Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Por qué no callarse?


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Se da en la filosofía y la literatura contemporáneas una exaltación del silencio. El secreto, el misterio, la insondable profundidad de un mundo sin palabras y que hechiza. La palabra (parloteo, indiscreción, pretensión) rompe este hechizo. Hay gusto en olvidar que, a la vez que lugar natural de la paz y de la “armonía de las esferas”, el silencio es también agua estancada, agua que duerme, en la que se pudren los odios, las malas intenciones, la resignación y la cobardía. Olvidamos el silencio agobiante y opresor, el que emana, el que emana de los “espacios infinitos”, espantosos para Pascal. Olvidamos la inhumanidad de un mundo silencioso.



Este párrafo íntegro, sin comillas a propósito, es de Levinas. El párrafo del segundo volumen de inéditos traducidos por Trotta. Que sigue siendo actual, más que actual. Porque el silencio, tan deseado como la paz, tiene esta otra vertiente que pocas veces consideramos. Una conversación fraterna quizá sea, en ocasiones, mucho más fecunda que refugiarse en soledades cuyos aullidos no se escuchan en el ajetreo cotidiano, pero están. ¿No será este silencio deseado una paz que desconocemos, a la que aspiramos, y que, a la par, es imposible construir sin otros?

Nos hieren las palabras. Es indiscutible y de una claridad incuestionable. El mismo Levinas, en el campo en el que estuvo parte de la IIGM, afirmaba que el perro era el único que le trataba como persona. Y, por otro lado, qué difícil es percibir cómo nuestras propias palabras hieren a otros. Con ciertos actos, menos. Pero con las palabras… Con las dichas, con las no dichas, con las dichas en un tono u otro, con las no esperadas, con las invasivas, con las generales, con las que son superfluas o excesivamente penetrantes.. ¡No es nada claro cómo se reciben, ni qué despiertan! ¿Quizá, entonces, el silencio como remedio? ¿O la escucha? Porque eso es situarse en otro orden.

La palabra une

El milagro de la palabra, por mucha distancia que tenga con respecto al alma que las ve nacer cuando se dicen con la seriedad de la vida, es que nos comunican. Lejos de una mirada permanentemente situada bajo el problema, la palabra une, la palabra revela, la palabra porta, la palabra transmite. Es admirable pensar cómo está continuamente sucediendo hasta el punto de sostenerse el mundo en la Palabra y cómo llega, cómo pasa, cómo deja rastro tras de sí hasta inundarlo todo. Dar gracias, entre otras cosas, por la palabra nos coloca de un modo mucho más admirable en la realidad y nos abre al encuentro. También, pienso yo, en las redes, en estos cuadernos digitales, en diarios personales o terapéuticos como ocurre en “Del sentido común sano y enfermo”, del que fue considerado por Levinas como uno de sus principales maestros.

La Escritura está traspasada por este milagro hasta desbordar a quien en Ella se sitúa a la escucha. Porque, sorprendentemente, nos sirve tanto para recibir como para ofrecer, para parar como para la acción. Es, siendo Palabra, al mismo tiempo Vida. Y así se crece en una tradición religiosa de Alianza con el Dios que pone su tienda, que habita en la Verdad, que une conjuntando, que “comuniona” recapitulando todas las cosas en su Hijo.

Con estas palabras, que no son mías y que hemos cantado hoy en casa, termino. Disfrutad de las buenas conversaciones y, ojalá, acariciemos más las palabras. Hermanos y amigos, dejadme hablar.