Monstruo

No es la primera vez ni la segunda que el papa Francisco lleva a cabo un ejercicio que va más allá de la empatía con un colectivo para pasar a la identificación. En el jubileo de los presos, el obispo de Roma lo volvió a expresar: “Cada vez que entro en una cárcel, me pregunto: «¿Por qué ellos y no yo?». Todos tenemos la posibilidad de equivocarnos: todos”.

Por mi cabeza también ha sobrevolado esta idea en más de una ocasión. Cuando te has criado en un barrio de periferia real, donde los restos de los picos de heroína se dejaban ver en la plaza de al lado y el desarraigo migrante se salvaba con una jordana de puertas abiertas permanente en el patio de vecinos, se intuye con más facilidad por donde va el papa Francisco.

Vivir en un portal o en otro puede condicionar determinadas elecciones en la vida, sabes que la frontera entre lo bueno y lo malo, lo correcto o lo incorrecto se plantea tan difuminada que se puede caer de un lado o en otro con la misma facilidad que se puede pegar una tortilla en la sartén si no se le ha dado el punto justo de aceite.

El punto justo. Ese instante en el que uno rompe la norma. La décima de segundo en el que se toma la decisión errada casi sin ser consciente supone la antesala de una espiral de fatalidades. El momento en el que uno pierde el control y se deja llevar por los instintos, miedos y heridas que el director de cine español Juan José Bayona transforma en un gigante en su nueva película: Un monstruo viene a verme. De vez en cuando. Sigiloso. Veo que a Jorge Mario Bergoglio también. Y a usted. La tentación humana. Pero no le tenga pavor. No muerde. Basta con mirarle de frente. Al espejo. En el reflejo interior. Para conocerse y reconocerse. Para descubrirse vulnerable como los que permanecen en las cárceles. Para saberse pecador. Para tomar las riendas de la vida. De la libertad de cada uno.

José Beltrán

Director de Vida Nueva España

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