Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Vivir en la injusticia


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Los terribles episodios recientes de la violencia desbordada en nuestros países de América Latina merecen una profunda reflexión de todo aquel que coincida en que la salida a los problemas no es el mal y la fuerza.



Aunque parezca que son muchos, los que siembran el mal en nuestra sociedad no son tantos pero si hacen mucho ruido, por lo que a los demás corresponde un esfuerzo constante y permanente por el bien.

La respuesta a la injusticia no puede ser más injusticia

Pero el bien no es tarea fácil, como tampoco lo es vivir en medio de la injusticia, cuando se desmorona cualquier resquicio de institucionalidad y confianza recíproca en el otro.

El mal y la injusticia puede tener diversos niveles: los problemas estructurales de lo social, y en esas pequeñas cosas de la cotidianidad, del día a día. En las relaciones interpersonales entre vecinos, un maestro con sus alumnos, o un jefe con sus colaboradores, siempre habrá la tentación de olvidarse del otro e imponer unilateralmente el yo absoluto, descartando a los demás.

¿Qué hacer con el mal?

De allí, la pregunta ¿qué hacer con el mal y la injusticia?. Lo primero es poder tener la capacidad de no hacer crecer el sentimiento de venganza, odio o revancha, porque aunque suene a consejo de auto ayuda, terminará destruyendo a quien genera en sí el sentimiento, y no al destinatario de tan bajo instinto.

No dejarse ganar por el odio, como lo decía magistralmente San Pablo: “No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (Rm, 12, 21).

Por lo que no solo no hay que dejarse vencer, sino esforzarse en trabajar por el bien, es decir, sembrando con gestos, acciones y palabras la irrenunciable vocación humana de todos los tiempos: el bien, el bien y solo el bien.

Con la Pascua ha iniciado el definitivo bien para la historia

La Pascua puede ayudar en esto, Jesús mismo con su resurrección ha vencido al mal definitivamente. La muerte ya no tiene la última palabra en la historia de los hombres, pues la existencia del género humano ha sido redimida y salvada a muy alto costo.

Juan Pablo II en su célebre libro Memoria e Identidad (2005), lo dijo muy claramente: “El límite impuesto al mal por el bien divino se ha incorporado a la historia del hombre por medio de Cristo (…) No se puede separar a Cristo de la historia del hombre. ¡Solo en Él todas las naciones y la humanidad entera pueden cruzar el «umbral de la esperanza»”.

Llamados a la esperanza

Esa esperanza que mueve a tantos pueblos de nuestro herido continente convulsionado por estériles crisis ideológicas y políticas, a vencer el ignominioso poder del odio, la fuerza y la violencia.

La esperanza de un desarrollo humano auténtico e integral, en el respeto de los Derechos Humanos y en la diversidad de una convivencia pacífica, en el que el otro no sea un enemigo sino un don de vida en lo social.

Mientras eso ocurre, el llamado es a no desfallecer, a seguir apostando por el bien de Cuba, Venezuela, El Salvador, Colombia, Chile y otros que han visto recientemente cercenados principios fundamentales de la convivencia social, a seguir cultivando el bien, y sobre todo reconocer la fuente originaria de las barreras que impiden una sociedad justa, fraterna, democrática y solidaria.