José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Un año y la violencia sigue ahí…


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Esta semana se cumple un año del atentado contra los padres jesuitas Javier Campos Morales, el ‘Gallo’, y Joaquín César Mora Salazar, el ‘Morita’, y el guía de turistas, Pedro Palma, que devino en su muerte. Recordemos que el crimen se consumó en el interior del templo parroquial, en la comunidad de Cerocahui, del municipio de Urique, Chihuahua.



Su asesino, José Noriel Portillo, alias ‘El Chueco’ sufrió la misma suerte. Fue masacrado, meses después, en una brecha del municipio de Choix, Sinaloa, sin que se supieran los motivos.

Se podría argumentar que el caso está cerrado y que, todavía más, no estaríamos ante un crimen de Estado, o ante un asesinato perpetrado por quienes se podían sentir afectados por el trabajo de los clérigos en la Sierra Tarahumara, pues esos curas eran defensores de las causas indígenas.

No. Estamos ante uno de los muchos hechos delictivos que azotan a todo México, y que tiene el mismo patrón común: pequeños municipios dominados por algún capo local -como ‘El Chueco’-, que controla no sólo la distribución de la droga sino prácticamente todas las actividades comerciales del lugar.

Hasta esas remotas poblaciones no llega el ejército, y las policías autóctonas o carecen de armamento y logística para enfrentar a narcos que les superan en número y capacidad de fuego, o se han vuelto sus cómplices y le facilitan el trabajo a cambio de jugosas recompensas.

Javier y Joaquín- jesuitas asesinados en México

Los jesuitas y el laico ajusticiados no pasarán a la historia como los mártires que ofrendaron su vida a causa de su predicación o testimonio. Serán, más bien -y quizá sea ello todavía más emblemático-, el paradigma igualitario que les asemeja con los miles de mexicanos que estaban en el momento y lugares inadecuados, y que fueron víctimas de una violencia estructural, institucionalizada, a la que cada día nos acostumbramos con una insensible frialdad.

Es por ello que este domingo, los obispos de México, los jesuitas y la CIRM (Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos), convocan a que “en cada parroquia y diócesis de México, se celebre una santa misa especial, en donde se haga memorial de todas las víctimas de la violencia en el país y se pida por todas las personas desaparecidas. Invitamos a que amigos y familiares de víctimas de la violencia porten las fotografías de sus seres queridos a esta celebración”.

Igualmente convocan, el 20 de junio, a la una de la tarde… “a repicar por un minuto las campanas de todos los templos y capillas, en memoria de todas las víctimas de la violencia en México y como clamor por la justicia, como refrendo de nuestro compromiso para construir la paz”.

No nos podemos habituar a tanta violencia.

Pro-vocación

Linda la carta que el papa Francisco le envió al jesuita James Martin, con ocasión del encuentro anual de la pastoral LGTBI, a celebrarse este fin de semana en la Universidad de Fordham, New York. La delicada misiva, sin embargo, está llena de lugares comunes: oraciones por el éxito de la reunión, invitación a buscar puntos de encuentro, agradecimiento por su testimonio, etc. Pero, más allá de esas delicadezas, los homosexuales siguen condenados a reprimir su amor, a vivir un celibato obligatorio.