Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.333
Nº 3.333

Teilhard de Chardin y ‘La misa sobre el mundo’

Durante el rito de despedida de la misa, celebrada en el Steppe Arena de Ulán Bator el domingo 3 de septiembre, Francisco hizo una alusión explícita y detallada a Teilhard de Chardin, a ‘La misa sobre el mundo’ y al estigma de silencio que el jesuita francés tuvo que soportar durante toda su vida.



Para muchos de los que apreciamos el legado científico, teológico y místico de Teilhard, las palabras del Papa sobre “este sacerdote a menudo incomprendido” no solo fueron un gesto de justicia y una reparación necesaria, sino también un voto de confianza en todo trabajo de reflexión teológica que procura recoger la esencia más genuina de la tradición y encarnarla en los nuevos paradigmas. Ya nos decía Gustav Mahler, con buen acierto sinfónico, que la tradición no puede ser la adoración de unas cenizas, sino la transmisión de un fuego.

Palabras del Papa

Estas fueron las reparadoras palabras del Papa: “La Misa es acción de gracias, ‘Eucaristía’. Celebrarla en esta tierra me ha hecho recordar la oración del padre jesuita Pierre Teilhard de Chardin, elevada a Dios hace exactamente cien años, en el desierto de Ordos, no muy lejos de aquí. Dice así: ‘Me postro, Dios mío, ante tu Presencia en el Universo, que se ha hecho ardiente. Y en los rasgos de todo lo que encuentre, y de todo lo que me suceda, y de todo lo que realice en el día de hoy, te deseo y te espero’.

El padre Teilhard se dedicaba a la investigación geológica. Deseaba ardientemente celebrar la Santa Misa, pero no tenía consigo ni pan ni vino. Fue entonces cuando compuso su ‘Misa sobre el mundo’, y expresó su ofrenda de este modo: ‘Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, atraída por Ti, te presenta en esta nueva aurora’.

Y una oración similar había nacido ya en él durante la I Guerra Mundial, mientras estaba en el frente, ejerciendo como camillero. Este sacerdote, a menudo incomprendido, había intuido que ‘la Eucaristía se celebra, en cierto sentido –en cierto sentido–, sobre el altar del mundo’ y que es ‘el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable’ (carta encíclica Laudato si’, 236), incluso en un tiempo de tensiones y de guerras como el nuestro. Recemos hoy, por tanto, con las palabras del padre Teilhard: ‘Verbo resplandeciente, Potencia ardiente, Tú que amasas lo múltiple para infundirle tu vida, extiende sobre nosotros, te lo ruego, tus manos poderosas, tus manos previsoras, tus manos omnipresentes’”.

¿Quién era y qué hacía en Mongolia?

Pero ¿quién era Teilhard? ¿Por qué rezaba de este modo tan inusual? ¿Qué hacía en las lejanas tierras de Mongolia y por qué el Papa lo ha recordado estos días de un modo tan particular?

Pierre Teilhard de Chardin fue un renombrado científico y jesuita francés, que se había formado en el Museo de Historia Natural de París, bajo el magisterio académico del paleontólogo Marcellin Boule. Había nacido en la Auvernia francesa en 1881 y, ya desde muy niño, cultivó una pasión particular por las ciencias naturales.

La familia Teilhard hacía frecuentes excursiones por los territorios volcánicos del Puy de Dôme y Pierre no tardó en sentir una fascinación inexplicable por aquellas piedras que guardaban en la sólida porosidad de su estructura una historia de magmas ardientes y de cataclismos petrificados. Animado por su padre, había iniciado tempranamente colecciones de insectos, de plumas, de minerales y hasta un herbario de plantas prensadas.

Pasión por las piedras

Esta vocación científica en ciernes creció y se perfiló durante el bachillerato en el colegio jesuita de Mongré, próximo a Lyon, y sus profesores eran muy conscientes de que ni la belleza de la poesía de Horacio ni la plana geometría de Euclides podían competir con esa pasión crónica de Teilhard por las piedras y por su asombrosa capacidad para contener el tiempo en su seno. No era difícil entonces bromear con su nombre en un sencillo juego de palabras, porque Pierre es “piedra” en francés.

A los 18 años ingresó en el noviciado de Aix-en-Provence hasta que, al ser expulsados los jesuitas de Francia, Teilhard tuvo que culminar su formación como sacerdote en Inglaterra. Una marea de novicios nostálgicos, de maletas austeras, de bonetes y fajines negros ondeando en la brisa atlántica cruzó entonces el Canal de la Mancha, desde la Bretaña francesa a la isla de Jersey.

De Jersey a El Cairo

El cambio de aires le brindó al joven Teilhard la ocasión providencial de estudiar ‘in situ’ la geología de aquella isla, y recoger rocas y fósiles en sus paseos por los acantilados de la costa. Ejerció luego, durante tres años, como profesor de Física en el colegio de los jesuitas en El Cairo, lo que le permitió realizar también numerosas prospecciones de fósiles en las colinas desérticas de Mokattam, con hallazgos singulares que hacen que el nombre latino ‘teilhardi’ sea hoy el apellido honorario de algunas especies extintas de mamíferos, peces y moluscos.

Tras ordenarse en 1911, Teilhard se especializó en los mamíferos fósiles del eoceno y llegó a ser uno de los más reputados especialistas en el paleolítico de Asia central. Participó en el hallazgo del hombre de Pekín, conocido en su día como ‘Sinanthropus pekinensis’ y hoy recatalogado como ‘Homo erectus pekinensis’. Con argucias de geólogo experto, Teilhard supo datar aquel cráneo en los albores del pleistoceno medio, es decir, hace al menos 250.000 años. “Fue un buen golpe de suerte”, pensaron algunos, pero el jesuita reivindicaba la seriedad de un esfuerzo colectivo: “Suerte no, fueron tres años de trabajo sistemático y encarnizado”, zanjaba rotundo. (…)

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