Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Tres sílabas


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De adolescente, con frecuencia acompañaba a mi padre cuando realizaba viajes por motivos de trabajo. Eran comunes los trayectos de varias horas a bordo de la camioneta de la empresa, y por ello, pasábamos bastante tiempo conversando



No puedo recordar ya ninguna de las charlas, pero no me olvido de las amistades que hacía por el camino, ya sea subiéndolos al vehículo para ayudarles a llegar a su destino, deteniéndose en la carretera para ayudar a algún conductor en problemas o simplemente conversando amenamente con el dueño de alguna fonda en que nos deteníamos a comer. De sus actitudes y acciones aprendí el significado y poder de una fabulosa palabra de solo tres sílabas, palabra que contiene la llave de toda convivencia social: respeto.

En la historia mexicana, tiene un lugar muy especial la frase acuñada por Benito Juárez, enunciada en su manifiesto de 1867, del cual transcribo el presente fragmento: “Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

En el evangelio de Lucas, capítulo 2, versículos 41 al 52, encontramos una señal clara de un Jesús adolescente dispuesto a obedecer la voluntad de su padre celestial, pero que, al mismo tiempo, reconoce el valor del respeto por sus padres terrenales. Cuando el evangelista escribe “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”, evoco la imagen de un joven Jesús aprendiendo el oficio de carpintería de su padre José, del mismo de quien escuchaba los relatos de las Sagradas Escrituras y de quien aprendía a leer.

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Imagino a José recomendando a Jesús el respeto por las mujeres, por los humildes y por todas las personas que llegaban a la carpintería. Seguro que, en el taller, Jesús recibía a todos con una sonrisa amable y un auténtico interés por sus necesidades. Solo así podría el evangelista Lucas recoger ese testimonio de que Él crecía en gracia ante los hombres. Y mira qué hermoso círculo se forma: José respetó el imprescindible papel de María y la misión de Jesús, luchando por mantenerles a salvo y en capacidad de realizar su encomienda. María respetó a su hijo, sin interponerse ante su misión, aún a sabiendas de que ello le significaría recibir una espada atravesando su corazón.  Jesús amó y respetó a sus padres y dedicó a la vida familiar sus primeros 30 años; prácticamente toda su vida.

Demostrar con hechos

En cada uno de nuestros hogares, es necesario educar en el respeto. Y no solo a los integrantes de la propia familia o a la dignidad las demás personas, sino también en el respeto a la vida, el respeto a la creación, el respeto a la palabra y las promesas hechas, y por supuesto, en el respeto a los derechos de cada uno. Como te lo compartí en el testimonio de mi padre, no se trata de adoctrinar con palabras, sino de demostrar con hechos. 

¿Te imaginas una sociedad en dónde todos se respeten? Sería algo formidable, pero ¿cómo construirla si los adultos no respetamos a nuestros ancianos, si no mostramos respeto al conducir un vehículo, si no somos honestos, si procuramos saltarnos las reglas por comodidad, si no respetamos las instituciones, si no mostramos interés por el cuidado de nuestro planeta, si no tenemos empacho en burlarnos de los demás o en hacer críticas innecesarias?

¡Qué gran riqueza se esconde en esas tres sílabas!  Y es justamente en la familia en donde reside la responsabilidad de educar en el respeto. Ciertamente, la evolución social es incontenible y los cambios son necesarios; pero nada está reñido con el respeto por las experiencias adquiridas y menos con el respeto como valor universal. Que todas nuestras familias sean fermento de este valor tan necesario en nuestros días.