Juan del Río, arzobispo Castrense de España
Arzobispo Castrense de España

San José y el coronavirus


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Puede sorprender el título de la reflexión de hoy, pero la solemnidad, el Patriarca san José, el popular Día del Padre, no debe pasar desapercibido, aunque no tengamos las Fallas valencianas y otros festejos por el coronavirus. En estos tiempos necesitamos motivos para la esperanza y figuras que nos estimulen a seguir creyendo en el Dios de la Salud y Vida.



Los cristianos creemos que Dios se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María y tuvo como padre custodio al justo José, y le pusieron por nombre Jesús. En su peregrinar por este mundo, vivió en el seno de una familia y tuvieron dificultades como nosotros. Transcurrió sus días en un pueblo llamado Nazaret, en una región de no muy buena fama como era la “Galilea de los gentiles”. Los evangelistas al hablar de la infancia del Mesías (Mt 1-2; Lc 1-2; 3, 23; Jn 1, 45; 6, 24) nos presentan a san José como el hombre bueno y justo que siempre estuvo al lado de su esposa María y solícito padre custodio de Jesús, el Hijo de Dios encarnado.

Ahora bien: ¿Qué palabra de aliento nos puede dar este personaje silencioso del Evangelio en la situación de horrible pandemia que estamos sufriendo? Lo primero que nos enseña es a saber acoger a las personas y acontecimientos inexplicables. A José le sucedió que, de pronto, se da cuenta de que la mujer con la que se iba a desposar estaba encinta. Lo más fácil para él era el repudio, según la ley judía, pero como era fiel creyente en Dios y bueno de corazón, la tomó por esposa según le dijo el ángel del Señor.

Silencioso y bondadoso

Su proceder fue silencioso y bondadoso, dos virtudes que necesitamos muchísimo en estos tiempos que corren. Gracias a la entrega de José a los designios de la Providencia, que como humano no entendía, hizo posible que nos llegará el Redentor, el cual “salvaría a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). Como el justo José, sepamos acoger con cariño a las personas que estén a nuestro alrededor y sobre todo a los enfermos y a los más indefensos.

Nuestro personaje no se quedó ahí. Llegado el tiempo del alumbramiento del hijo de María, cuando no había posada para ellos (Lc 2,7), se las ingenió para encontrar un pesebre donde reclinar al recién nacido. También nosotros, en los actuales escenarios pandémicos, debemos ser imaginativos cuando falta material para los sanitarios y para otros agentes que lo necesitan.

Lo mismo vosotros, padres, en estos largos y pesados días de confinamiento debéis ser pacientes, silenciosos con todos, protectores del Herodes (Mt 2,13) de turno, que es el COVID-19, ágiles en las decisiones cuando haya que salvar a un niño o a un vulnerable (cf. Mt 2, 13-23). Pero, por favor, nunca perdáis la alegría y la sonrisa que tuvieron aquellos esposos, María y José, cuando tenían en sus brazos al que no cabía en los Cielos: a Jesús, Dios y Hombre verdadero, el Mesías, el Señor, Nuestro Salvador. Seguro que, si permanecéis siendo el alma de vuestros hogares en estos tiempos de tribulación, os visitaran los Magos (Mt 2,1-12) con los regalos de la salud de alma y de cuerpo, pero sobre todo con el mejor obsequio: ¡que la pandemia del coronavirus desaparezca de la faz de la tierra! ¡Ánimo y felicidades en el Día del Padre!