Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La paz personal y social: ¿de qué estamos hablando?


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Todos anhelamos vivir en paz, tanto como personas y como sociedad. Sin embargo, nuestras vivencias y la misma historia de la humanidad muestran que es un estado muy difícil de alcanzar. Pero, ¿qué entendemos realmente por paz? Muchos poseen estereotipos de paz “implantados” que son romantizados, imposibles, irreales para nuestra naturaleza tanto humana como la de la creación y que son producto de la contaminación del paradigma de la sociedad del rendimiento en que vivimos.



Muchos llevamos en el ADN mental la idea de que la paz es un estado de quietud, placidez, comodidad eterna y sin movimiento ni conflicto de ningún tipo que nos pueda alterar. Una especie de postal del Caribe, con aguas turquesas y un tequila margarita para tomar. Le vamos a denominar a esa fantasía una paz “romantizada”. Y tiene tres características muy preocupantes y dañinas para nuestra felicidad.

Una concepción dañina

Lo primero es que nunca ha existido porque la naturaleza y los seres humanos somos seres conflictuados que “chocamos” unos con otros y de esa tensión han podido surgir la evolución, la adaptación, la creatividad y un nuevo estado de mayor complejidad. Solo por el hecho de ocupar un espacio/tiempo, cada ser tiene que luchar con una energía de otro que, paradójicamente, también necesita tomar.

La segunda razón es que es absolutamente ególatra, auto referente, sin tomar en cuenta el contexto (que siempre está) y a los demás. Una tercera razón es que en esa imagen “soñada” también se censura parte de la verdad. En nuestra postal del Caribe nunca aparecen el estrés por la cuenta a pagar, los rayos solares o los erizos de mar. Todo es perfecto, lindo y lleno de lujos propios de la diversión y el placer terrenal.

Ajena a la realidad

A esta imagen ha contribuido mucho el paradigma de la sociedad del rendimiento y la diversión actual que “vende” estos paquetes de “felicidad engañosa” que no son tal. Seducen a muchos con bienes, imágenes, belleza escultural, bronceados, playas o juventud eterna, sin tomar en cuenta la realidad. Somos seres relacionales complejos, con cuatro dimensiones que interactúan con las cuatro dimensiones relacionales de los demás (la corporal, emocional, racional y espiritual) y con el entorno, y siempre en ese recorrido surgirán conflictos, desencuentros, gustos y percepciones diferentes. En ello radica la riqueza de la vida, su sorpresa y complejidad.

Aunque no nos gusten o no los sepamos manejar, los conflictos forman parte del universo, de todas las realidades que lo componen y de las relaciones que se establecen entre ellas. Es casi una característica de los seres vivos, que, en su intento de perpetuarse como individuos frente a la muerte y como especie, frente a la extinción, pretenden utilizar en su beneficio los recursos y la energía disponible en su entorno. Por lo tanto, si los entendemos como una “contraposición de intereses y/o percepciones”, estos estarán siempre presentes en todas las sociedades y actividades humanas.

No es la meta, sino el camino

El tema es si se resuelven cooperativa y compasivamente o bien destructivamente con la violencia. Por lo tanto, la paz no será una vida sin conflictos, plana y pareja, sino aprender a saber fluir por ellos, administrarlos, desarrollar la creatividad y sabiduría y disfrutar el “paisaje”. Tal como decía Gandhi, “la paz no es la meta, es el camino”. ¿Pero cómo vivir en paz entonces?

Lo primero que debemos distinguir es que la violencia no es lo mismo que los conflictos y es la primera la que atenta contra la paz. Se puede manifestar de múltiples maneras, que vale la pena distinguir:

  • Violencia cultural: es aquella donde un grupo se cree superior a otro(s) y busca su extinción o sometimiento, a la fuerza. Ejemplos de esto son el narcismo, el patriarcado, la conquista hispana a América, la europea a África, etc.
  • Violencia estructural: es la que está presente en la injusticia social, y otras circunstancias que la apoyan, y que genera fenómenos como la miseria, la dependencia, el hambre, las desigualdades el abuso, la discriminación y todas las interacciones que se puedan dar entre ellas. Por ejemplo, la falta de oportunidades y educación, los “pitutos”, las coimas, la usura, la corrupción, las mafias, etc.
  • Violencia directa: es la que verbal, física o mediáticamente atenta contra la integridad física, psicológica, moral y existencial de otro(s). No creemos que valga la pena dar ejemplos.
  • Violencia medioambiental: es aquella que se ejerce contra el planeta y los más pobres por ambición y deshumanización, como pueden ser la depredación, la deforestación, la contaminación de las aguas, los ruidos excesivos de las ciudades, etc.

Discernimiento

Para poder ir construyendo la paz social y personal, debemos estar atentos a cómo resolvemos los conflictos y si somos o no partícipes de formas violentas de enfrentarlos. Así también, debemos ver cómo todos estos tipos de violencia están presentes en nuestras relaciones, tanto la que ejercemos personalmente contra nuestros más cercanos (como el maltrato, la desconsideración, el abuso de poder, los garabatos, etc.) como aquella donde podemos ser cómplices y negligentes al aceptar modos de relación de nuestras ciudades y sociedades que promueven más violencia cultural, miedo ambiental, violencia estructural y/o directa (como puede ser el pensar solo en nuestro propio bien, acaparar, no informarse de las leyes, no participar como ciudadanos, contaminar etc.). Es justo y es necesario revisarnos y ver cuán pacíficos estamos siendo y cuánta violencia podríamos restar del sistema si fuésemos más conscientes de esta realidad.

La paz es –como todo proceso relacional complejo– una construcción dinámica y cambiante en la que podemos aportar diaria y singularmente desde nuestra originalidad. Será imperfecta –no en el sentido de defectuosa o inacabada, sino en el sentido de procesual–, pero entonces pasa a ser un tesoro maravilloso que se va conformando por un infinito de pequeños acontecimientos que forman parte irrenunciable e imprescindible de nuestro acervo cultural y existencial. La paz imperfecta denominará entonces a todas aquellas experiencias en la que los conflictos se pudieron administrar pacíficamente, en donde nos pudimos entender, escuchar y tratar de facilitarnos las cosas unos a otros, sin que nadie nos los haya impedido. La pandemia, por ejemplo, ha hecho evidente un conflicto enorme, pero también un modo inédito de enfrentarlo como humanidad siendo colaborativo y fraternal (también ha habido violencia y mezquindad).

Unidos a todos y a todo

¿Qué pasa con la paz personal? Si entendemos que estamos unidos a todos y a todo y que somos seres en relación, podremos salir de la “paz ombligo” que se ha metido tanto en nuestra mente (y que alimenta muchos negocios e intereses ajenos a la paz), debido a corrientes espirituales individualistas, y podremos dar pequeños pasitos hacia una paz comunitaria y ecológica que, aunque no perfecta, nos llene de esperanzas el corazón. No estará exenta de conflictos, pero sí será sólida e irradiará felicidad en nosotros y en los demás por el hecho de estar aprendiendo a ser y a convivir de un modo más humano y sustentable.

Aquí radica un cambio radical del paradigma que todos llevamos y que incluso la misma religión, a veces, nos ha llevado a pensar. Una paz íntima, solitaria, personal, que se gana con disciplina ascética a punta de voluntad, o con “magia”, tocados por una “suerte especial”. Lamentablemente, hay quienes viven en una paz personal engañosa, solo porque no son conscientes de cuánta violencia aceptan o promueven y cómo esto afecta a muchos que no lo ven o al planeta mismo en su biodiversidad y sustentabilidad.

El modelo de Jesús

Muchos creyentes y también no creyentes han reconocido en Jesús un modelo de paz “perfecta” a imitar. Sin embargo, qué importante es darnos cuenta del mensaje más profundo de Jesús y los muchos conflictos que generó en los paradigmas de su época y que siguen vigentes al momento actual. Todo su mensaje de amor, de apertura, de igualdad como hermanos/as e hijos/as de Dios, de ser los últimos y no los primeros, de servir como autoridad, de no condenar, de la misericordia, de la pobreza de corazón y hasta su misma muerte, son conflictivas para las lógicas humanas de ese tiempo y para el actual.

Jesús trae una paz que no es de este mundo y es la que nos da y anuncia en cada aparición después de su resurrección, ya que él sabe que vivir su evangelio es ir como “ovejas al matadero”. Un verdadero cristiano –en el sentido de querer ser otro Cristo– no podrá estar plenamente en paz hasta que no vivamos como hermanos, miembros de una misma familia y compartiendo en un solo hogar. La paz de Cristo es una paz compleja porque supone cuestionarnos y cuestionar los modos de relación actual donde prima el individualismo, el consumo, la apariencia, la discriminación y el abuso y violencia del más fuerte como modo de empoderamiento y control.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo