Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.334
Nº 3.334

Sínodo de la Sinodalidad: querer morir, por amor, para poder resucitar

La sinodalidad es una llamada a construir “una manera encarnada de poner en funcionamiento la organización eclesial” (QA 85), que no solamente reconfigure las relaciones y la manera de ver la Iglesia, sino que genere también nuevas estructuras y formas de actuación. Se trata de suscitar procesos de escucha, de discernimiento y de decisión que tengan en cuenta la realidad de cada Iglesia local (‘Episcopalis communio’, 6 &1), porque “no hace justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monótono (QA 69).



La sinodalidad, según nos recuerda Francisco, es una dimensión constitutiva de la Iglesia que pide ser realizada y vivida concretamente, de formas muy diversas, porque –como también nos dice Francisco– la Iglesia se asemeja a un poliedro.

¿Qué Iglesia queremos ser?

Dentro del proceso sinodal que estamos viviendo, con todas las aportaciones que se están suscitando, con toda la diversidad que iremos viendo, hay algunas cuestiones que debemos tener muy claras y que se resumen en una, porque en ella está todo englobado: ¿qué Iglesia queremos ser?

¿Qué hubiera pasado si la cananea no hubiera insistido ante la respuesta de un Jesús tan poco empático, que comparaba a los no judíos con perritos? Se habrían dado dos realidades. La primera, que la hija de esta buena mujer cananea no habría sido curada; la segunda, que Jesús no hubiera sabido, o habría tardado en descubrir, que su misión era para todos, universal, no solo para los judíos. Porque el hombre Jesús no lo sabía todo y necesitaba también una catequesis, y su catequista fue una mujer cananea, pagana, que nada tenía que hacer o decir en la sociedad judía ni, mucho menos, en el judaísmo. Basta con observar la reacción de los que acompañaban a Jesús, tan judíos como él mismo y, en consecuencia, tan reacios a semejante situación.

Ni rechazo ni exclusión

La petición de esta mujer es una confesión de fe en forma de grito de petición de ayuda. Ella, excluida junto a su hija enferma, quiere ser partícipe de esa salvación que está llegando con Jesús, de ese cambio que se empieza a ver, de esa nueva forma de ser en la vida, en la que el rechazo y la exclusión no tienen cabida.

No sabemos si esta mujer cananea sería una de las muchas que siguió a Jesús posteriormente como discípula; en todo caso, estamos ante una mujer a la que nadie dio la palabra, a la que nadie facilitó el acceso a Jesús y a la que nadie respetaba; y, sin embargo, se acercó a él, le habló y fue escuchada. Buscó y aprovechó la oportunidad.

Escuchar, la palabra clave

La cananea insistió de igual a igual, es decir, se situó en la misma realidad de Jesús –y es muy interesante ver cómo lo hace con el mismo lenguaje que ha utilizado él–, pero también es verdad que Jesús quiso escuchar. Y escuchó tan bien que, en la respuesta definitiva a la mujer cananea, le dice: “Por eso que has dicho…”. Escuchar es la palabra clave. Al hacerlo, Jesús amplió su horizonte de conocimiento, amplió la visión de la misión que tenía encomendada, y que resumirá en una frase corta y profunda cuando, en el evangelio de Juan, diga: “He venido a traer vida, y a traerla en abundancia”.

Cuando somos niños, aprendemos por repetición. Repetimos sonidos que iremos haciendo palabras, repetimos gestos, repetimos posturas… Es decir, nadie nace aprendido para desenvolverse en la vida. En la Iglesia nos pasa igual, tenemos que aprender, pero no precisamente para repetir palabras, gestos o posturas, sino para adaptar las palabras, los gestos y las posturas a la realidad que nos muestra la vida, para poder seguir cumpliendo la misión que cada uno tiene asignada. Esto no es nuevo. La Iglesia lo ha hecho en otras épocas.

Preguntas y repreguntar

Para eso estamos en este Sínodo: para ser todos un poco como la mujer cananea, para acercarnos, para preguntar, para repreguntar si hace falta, para insistir en ello, porque –como a la mujer cananea– nadie nos va a abrir, a facilitar el acceso, y tenemos que aprovechar la oportunidad. Y ahora estamos en ‘modo oportunidad’ en la Iglesia. Es nuestra voz la que tenemos que hacer oír, pero es también necesaria nuestra presencia, porque el ejemplo de Jesús nos dice que es preciso romper las normas de aislamiento o invisibilidad.

Cada uno crece desde la raíz que alimentó su fe, pero sumando la riqueza que nos aportan los demás, ganamos todos. De eso se trata en este momento en la Iglesia: de sumar desde lo diferente, de no considerarnos ‘perritos’ los unos a los otros, sino de creernos que la vida que nos regala Dios a través de su Hijo es vida en abundancia, porque es riqueza compartida y diferente desde la creación.

Estamos en un momento que se asemeja mucho al que vivieron los ingenieros e inversionistas de inicios del siglo XIX, cuando las locomotoras de vapor arrastraban uno o dos vagones en distancias muy cortas, pero requerían un gran desembolso económico. El pequeño inconveniente del gran desembolso económico y la corta distancia que recorrían no desalentaron ni a inversores ni a ingenieros.

Fe y esperanza

Así, continuaron adelante porque había dos constantes que les animaban a hacerlo: la fe en lo que hacían y la esperanza de que otros, después de ellos, seguirían adelante con esos proyectos.

Y gracias a esa fe y a esa esperanza de aquellos ingenieros e inversores del siglo XIX, hoy tenemos los trenes de alta velocidad, trenes que, literalmente, flotan sobre un solo raíl. Incluso, hay proyectos ya en prácticas de trenes que se desplazarán por túneles creados expresamente al vacío, para que no haya fricción alguna con el aire, y sean más rápidos y más limpios desde un punto de vista energético y ecológico.

Su fe y su esperanza fueron mucho más fuertes que todos los comentarios que llegaban de los agoreros y profetas de calamidades, que seguían apostando por el caballo como el mejor y único medio de transporte. No querían escuchar, no querían ver… incluso hubo sabotajes, pero ellos siguieron adelante. Y todo esto, ¿tiene que ver algo con la sinodalidad y la asamblea de octubre que está a punto de comenzar? (…)

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Índice del Pliego

1. ¿QUÉ HUBIERA PASADO SI…?

2. LOS PRIMEROS TRENES Y NOSOTROS

3. EL ACENTO QUE MARCA EL AHORA

4. A QUÉ MORIR Y A QUÉ RESUCITAR

5. LA SILLA, LA ESPERANZA Y EL AMANECER

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