¿Somos realmente unos cainitas?


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En estos últimos tiempos hemos tenido ocasión de oír muchas veces que los españoles somos unos cainitas, con una evidente referencia al personaje bíblico de Caín. Probablemente, los menos jóvenes recordarán el relato de la Historia Sagrada, convenientemente ilustrado, que narraba cómo Caín había blandido una quijada de asno con la que había golpeado mortalmente a su hermano Abel.



Lo que quizá ya sea menos conocido es que el texto bíblico no dice nada del modo del asesinato: “Caín dijo a su hermano Abel: ‘Vamos al campo’. Y, cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató” (Gn 4,8).

Sansón y Caín

¿De dónde ha salido entonces la quijada? Pues muy probablemente de otro personaje bíblico que tiene alguna afinidad con Caín, en cuanto hombre irascible y violento: Sansón. En efecto, la Biblia cuenta que Sansón, “cuando llegó a Lejí, los filisteos salieron gritando a su encuentro. Entonces lo invadió el espíritu del Señor, y los cordeles que tenía en sus brazos fueron como hilos de lino, consumidos por el fuego, y las ataduras de sus manos se deshicieron. Encontró una quijada fresca de asno, alargó la mano, la agarró y mató con ella a mil hombres. Sansón exclamó: ‘Con una quijada de asno un montón, dos montones. / Con una quijada de asno maté a mil hombres’. Cuando hubo acabado de hablar, tiró la quijada y llamó a aquel lugar Ramat Lejí” (Jue 15,14-17).

'Cain y Abel', de Keith Vaughan (1946)

‘Caín y Abel’, de Keith Vaughan (1946)

De Caín, la Biblia solo cuenta que tuvo un hijo –con una mujer cuyo origen resulta absolutamente desconocido– al que llamó Henoc, nombre que también dio a una ciudad que estaba construyendo. Pero la literatura apócrifa se encargará de “matarlo”. Así lo cuenta un texto de la tradición siríaca llamado La cueva de los tesoros (siglos V-VI):

“En los días de Enós, cuando tenía novecientos veinte años, Lámec, el ciego, mató a Caín, el asesino, en la espesura de Nod. Lámec se apoyaba en su hijo pequeño, y el muchacho dirigía su brazo hacia la presa mientras [la] miraba. Escuchó la voz de Caín revolviéndose en el bosque, porque Caín no podía permanecer en ningún lugar [cf. Gn 4,12], y Lámec creyó que se trataba de una fiera salvaje que se revolvía en la espesura. Elevó se brazo, tensó su arco, disparó de frente hacia aquel lugar y acertó a dar a Caín. Lámec creyó que había alcanzado a una presa y dijo al muchacho: ‘Ve a ver la presa a la que hemos dado’. Cuando fueron a ver, le dijo el muchacho: ‘¡Señor mío, has matado a Caín!’ [Lámec] movió sus manos violentamente para juntar una con otra, golpeó al muchacho y [este] murió” (‘La cueva de los tesoros’ [sir.] VIII,2-10).