José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Números e identidades


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‘Las muertes en EE UU se acercan a las 100.000, una pérdida incalculable’, es el titular con el que The New York Times apareció este domingo. Una emotiva portada para recordar no solo el número sino algo más de la identidad de los fallecidos en la emotiva portada del periódico neoyorquino incorporando nombres de más de mil de esas 100.000 víctimas de Covid-19 en el país.



Al menos no han quedado solo en un número. La portada del periódico ofrece un deseo noble y digno al añadir una interminable lista de nombres asociados a una breve descripción de cada víctima. Con un nombre, una pequeña frase relativa a sus personas… Así permanecerán en el corazón humano como algo más que una cifra. “No eran simples nombres en una lista. Éramos nosotros”, se lee en la brevísima introducción al listado.

En el cementerio de Tarifa

Es la misma sensación cuando uno visita el cementerio de Tarifa y descubre solo fechas de emigrantes ahogados y el lugar donde fueron encontrados. Y recuerda la búsqueda que las familias hacen para intentar –y la Iglesia les ayuda a ello– que no se olvide la identidad de los que murieron buscando un mundo mejor. Entre el mar y la tierra. Entre el suelo y el cielo.

La identidad es fundamental. El escritor francolibanés Amin Maalouf en su ensayo ‘Identidades Asesinas’ comienza hablándonos del significado de la palabra identidad: “Es lo que hace que yo no sea idéntico a ninguna otra persona”. Nos habla de las diferencias que existen entre las personas en términos de religión, lenguas, creencias, cultura y costumbres. Y lo enriquecedor de estas y lo peligroso que puede ser cuando tras ellas amenaza la sombra del fanatismo…

Un refugiado en el campamento de Calais

También hay un párrafo de este último autor en su discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias de las letras en 2010 que me ilumina y ayuda esta vez a propósito de las identidades colectivas: “Hay que repetir incansablemente (…) que la identidad de un país no es una página en blanco, en la que se pueda escribir lo que sea, ni una página ya escrita e impresa. Es una página que estamos escribiendo; existe un patrimonio común —instituciones, valores, tradiciones, una forma de vivir— que todos y cada uno profesamos; pero también debemos todos sentirnos libres de aportarle nuestra contribución a tenor de nuestros propios talentos y de nuestras propias sensibilidades”.

Recuerdo en este sentido una noticia pasada al respecto de un colectivo de migrantes y su identidad. Estaba trabajando temas de inmigración y en Francia salió la noticia de que al anochecer en el Paso de Calais un grupo de migrantes se quemaba las yemas de los dedos con hierro al rojo vivo para eliminar el rastro de sus huellas dactilares. Así no serían identificados y, por lo tanto, excluidos por las autoridades europeas. Lo rememoré en su momento cuando vi la película documental (¡impresionante!) ‘Qu’ils reposent en révolte’, de Sylvian George, sobre el desalojo de Calais del año 2009.

Por cierto a ver si nos aclaramos en este aspecto con las cifras oficiales de muertos, fallecidos, afectados, etc. en España por la pandemia. Pero no nos quedemos en los números en aras de la brevedad y el titular. Hay que ir más allá. Para que como los migrantes del Paso de Calais nadie sea olvidado al borrar sus señas de identidad. Aquellas que a veces se difuminan, se fingen, disimulan y escoden por miedo a sufrir, al pasar fronteras, en América, en Europa, en Asia… Tenemos una historia y una dignidad. Un “yo” identificado y en relación con un “Tú amoroso”. Porque, para un cristiano, Dios no hace fotocopias. Salvemos la diversidad y la riqueza de identidades. Y no obliguemos a nadie a esconderlas. Y menos quemándose las huellas de sus manos.