Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

¡Que se vayan!


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Aunque a quienes lo leáis os pueda remitir a un sinfín de “colectivos”, uso el título para traer un desafío político del que se está hablando (o se debería) estos días. De hecho, ha sido la primera reivindicación del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, como Vida Nueva ha recogido. Aunque en el sentido contrario: que se queden. Me refiero a la regularización de, en torno, a 500.000 personas migrantes que hay en España.



¿Qué hacemos con ellos?

A esta pregunta es a la que no pocos ciudadanos responden “que se vayan”, y con altas dosis de acritud, indignación o, incluso, ira. Eso… que se vayan. Que se vuelvan a su país. Que dejen de quitarnos trabajo, de aprovecharse de nuestro servicios públicos y subvenciones, de acabar con nuestra cultura inalterada (…) durante siglos… Sí. Que se vayan.

Pero… ahora me surge una duda. Si se van… ¿quién va a hacer sostenible nuestro sistema de pensiones, que se acerca a un abismo dado la pirámide poblacional que tenemos? Y, ¿quién va recoger las frutas y hortalizas de nuestros invernaderos, que en muchos meses del año son de todo menos lugares donde a uno le gustaría trabajar de sol a sol? O, ¿quién va a cuidar nuestros familiares mayores por las noches, o por el día, o los fines de semana? Y un largo etcétera. Aunque, quizá una cuestión de las más importantes es que, si se van, ¿cómo vamos a tener la vergüenza de sentirnos una sociedad de acogida, solidaria y humana?

inmigrantes playa

Razones a porrones

Hay muchas razones para defender una regularización extraordinaria de personas migrantes: que ya se ha hecho nueve veces por gobiernos de “diferentes colores”, que necesitamos que paguen impuestos para poder aliviar nuestras maltrechas arcas –3. 200 euros al año se ingresa por persona que se regulariza–; que no es muy inteligente para un Estado tener indocumentadas a medio millón de personas; que ya están trabajando para nuestro país, aunque obligadas a hacerlo en condiciones de explotación y economía sumergida; que es imposible terminar con el fenómeno migratorio, como demuestra la propia historia de España, etc.

Y muy pocas, o ninguna, consistentes para no apoyarlo: no produce “efecto llamada”; no son maleantes, ladrones y violadores; no colapsan nuestro sistema público de salud; no vienen con afán de invadirnos y terminar con nuestras culturas y tradiciones… No. Y no es ingenuidad. Es rigor.

En fin, en cualquier caso, y dado que muchos de los que leemos estos post somos cristianos/as, quizá la razón principal es una última cuestión: ¿y qué haría Jesús de Nazaret? ¿Apoyaría el “que se vayan”? ¿O apostaría, con los brazos abiertos, por el camino de la acogida y la integración?

Sospecho, al menos, cuál sería la respuesta de Argüello a estas preguntas. Y mi enhorabuena por ello. Eso es, también, amor político.