Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Juegos infinitos: cómo estar en el mundo sin ser del mundo


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Probablemente, nunca nos habíamos sentido tan movidos e inquietos como en la actualidad por la confusión global que ha traspasado todos los ámbitos de la vida mundial, social y personal; sin embargo, quizás por lo mismo tenemos una gran oportunidad de “aprender” otra forma de vivir la vida, de asumir la realidad con un prisma diferente y, de paso, ser mejores personas y aportar al bienestar general. Se trata de “estar en el mundo, pero sin ser del mundo”, como nos dice el Evangelio de San Juan. En esta oportunidad, me ayudaré con el valioso y concreto aporte que hizo hace más de treinta años James P. Carse, académico y profesor de Historia y Literatura de la religión, de la Universidad de New York, sobre los juegos finitos e infinitos.



Juegos finitos son los juegos que solemos reconocer como tales; es decir, tienen jugadores definidos, con reglas acordadas y validadas previamente, con tiempos y espacios definidos, con un principio y un fin, y su objetivo es ganar. Aquí entran ejemplos clásicos como el fútbol, el tenis o el ajedrez. Una vez que se define quién es el ganador, este recibe un título del resto que lo reconoce como tal en su pasado, y eso le da poder. Ese poder siempre recaerá en unos pocos.

Corrupción del concepto

La problemática es que también se han convertido en juegos finitos muchas dinámicas humanas como el estudio, el ascenso social, las empresas, los estados, los ránkings económicos, la imagen personal, la política y las manifestaciones del ego en total majestad, en las que funcionamos como competidores ascendiendo en una escalera interminable de logros, conquistas y enemigos, fronteras donde solo uno puede llegar a la cima para ostentar su estatus, poderío y superioridad y pasar a la posteridad.

Los jugadores finitos rápidamente convierten a los demás en enemigos, establecen fronteras, se vuelven “paranoicos” de perder su poder y la vida se les vuelve algo de mucho esfuerzo y seriedad. El avance del tiempo, la edad, la sorpresa y el otro son sus peores adversarios, porque suponen debilidad y les exige anticiparse, controlar y vencer y/o someter a los demás.

En clave de guerra

El dilema de este tipo de juego es el efecto en las dinámicas relacionales que absolutizan casi todos los vínculos humanos y las personas quieren ganarles a sus parejas, colegas, hermanos/as, hijos/as, vecinos, amigos, enemigos y al otro como modo único de sobrevivencia. Así también, las sociedades operan igual. Un país quiere ganarle al otro, un estado a otros, una empresa a las demás, y así se promueve una verdadera “guerra” declarada o no, donde la única opción posible es ganar y dejar dominados o destruidos a los perdedores. Muchos piensan que es el único tipo de juegos que existe y dedican su vida a intentar ganar, lo que es contradictorio, porque dejan de vivir y disfrutar la vida con gozo y libertad.

Pero hay otro tipo de juegos radicalmente diferente y es el que queremos invitar a encarnar y vivir… Son los juegos infinitos. En primer lugar, este tipo de juegos no tienen fin ni tampoco reglas definidas, ya que se pueden ir modificando a lo largo del juego para que este no termine. Los jugadores pueden entrar y salir, pueden incorporar un número infinito de jugadores y juegan con los límites, pues lo más importante es poder seguir jugando.

Solo se desea seguir jugando

Deja de ser relevante la definición de ganadores y perdedores, porque lo que se busca es participar y mantener el río de la vida corriendo. Los jugadores infinitos son ese torrente continuo. Los jugadores de juegos infinitos tienen fuerza, que no se basa en nada pasado, si no en la posibilidad de hacer algo en el futuro. Ellos siempre están atentos a las infinitas posibilidades que todos pueden tener, miran hacia adelante, hacia el horizonte, y pierden la gravedad y la tensión de estar siempre compitiendo. Se salen de los guiones preestablecidos por la sociedad y están creando cultura en forma permanente. Juegan en los juegos finitos, pero con humor y libertad.

Un jugador infinito es una persona capaz de ver las cosas desde ese prisma y actuar en consecuencia. Con ello se acaban las fronteras, todo y todos son una posibilidad de aprendizaje y de juego, la sorpresa es motivo de disfrute y la vida algo fascinante de vivir, en la cual la edad y el tiempo siempre juegan a favor. Las organizaciones, las comunidades humanas y las personas que juegan en forma infinita, no buscan solo ganar y obtener utilidades, sino ser un aporte para el mundo para que la vida y el amor sigan adelante.

Estar en el mundo sin ser del mundo

En nuestra vida hay juegos finitos e infinitos. Mientras dos acepten jugar juegos finitos, habrá un sano equilibrio; mientras dos jugadores infinitos jueguen, tampoco habrá problemas; el nudo se arma cuando se mezclan ambos tipos de jugadores, ya que están en rieles absolutamente diferentes. Podríamos usar la imagen de la densidad de la materia como metáfora de estas dimensiones: los finitos están en un mundo denso, pesado, en donde todo se juega entre la vida y la muerte a nivel material, definido y definitorio. Los jugadores infinitos gozan como niños, ensuciándose sin importarles, porque vuelan con su corazón grande, su capacidad de asombro, su atención plena y la fluidez natural de quien vive la vida con libertad.

Hoy, todos podemos convertirnos en líderes espirituales que podamos aportar un nuevo modo de relacionarnos con nosotros mismos (sin tomarse tan en serio la vida y su competencia descarnada, abiertos a todos y con un corazón generoso para servir y amar), con los demás (buscando el bien de todos y que puedan seguir en juego con su diversidad y complemento) y con el entorno (tomándolo como un lactante a cuidar), saliendo da la lógica de ganadores y perdedores y cuidando por sobre todas las cosas la relación.

Aterrizando lo expuesto a la vida

Los juegos infinitos pueden cambiar y optimizar nuestro modo de “pararnos” en la vida, de vivir la religión, de hacer negocios, de educarnos, de relacionarnos con nosotros mismos, de lidiar con la incertidumbre, de mirar el pasado, el presente y el futuro, de vincularnos con otras sociedades, sistemas de vida y la otredad. Algunos ejemplos que nos pueden ayudar. Un jugador finito en las finanzas piensa así: “Tengo que ganarle a la competencia; no importa perder dinero por un tiempo si es que los sacamos del mercado. Mis productos tienen algunas fallas, pero lo importante es lograr la meta anual de ventas”. Un jugador infinito, en cambio, piensa así: “Cómo puedo trabajar colaborativamente con mi competencia para que todos crezcamos a la par. Cómo puedo mejorar mi producción para que realmente mis clientes se vean satisfechos”.

Si nos vamos al ámbito de la vida espiritual, un jugador finito pensaría así: “He cumplido todo mi horario espiritual y he cumplido todas las exigencias que me permiten estar en paz. Hago meditación y mindfulness todos los días, y eso me da mucha paz”. Un jugador infinito, en cambio, piensa así: “Cómo puedo cultivar mi espíritu de modo de ser una persona cercana y acogedora en la que los demás puedan confiar. Cada día hago meditación y mindfulness para aportar lo mejor de mí a la comunidad.”

Jesús, el gran jugador infinito

Es sorprendente leer cómo los evangelios van mostrando una antítesis del juego finito desde sus inicios. Desde su nacimiento en la pobreza, su exilio o su persecución, son solo los ejemplos iniciales de lo que luego le costará la vida porque cambió toda la lógica de su tiempo y también la actual. Los últimos serán los primeros es una buena muestra de esta forma de vivir; por eso les lavó los pies a todos. Sin embargo, la culminación de su testimonio de jugador infinito está en su pasión y muerte, entregándose a la “derrota y deshonra” más grande, solo afirmado de la certeza del amor de su Padre y de su entrega para que nosotros pudiéramos seguir jugando y accediendo al amor.

¿Qué haría él en nuestro lugar ahora mismo? Es una buena pregunta para discernir y elegir como amar más y servir mejor. Algunas preguntas podrían ayudarnos a reflexionar: ¿cuántas decisiones, inversiones y consumo energético de nuestra vida diaria tienen que ver con ganarnos a nosotros mismos (al juez interior) y a los demás y parecer como triunfadores validados en la sociedad? ¿Cómo nos relacionamos con los demás en el mundo laboral, comercial y financiero? ¿Somos depredadores de la competencia y de la naturaleza con tal de obtener más ganancias y beneficios en lo personal o empresarial? Al vincularnos con nuestros seres más cercanos, ¿qué es más importante en realidad: la relación que nos une o tener la razón, el poder, la última palabra, la autoridad, etc.? En nuestra vida espiritual, ¿solemos vivir en la meritocracia en la “espiritualidad” desde arriba, exigente y del deber ser, de cumplir normas, o somos capaces de vivenciar la gratuidad del amor de Dios? En nuestro desarrollo cognitivo (personal, académico o profesional), ¿qué nos motiva realmente a esforzarnos y avanzar?

El bien que podemos aportar

En estas respuestas puede estar el bien que podemos aportar a la comunidad, a la humanidad, al planeta o las ganancias y reconocimientos que podemos obtener. Sería interesante que cada uno de nosotros se preguntara dónde se suele ubicar, qué tipos de juegos son los que más vive y si esta propuesta le puede ayudar a tomar conciencia para acercarnos más al ideal que Cristo nos dejó.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo