¿Por qué negociar con el ELN?

Sin diálogo no hay real humanidad. El diálogo, el acuerdo, la concertación, son características específicas de los humanos. En los humanos prima la razón sobre la fuerza. Por ello, bienvenido el diálogo con el ELN. Estaba en mora. Teilhard de Chardin escribió un día: “La humanidad amaneció el día en que el primer primate cambio la piedra por la palabra”. Oponernos al diálogo es invitarnos a tomar de nuevo la piedra.

Muchos colombianos querían este diálogo con los Elenos. También el Gobierno. Pero los Elenos no se habían decidido. Hay que reconocerlo: el Estado y los Elenos han fracasado en la guerra. No hay vencedores ni vencidos. Solo hay víctimas y destrozos. Solo queda claro que la vencida es la guerra. Y que, con ella, ha fracasado Colombia. Pero hay que reconocer al ELN otro frente, ¡más importante que la guerra! La organización social territorial y política de sus bases en búsqueda de la justicia y la igualdad. El abandono de la guerra debe ser para dedicarse a profundizar esa construcción social, inconclusa pero prometedora, si acoge seriamente la democracia, la socialización plural, el voto. Pero muchos no creen en que su voluntad de diálogo sea sincera porque piensan −y no sin alguna razón− que su unidad está fracturada. No creen que la gente pueda cambiar. Y también porque parece que sobrevivirá una parte de la guerrilla. Ojalá no.

Pero no todo lo definen las negociaciones. Ellas son solo el comienzo de la construcción de la paz. La paz no es solo un pacto. Es un proceso de años de reformas y compromiso. No basta con que sea irreversible. Se necesita que sea procesual y futurista.

¿Desafíos? Muchos. Pero el hombre es un ser inteligente y básicamente social. Por eso somos capaces de evitar errores propios de los negociadores: la incapacidad de entender la posición del otro, asumir posiciones inmodificables, indiscutibles. O incluso, instrumentalizar las negociaciones. Es lo más absurdo en una negociación. Un desafío particular sería que no todos los frentes entraran en la negociación. Que sobreviviera un ELN guerrista, por encima del ELN humanista, social y luchador. Hay que mantener la unidad y, claro, también el sueño de que negocie la totalidad del ELN. Un riesgo inocultable es que algunos deriven en bandas o grupos delincuenciales, paramilitares o narcotraficantes.

La Iglesia y la paz

En la fe cristiana no hay espacio para la discusión “paz o guerra”. Es obvio que la fe cristiana está por la paz. Es el gran regalo del día de la resurrección. Pero la paz tiene un perfil particular: es una construcción comunitaria. Es participación ciudadana e inclusión que pasa por la verdad y el perdón hacia la reconciliación y justicia. Es el logro progresivo de la igualdad de derechos y deberes. Por eso, no hay duda: la posición unánime de la Iglesia es por el derecho y la justicia, por el diálogo y la paz. La Iglesia ha sido parte del movimiento facilitador de estos diálogos. Pero hasta hoy no es parte del grupo de negociadores. La Iglesia, que yo sepa, no ha sido invitada a las negociaciones.

Entonces, ¿qué puede hacer la Iglesia por la paz? Elaborar pensamiento sobre la paz y sus caminos, en sus universidades y colegios. Educar para la verdad y el perdón, la reconciliación y la paz. En sus diócesis, parroquias y organizaciones, promover la paz como el modo fundamental de vida humana: en el culto, el mundo del trabajo pastoral, la educación, los medios de comunicación… una pastoral de la paz en todas sus estructuras, grupos y organizaciones pastorales. Estar vigilante, no para mandar, sino para acompañar, inspirar, quizá mediar. Pronta a servir e inspirar en cada cristiano el modelo del Buen Samaritano, que ama y por eso se solidariza. No sabe quién es el asaltado, qué religión tiene, ni qué ideario político profesa. Tampoco protesta primero. Lo primero es servir. Lo transversal es la dignidad de la persona humana y la respuesta de justicia y amor. El samaritano de hoy debe ser reconocido y se le debe abrir espacio. Después de curar las heridas, ese espacio se llama desarrollo social y político, con justicia, libertad y participación solidaria. Eso es lo que puede y debe hacer todo cristiano en su vida cotidiana. Y predicar a Jesucristo, el que inspira la paz, el que la da. Y orar: orar mucho, para que el Señor nos de fuerza y nos envíe. En toda reunión. En la eucaristía, horas santas. retiros espirituales. La paz es también un don que Dios concede a quienes la piden y la trabajan.

En síntesis, hoy hemos terminado la guerra con las FARC y estamos negociando un acuerdo definitivo y también hoy estamos ad portas de empezar a construir la paz negociada con el ELN. Toda Colombia sigue estás negociaciones. Es un momento trascendental. Por ello es claro que todos los ciudadanos, creyentes o no, tenemos una responsabilidad ineludible. ¿Cómo aclimatar transversalmente en las comunidades y organizaciones religiosas el deber de buscar, de reabrir y de acoger la paz que Jesús mismo nos dejó como tarea? Pero no es como nos la da el mundo. Fraccionando la comunidad humana, desconociendo la igualdad de derechos y deberes de todos por igual. La paz de Cristo pasa por la justicia, el amor y la entrega, por la verdad, el perdón y la reconciliación para todos. Es el camino cristiano para llegar a la paz.

Sobre verdad y negociaciones

La verdad es el primer fundamento del proceso de negociación: verdad, justicia y reparación. De la verdad se podría decir que es “un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. La verdad es la fuerza moral que sustenta la justicia y la reparación. En consecuencia, deben establecerse los parámetros y sanciones para la verdad y sus eventuales violaciones.

Los primeros artesanos de la verdad deben ser los victimarios, y con su propia visión, sus recuerdos, incluso, sus respuestas a las víctimas y su verdad ante el Estado. También las víctimas, por riesgoso que les resulte, deben aportar su propia verdad. La que quisieran callar los victimarios. Y ellos, un día, más serenos, deben pedir perdón. A las víctimas les corresponde sellar el proceso con perdón concedido.

Colombianos: apoyemos la verdad, la justicia y la reparación. Y aportemos una actitud positiva, conciliadora, humanizante y, por su puesto, justa y amorosa, que no borra la memoria pero que aporta el perdón que libera el corazón de las víctimas y que sana la mente y la conciencia del victimario que así se reconstruye como ser humano. Nosotros, los ciudadanos, constituimos un tercer y definitivo frente por la paz. Organicémonos, compartamos nuestras convicciones y trabajemos por un cambio de la cultura de la violencia, como camino a la eliminación de cincuenta años de violencia guerrillera. No identificamos la paz con la sola ausencia de la guerra. La paz no es solo una negociación guerrilla–Estado, para dejar las armas. En esa no estamos los colombianos comunes y corriente. Pero hay otra “negociación”. Es la convivencia cotidiana allí donde estuvo la guerrilla armada; allí donde quedan las cicatrices del cautiverio, el secuestro, la tortura, la extorsión, ¡la guerra! El Dios de la paz nos acompañe.

Nel Beltrán.

Obispo emérito de Sincelejo

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