Especialidad: el perdón

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Entrevista al padre Leonel Narváez, Director de la Fundación para la Reconciliación

Es el aporte que cada colombiano puede dar para que el país pueda vivir en paz. Sin ese aporte la paz será imposible, con él estarán abiertos los caminos para que todos podamos vivir en paz.

Es la idea que le queda a uno después de hablar sobre el perdón y la reconciliación con un experto: el padre Leonel Narváez.

Me dice que hace dos semanas estaba en Siria y que ayer llegó de México. Sus Escuelas de Perdón se han convertido en producto de exportación de Colombia, uno de los países más violentos del mundo.

Guatemala-10A comienzos de este siglo, en su columna de opinión de El Tiempo, el exministro Carlos Lemos comentaba: “la violencia política que azota al país no produjo una sola reacción de arrepentimiento. Definitivamente, los colombianos somos muy malos para pedir perdón”.

Es la misma percepción a que ha llegado mi interlocutor, el padre Leonel Narváez, después de 15 años ocupados en tareas de perdón y reconciliación.

“En Colombia, 59 por ciento de los homicidios suceden por venganza (datos de Medicina Legal y Fiscalía); y, aproximadamente, 28, 20 por ciento por riñas. Pero estas riñas van unidas a la venganza. Y, entonces, entre los dos, tú sumas: más del 85 por ciento de los homicidios en Colombia no tienen por causante ni la guerrilla ni el narcotráfico sino la venganza. Seguimos poniendo policías, cámaras y no le damos al clavo donde es… Aumentando el Ejército… el tema de la violencia es un tema del corazón humano, es la ecología del alma que no nos está funcionando. Un gran reto para los cristianos en Latinoamérica. De las 50 ciudades más violentas del mundo, 44 están en América Latina. Hay 18 ciudades de las más violentas del mundo en Brasil. En Colombia tenemos cinco”.

Todo comenzó en El Caguán, una región y un nombre que los colombianos llevamos asociados al estruendoso fracaso del gobierno de Andrés Pastrana en su intento por construir la paz.

“Yo viví once años en El Caguán y colaboré codo a codo con monseñor Luis Augusto Castro”

“Yo viví once años en El Caguán y colaboré codo a codo con monseñor Luis Augusto Castro”

“Yo viví once años en El Caguán y colaboré codo a codo con monseñor Luis Augusto Castro, actual Presidente de la Conferencia Episcopal, el cual era uno de los negociadores. Estuve muy cercano a él. Yo soy sociólogo, estudié sociología y temas de resolución de conflicto; o sea que en ese tiempo se me prestaba mucho para eso. Lo trágico es que después de tres años muy intensos, de negociaciones, todo fracasó y yo, como sociólogo y como experto en resolución de conflictos, me sentí también fracasado. Entonces, empecé a estar en crisis y tuve la fortuna de que me pude ir a estudiar ese tema casi por tres años con muy buenos expertos, politólogos, antropólogos, abogados, en la Universidad de Harvard. De allá es de donde salió una metodología que es la que venimos aplicando hoy en Colombia y en casi 15 países de Latinoamérica. Se llama Escuelas de Perdón y Reconciliación, donde lo que hacemos es ayudarles a las personas a hacer procesos de perdón y de reconciliación”.

La experiencia con las comunidades nómadas del Sahara, en Etiopía, en el Sudán o Kenia, según un relato recogido por El Espectador, hacen parte del conocimiento que el padre Leonel activa en las Escuelas del Perdón.

El perdón no cambia el pasado pero sí cambia el futuro

“Hay estudios interesantes sobre el tema del perdón: que perdonan más fácilmente las mujeres; que la edad ayuda a que nos entendamos y facilitemos el perdón; que es más difícil para una persona de 25 o de 30 perdonar que para una de 50, 60, 70. Las personas más adultas se vuelven más abiertas a ciertos valores. Pero, realmente, yo diría: los procesos de perdón son difíciles para todos. Y yo pienso que la mayor dificultad es que no sabemos cómo. Y lo trágico de todo esto es doble: que las ciencias sociales apenas en estos 10, 15 años han comenzado a considerar el perdón como un componente a su nivel; sobre todo al de la sicología, de la siquiatría e, incluso, de temas como la política, el trabajo social, la democracia. Primero eso. Segundo: lo más trágico de todo es que quien debería ser experto de eso es la Iglesia Católica o, digamos, los cristianos, en general; porque Cristo fue el que elevó el perdón a lo hiperbólico. Así lo dice Mounier. Según él, Cristo elevó el perdón a lo hiperbólico, es decir, a lo máximo. Y mientras todas las religiones lo tienen, el cristianismo habla de cosas paradójicas como de que hay que perdonar setenta veces siete; de que hay que perdonar lo imperdonable; y, peor, de que hay que ofrecerse por el perdón de los pecados que quita los pecados de los demás. Eso es lo paradójico y lo hiperbólico del cristianismo, que uno se tiene que ofrecer como ofrenda para limpiar los pecados de los demás, tal y como lo hizo Jesús. Es paradójico que Latinoamérica, el continente más cristiano, sea el más violento del mundo. Es paradójico que ciudades como Medellín, donde son todos re-católicos, con 20 escapularios encima, a algunos representantes políticos de esa zona aquello del perdón les sabe a cacho, no se lo tragan”.

¿Y eso tiene alguna explicación?

Yo pienso que lo que pasa es que nos toca re-evangelizar. El cristianismo lo hemos enseñado en la forma en que no es, desafortunadamente. Y en toda Latinoamérica el cristianismo tiene que rehacerse y reconstruirse. Todos estos temas de infierno, de castigo, de culpa, no entran, no empatan con ese tema de la misericordia, de la bondad infinita de Dios.

La experiencia mía en estos 15 años de encontrarme con miles de personas perdonando es que el perdón es un ejercicio de posicionar o de encender el cerebro evolucionado, el cerebro nuevo. En lugar de dejar que esté predominando el cerebro arcaico, el cerebro reptílico, dinosáurico (como lo llaman otros). Nosotros tenemos este ejercicio de evolución, que salimos de Dios y vamos hacia Dios. Creo yo, al estilo de Teilhard de Chardin, que nosotros, realmente, vamos hacia Dios, somos un proyecto de amor de Dios; y, en este proceso evolucionario, todavía nuestro cerebro está demasiado arcaico, demasiado no evolucionado. El cerebro arcaico tiene como característica la rabia y el rencor, lo reptílico de nosotros; digamos, lo animal (lo instintivo); mientras que el cerebro evolucionado tiene como característica la compasión, la bondad. Entonces: o uno se posiciona en lo instintivo, que es la rabia y el miedo, que son los dos instintos más primarios que hay; o uno se posiciona en el cerebro evolucionado, que no pasa de 10, 12 por ciento, dicen los neurólogos, de lo que tiene la humanidad de evolucionada. Entonces, o tú te posicionas en esto, en el 10 por ciento de tu cerebro evolucionado; o te posicionas en el 90 que no se ha evolucionado, que es lo arcaico. Te lo digo en palabras de Pascal, quien dice que nosotros llevamos por dentro un ángel y una bestia; y que ambos son importantes. Pero si nosotros pudiéramos hacer prevalecer siempre el ángel en nosotros… El ángel yo lo resumo diciendo: el que practica la bondad y la compasión. En el fondo es el gran proyecto humano: una persona que entienda cuál es el gran proyecto humano necesariamente entiende qué es la propuesta de la bondad, de la compasión, de la misericordia, del amor. El resto es perder tiempo.

11868753_733421066804020_1431909486_nSe supone, entonces, que el perdón es para cerebros evolucionados…

Exactamente. Una persona que no perdona es una persona arcaica, todavía cavernaria.

¿El cerebro de los colombianos es evolucionado o cavernario?

En este momento hay un proceso lindísimo en Colombia de muchos cerebros evolucionados. Yo, que me la paso en medio de víctimas y de dolores terribles, pienso que en Colombia mucha gente está entendiendo la enorme profundidad de lo espiritual, que no es igual a lo religioso. Y, en ese sentido, es ese salto evolucionario hacia formas más humanas. Diría que un buen 50 por ciento de los colombianos estamos entendiendo esto, pero nos queda otro 50 por ciento que todavía hace mucho ruido y nos deja en la caverna.

Lo inédito del caso colombiano

¿Y hay algo que se pueda hacer con ese 50 por ciento?

Y, en fin, cosas como esas. Más todavía: apenas hace 15 días yo estuve en Siria con un grupo de musulmanes, ayudándoles: si era posible el perdón. Totalmente posible. Los musulmanes y musulmanas agradecidísimos. Porque el perdón era una propuesta, para ellos, de una importancia capital. Eran poetas, artistas, cantantes, músicos y escritores que querían aprender el perdón como una posibilidad de hacerles propuestas a sus congéneres en Siria. Y qué bonito poder decir hoy en día que el perdón es, mucho más allá de un tema religioso, un tema de una espiritualidad humana.

¿Dónde está la dificultad para perdonar?

El tema básico del perdón es cómo transformar la memoria. La memoria que se me incrusta en el corazón, en la mente, en todo. Lo que yo más difícil encuentro en el proceso de perdón es cómo ayudarle a la persona a cambiar narrativas de venganza y de rencor por narrativas de bondad. Ese es el gran proceso de perdón. Y te cuento: eso es posible, porque nosotros hemos visto todos esos cambios; cómo una persona puede cambiar de mirar al pasado y ponerse a mirar al futuro.

El perdón, una creación

Es toda una creación el perdón…

Esa palabra me parece que resume muy bien lo que estamos diciendo. La persona que logra perdonar recrea al otro. Es crear la imagen del ofensor totalmente nueva en mí. Entonces, yo te recreo. Me hago creador. Es decir, es jugar a ser Dios. Yo te vuelvo y te creo a ti, ser humano, con toda la dignidad que tú tienes. Entonces, yo en ti logro ver ya no solo al criminal, al matón, al que me hizo daño en la vida, sino que ya te logro ver como hermano, como una criatura de Dios, como un compañero de construcción democrática y política.

El gran secreto que nosotros hemos encontrado para que la gente aprenda a perdonar es que el perdón es más fácil cuando se hace entre dos o tres. En pequeños grupos. Entonces, el gran secreto que nosotros tenemos en las Escuelas de Perdón y Reconciliación es que ponemos tres personas, víctimas, que tienen algún dolor; nosotros guiamos algunas preguntas, generadoras; y entre ellas van generando las respuestas. Y por eso de las famosas neuronas espejo las personas encuentran la solución. Y es impresionante cómo las personas se transforman cuando se encuentran con dos o tres. Yo hice recientemente un encuentro para obispos de Latinoamérica, con las Escuelas de Perdón y Reconciliación. Y era impresionante: son seres carnales, como tú y yo. También ellos necesitan perdonar. Tú los colocas de dos o tres y era impresionante cómo ellos lograban hacer procesos de perdón. Entonces, yo diría que el perdón se comparte. Por eso, para los temas de perdón, no se necesitan sicólogos ni siquiatras sino ayudar a los pequeños grupos humanos a que hagan este ejercicio de catarsis, primero. Y, segundo, de elevamiento, ascenso evolucional y espiritual y eso lo pueden hacer cuando dos o tres se reúnen “en mi nombre”, en el nombre del perdón.

El país está, prácticamente, en vísperas de un posconflicto y en ese posconflicto uno siempre piensa en la necesidad del perdón y de la reconciliación. Pero, ¿si se está preparando en serio ese posconflicto desde este punto de vista del perdón?

DSC02339Buenísima pregunta. El gobierno está pensando mucho en responder las necesidades de la gente: tierra, vivienda, empleo. Muy bien. Y está también tratando de responder a las necesidades jurídicas de verdad, justicia, reparación. Pero poquísimo este tema. Y yo pienso que ahí es donde estamos fallando las iglesias. Yo me considero un profeta en el desierto. Me gustaría que más gente pudiera aprovechar los impactos que nosotros tenemos; no solamente en Colombia. Estamos en más de 18 países del mundo con pequeños grupos multiplicándose poco a poco. ¿Qué es lo que pasa? Que estos procesos, para que hagan escalamiento, necesitan dinero, apoyo, multiplicadores. Además, yo también me imagino que estos son procesos que exigen o piden la ley de la gradualidad: todo va creciendo poco a poco y hay que respetar y tener esa paciencia histórica que exigen las cosas.

¿Ha habido algún momento, en este ejercicio que usted ha venido haciendo durante los últimos 15 años, en que un proceso de perdón lo haya deslumbrado y le haya reafirmado la convicción de que sí es posible el perdón?

Muchísimos casos. Nada más los que te acabo de contar, de un grupo de México. Pero acá en Colombia: las mujeres de la plaza de La Candelaria, en Medellín; maravillosas mujeres que lograron perdonar. Ellas tejieron unas mantas enormes. Y era tejer no solo la manta sino tejer la memoria; y mientras tejían una manta iban haciendo. Hay una presentación de teatro sobre eso que es maravillosa. Son millones de personas las que en Colombia están perdonando. Y muchas, no por mérito mío ni de nuestros grupos; pero es casi una intuición personal de la gente en Colombia: en medio del dolor hay gente sencillísima que entiende que el perdón es lo único que lo puede reconstruir a uno interiormente. Es un ejercicio de reconstrucción del tejido interno. Y las gentes perdonan y a veces logran unirse a otros. Pero la gran tarea que nosotros tenemos en Colombia no es tanto la inmensidad de las ofensas, que hay gente que está perdonando cosas enormes, dramáticas, sino el que nos podamos generar esa corriente que nos vaya llevando a que más y más en Colombia perdonemos. En pocas palabras: la paz no es sostenible sin procesos de perdón. Así de cortica la cosa. La paz sin perdón queda mal cocinada; queda mal construida y se te cae con el primer vientecito. Con procesos de perdón la paz queda firme. Porque es como si cada ladrillo de una construcción estuviera bien consistente, bien cocinado. Sin procesos de perdón los ladrillos no te quedan bien cocinados; se te quiebran rápidamente, se te rompen, son débiles.

Los últimos países que acabaron de salir de procesos de paz: Honduras, Nicaragua, El Salvador, Guatemala; por otro lado: Sudáfrica, Ruanda; estos países están en los niveles más altos de violencia en el mundo. En el Global Peace Index (el índice global de paz), que salió hace poco más de un mes, uno se queda impresionado: ¿cómo es posible que, de 164 países, Sudáfrica aparezca en el puesto 138; Colombia en el 146; México en el 144? ¿Y por qué tan cerquita al proceso de Sudáfrica? ¿Qué pasó en el proceso de Sudáfrica? Eso.

Un exministro de Sudáfrica, de la época de Mandela, que estuvo recientemente acá, nos decía: “Sí, nosotros anunciamos el tema de la reconciliación pero no la trabajamos suficientemente”.

Menos orgullo y ceguera

¿Qué significado podría tener para el país que la Iglesia pidiera perdón?

Mi opinión respetuosa es que, en especial, la Iglesia Católica debe pedir perdón. Por dos motivos. Primero, porque la Iglesia ha sido, si no silenciosa, sí ha sido cómplice en algunos momentos históricos del país de mucha violencia en Colombia. Segundo: la Iglesia Católica algún día le tendrá que pedir perdón a las otras iglesias cristianas, porque no ha logrado entender que, dentro de las espiritualidades, todos los demás también tienen derecho. Y yo pienso que nosotros nos hemos agarrado de muchos privilegios, de pronto, para impedir que los demás también crecieran. Tenemos también derecho de crecer nosotros y ellos. Y a mí me parece que con las iglesias cristianas en Colombia tendríamos que ser menos orgullosos y menos ciegos.

La gran tarea que tenemos en el país es generar esa corriente que nos vaya llevando a que más y más en Colombia perdonemos

La gran tarea que tenemos en el país es generar esa corriente que nos vaya llevando a que más y más en Colombia perdonemos

Javier Darío Restrepo

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