quienes tuve el gran regalo de conocer estos días, son bautizadas que nos hacen celebrar como Pueblo de Dios la certeza de lo que rezamos al terminar el Credo: La Vida Eterna.

Son dos mujercitas alegres, sencillas, que juegan con sus mascotas, que le rezan a la Virgen y que no necesitan lugares, ni ropas, ni ser nombradas para saber que son hijas de Dios y forman su pueblo. Viven de un modo normal y a la vez extraordinario el amor que el Padre Dios les tiene.

Preguntas

Una de mis grandes preguntas es: ¿qué imagen de pueblo de Dios mostramos los que cronológicamente ya no somos niños?

Les pongo ejemplos. En nuestras misas, especialmente las de celebraciones como patronales, beatificaciones y otras se nombra, se viste y se da los primeros espacios (cómodamente sentados) a los obispos, sacerdotes, diáconos y luego al pueblo de Dios (así llamado en guiones y homilías) a los que no entran en esos títulos; sentado y vestido como pueda y donde pueda.

Esto me lleva a otra reflexión que me asusta: en el momento en que un varón es ordenado sacerdote u obispo o diácono ¿deja de ser pueblo de Dios? En estas mismas celebraciones ¿qué valoramos más? El saludo y la selfie con un obispo, un cura o ¿con alguien sencillo del pueblo de Dios? Esa Iglesia comunidad, no piramidal, que tanto se esforzaron los padres conciliares por regalarnos, no aparece.

Jesús, con el mismo énfasis que usó al pasar por las vidas de Ema, Camila y Nicolás nos dice: ¡Amo tener cerca al pueblo de Dios! La ropa, el lugar y el nombre se le “coló” a la Iglesia con las cortes reales.

De la sencillez de corazón es el reino de los Cielos.