Editorial

Profetas frente a los cantos de sirena

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EDITORIAL VIDA NUEVA | El 20 de diciembre habrá elecciones generales. La compleja coyuntura del país ha propiciado que los quince días de campaña se conviertan en tres meses ante la convocatoria más abierta desde la Transición. Las encuestas coinciden en una horquilla volátil con un respaldo significativo al aire fresco que parecen representar Ciudadanos y Podemos frente al desgaste del PP y del PSOE. La incertidumbre es tal que todos buscan destapar sus cartas bien para evitar un descalabro o para que sus buenos datos no se esfumen de un día para otro. De ahí que se empeñen en subrayar señas de identidad ante un electorado indeciso y diferenciarse de quienes coinciden en su espacio ideológico. Lamentablemente, esta caza del voto se busca a cualquier precio.

Aquí podría enmarcarse la nueva ofensiva socialista contra la Iglesia. En menos de 24 horas, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha recuperado un discurso anticlerical que pasa por romper los Acuerdos con la Santa Sede, expulsar la asignatura de Religión de las aulas, relanzar Educación para la Ciudadanía, acabar con los conciertos, cuestionar la validez de los bienes inmatriculados por la Iglesia y su financiación… Una enmienda a la totalidad de medidas promovidas en su mayoría por gobiernos socialistas.

Incluso se ha dado un paso más, reivindicando un Estado laico, escudándose en el modelo francés, ignorando el concepto galo de sana laicidad. Vida Nueva ha comprobado que, salvo en lo referente a la Religión, el resto de propuestas no se incluyen en el borrador del programa que se debate estas semanas en el PSOE.

Esta preocupante improvisación con dardos envenenados agita la bandera anticlerical con un único objetivo partidista: que nadie le arrebate un escaño ni por la izquierda ni por el centro. La Iglesia es siempre un blanco fácil para etiquetar ideológicamente cuando se carece de un programa sólido que sea una alternativa de regeneración política, devuelva la confianza a los ciudadanos en sus instituciones y contenga medidas creíbles para la recuperación de un país que necesita un empuje económico, pero, sobre todo, un impulso social que rebaje la desigualdad y la pobreza y dignifique el empleo.

Ante esta falta de responsabilidad política, la Iglesia tiene la oportunidad y la obligación de presentarse como una voz que merece ser escuchada. Aunque solo sea por la ingente labor educativa, sanitaria y asistencial de sus instituciones y sin las que el Estado se paralizaría. O por los diez millones de ciudadanos que van a misa cada domingo. Esta voz ha de ser ejercida desde la denuncia y el anuncio. Denuncia valiente, como la de Cáritas a través de su decálogo de propuestas a los partidos. Pero también como anuncio propositivo, en el que no se identifique el voto católico con un único partido.

Los pastores están llamados a orientar con energía, a matizar con prudencia, a criticar con sensatez, a intervenir en la vida pública y a anunciar la verdad del Evangelio, pero no a elegir la papeleta de los cristianos. Esta difícil mesura ausente en otros tiempos se presenta como el mejor servicio que puede hacer al Pueblo de Dios y a los ciudadanos ante los vaivenes políticos y sus cantos de sirena.

En el nº 2.961 de Vida Nueva. Del 24 al 30 de octubre de 2015

 

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