Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Una piedra en el camino me mostró que mi destino…


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Entre mis gustos musicales las rancheras no ocupan un lugar relevante precisamente. Con todo, llevo un par de días acordándome de ese estribillo que dice: “una piedra en el camino me mostró que mi destino era rodar y rodar”. La verdad es que no recuerdo nada más de la canción y no acabo de entender qué significa la frase en su contexto, pero me he acordado por el papel esencial que tienen las piedras en el relato de la resurrección.



De hecho, según el cuarto evangelio lo que provoca el primer anuncio de que algo había pasado con el cuerpo del Nazareno es que María Magdalena “vio la piedra quitada del sepulcro” (Jn 20,1). Este de la piedra no parece ser un tema baladí, porque Marcos también presenta a las mujeres que van al sepulcro muy preocupadas por la cuestión y preguntándose: “¿quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?” (Mc 16,3).

Un mensaje pascual

Quienes, a golpe de años y de canas, vamos tomando cada vez más la medida de nuestros propios límites comprendemos muy bien la inquietud de estas mujeres en la mañana de resurrección. La losa que cubre la tumba remite a todo eso que nos recuerda nuestra más profunda impotencia. Esa que se pone en evidencia cada vez que volvemos a caer en el mismo error, cuando constatamos nuestra incapacidad para dar a otros lo que más necesitan o en el enésimo golpe contra una realidad que, por más que nos resistamos con uñas y dientes, nunca es como debería y pocas veces resulta justa. Esa roca apunta a todo aquello que solo Dios puede mover, ante lo que solo cabe esperar a que sea retirada por Otro, por Aquel que es capaz de convertir la piedra desechada en angular (cf. Sal 118,22).

Podríamos decir que la Pascua se parece mucho al estribillo de esa ranchera, porque tropezarnos en el camino de nuestra vida con esa piedra quitada de la puerta del sepulcro lo cambia todo, dándole un sentido nuevo y pleno. Es entonces cuando entendemos, no de cabeza sino desde dentro, que nuestro destino no es otro que “rodar y rodar” por la existencia, anunciando que la última palabra nunca la tienen ni la muerte ni el sinsentido, que Dios saca Vida, con mayúscula, de ahí donde no podemos ni imaginarlo y que Él es capaz de remover cualquier losa, también esas que cargamos, que delatan nuestra impotencia y contra las que nos empeñamos en golpearnos una y otra vez. No sé de qué hablaba esa canción, pero quizá resulta ser más pascual de lo que imaginaba.