Tribuna

Amor y responsabilidad

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Considero oportuno traer a la dinámica social actual un libro escrito por Karol Wojtyla, San Juan Pablo II, entre 1957 y 1959, publicado en 1960, llamado ‘Amor y responsabilidad’ que terminaría siendo el germen, no sólo de algunas ideas expuestas en la carta encíclica ‘Humanae vitae’ (1968) de Pablo VI, sino de lo que serán sus catequesis papales recogidas en lo que se denominó su ‘Teología del Cuerpo’ (1979-1984).



‘Amor y responsabilidad’ nos es brindado como un apoyo sustancial para iniciarnos en la reflexión sobre el amor humano, la apertura a la vida y la educación sexual.

Se trata de la primera obra de Karol Wojtyla caracterizada por ser un tratado de ética sexual cuyo norte no era ser, como pueden muchos suponer, un texto de la Iglesia en términos de lo que se permite y lo que no se permite, sino más bien una reflexión sobre la persona y de cómo Dios se sirve del hombre y de la mujer, así como de sus relaciones sexuales, para asegurar la existencia de la especie humana y, a partir de allí, llevar la alegría del Evangelio a la pareja y luego a la familia.

Tiempo de utilitarismo

El utilitarismo puede asumir en el matrimonio dos condiciones: el hedonismo, que vuelve a la relación sexual únicamente al sometimiento de un frágil principio de placer, y el rigorismo, que somete a la relación a responder solamente a un imperativo procreador. En ambos casos, los esposos se transforman en instrumentos, en objetos que son útiles, pero que, en definitiva, terminan sacrificando su condición de personas y luego al amor.

El fundamento moral, afirma, no es, en modo alguno, utilizar al otro, nunca instrumentalizarlo, pues, de esta manera, termina cosificándose todo, atentando, como hemos dicho, contra su estatuto de persona rebajándolo al nivel de una cosa. Amar se opone a utilizar, dirá con vehemencia, si amo, es inmoral utilizar al otro, ya que, como es sabido, amar a una persona significa entregarse a ella, y no servirse de ella.

“El principio del utilitarismo y el mandamiento del amor son opuestos, escribe Wojtyla, porque a la luz de este principio el mandamiento del amor pierde sentido sin más”. Saborear el deleite sexual sin tratar en el mismo acto a la persona como un objeto de placer, he ahí el fondo del problema. Toda persona es, así lo reconoce, por su misma naturaleza, capaz de definir sus propios fines y, al tratarla únicamente como un medio, se comete un atentado contra su misma esencia y contra lo que constituye un derecho natural.

Quedamos abiertos a una dimensión dentro de la cual las cuestiones relacionadas con la función sexual y con el intercambio mutuo de placer entre los esposos no desmeritan el hecho cierto de que ambos, marido y mujer, son luz en el Señor. Luz infinita que, por medio del amor, ilumina el esplendor de la Verdad en el corazón de la intimidad, puesto que, el matrimonio es el único sacramento que transforma en fuente de gracia una institución de la tierra, una vieja realidad humana donde la carne tiene parte tan trascendental.

Vivencia del amor humano

El amor humano debe ser vivido en la plenitud de la responsabilidad, lo cual nos conduce al tema de la fecundidad. Advierte Wojtyla que ésta no debe dejarse al azar, sino que, por el contrario, sea decidida por los esposos de manera libre y autónoma, en virtud de que ambos, el hombre y la mujer, son personas iguales en dignidad, por lo tanto, los medios de regulación de la fertilidad deben estar acordes con las exigencias de esta dignidad y con la cooperación responsable entre la pareja. En tal sentido, los medios de la anticoncepción artificial están opuestos radicalmente a esta exigencia de la dignidad de la mujer.

El hombre será, sobre todo, el que ama. La mujer, en cambio, la que es amada. El varón y la hembra en este conocimiento dan comienzo a un ser semejante a ellos, del que pueden decir juntos que “es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gén 2, 24), son como ‘arrebatados’ juntos, juntamente tomados ambos en posesión por la humanidad que ellos, en la unión y en el «conocimiento» recíproco, quieren expresar de nuevo, tomar posesión de nuevo, recabándola de sí mismos, de la propia humanidad, de la admirable madurez masculina y femenina de sus cuerpos, y finalmente -a través de toda la serie de concepciones y generaciones humanas desde el principio- del misterio mismo de la creación. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela