Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Iglesia 5.0 en salida: ocio y personalización


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El avance tecnológico no se detiene. Continúa avanzando. Ya se piensa el paradigma 5.0. Lejos quedó aquel continente digital estático y literal, de consulta y poco más. Hemos superado el mero espacio 2.0 que abrió la puerta a la interacción, a los comentarios de ida y vuelta, al seguimiento mutuo. Se fueron abriendo paso, no sin reticencias y debates de diferente calado, los algoritmos y nuestro modo de dialogar también con ellos, para servirnos de ellos en lugar de que ellos se sirvieran de nosotros. Y, como quien no quiere la cosa, ya hablamos de entornos de interacción e inteligencia artificial colaborativos y dinámicos 5.0. No tardará en llegar el siguiente paso. ¿Cuál será?



Pese a las resistencias es indudable que la realidad ha cambiado. Se ha alterado no superficialmente la vivencia de muchas cosas cotidianas tales como el espacio, el tiempo, la actualidad, incluso el trato con uno mismo y con el otro. Sin duda alguna la aportación de la tecnología digital en muy diversos campos ha supuesto un incremento exponencial inesperado y se han alcanzado cotas que asustan por la responsabilidad que exigen dado el impacto directo que tienen o pueden tener sobre las personas.

Hablamos poco todavía de privacidad, nos afanamos en humanizar procesos, pero todavía no tanto, se cuestiona todo y se habla de todo a la vez en una agenda que no manejamos, con una información precaria en la mayor parte de ocasiones asomándonos al mundo a través de un ventanuco minúsculo ideologizado de partida.

La Iglesia ha vivido desigualmente la apertura al mundo digital. Dada su amplitud a nadie debe extrañarle esto. Quienes desde el primer momento lo han asumido como oportunidad que afrontar responsablemente, quienes han hecho de internet un lugar de encuentro –no desprovisto de encontronazos, también–, quienes han manejado con calidad lenguajes y tecnologías para hacerse presente y anunciar el Evangelio, se han sentido misioneros en el sentido pleno de la palabra. Otros, con mayores reparos, han insistido en la importancia de la presencialidad, del trato y del contacto directo, del Evangelio que se vive en lo inmediato y cercano, alejado de discursos y tanta imagen. Como en tantas otras cosas, Marta y María unidas.

Construir vínculos

El escenario que llaman 5.0 tiene aspectos de especial interés para la Iglesia, en los que convendría ir trabajando para adelantarse. Por un lado, está claro que la tecnología no solo consume tiempo de las personas, sino que ofrece más tiempo y oportunidades. Una constante en el desarrollo y progreso es favorecer la liberación de ciertos trabajos rutinarios y mecánicos, que sin duda pueden realizar máquinas con una extraordinaria precisión. Es decir, hay un aspecto claramente liberador que deja un enorme campo directamente vinculado con el ocio -siempre que puedo aprovecho para decir que con el claro peligro de construir un mundo de ociosidades- y el desarrollo de inquietudes personales, lo cual no es nada desdeñable.

Desde el inicio de los tiempos, de modo muy original siempre, la Iglesia ha mostrado interés por este aspecto como algo salvífico y con capacidad de construir sujetos y sociedades más humanas, con vínculos más sólidos. Y sería interesante recuperar mayor dinamismo y capacidad de respuesta en lo cultural, en lo social, en lo relacional, en lo formativo. Lo religioso vivido de este modo es un “siempre más” que impulsa un modo de vivir y hacer en el resto de la vida. Algo que, a poco que miremos, está siendo progresivamente secularizado con multitud de propuestas paralelas a lo estrictamente religioso.

Por otro lado, como segundo aspecto a señalar en el mundo 5.0, está la integración de inteligencia artificial –así se llama y soy consciente de todo el debate que hay alrededor y que convendría repasar de vez en cuando– en la vida de las personas para hacer de la vida de las personas precisamente algo más personal. Es curioso que se deposite un cierto potencial humanizador en una realidad creada por las personas, pero es así y será así, o al menos la intención es que sea así en el mejor de los casos. Perdón por el juego de palabras. La inteligencia artificial se propone como aliada de la personalización de la persona porque tiene algo que, según parece, ciertas “máquinas” harán mejor que las personas: conocerlas. En los dispositivos las personas se muestran como son, hay una mayor apertura y expresión, de modo que una “inteligencia” capaz de recibir información y procesarla integralmente tendrá capacidad de “acompañar” mejor a las personas. Es algo que ya hemos visto en alguna película o serie.

Aquí es donde me pregunto seriamente si la Iglesia –la comunidad de los cristianos, siempre peregrinos– no tiene nada que aportar desde su conocimiento profundo de la persona. Es más, si nuestra imagen, nuestra idea de lo que es ser persona tiene algo que decir o no a las aspiraciones -decimos profundas- de hombres y mujeres de hoy. Dicho como pregunta: ¿Estamos escuchando de verdad, para conocer de verdad, la humanidad en el siglo XXI con sus circunstancias o está ocurriendo algo peligroso que desvirtúa la transmisión del Evangelio como es que lanzamos discursos a personas que no conocemos?

La inteligencia artificial está diseñada para conocer y es su punto fuerte de partida. Presente en todo, estudia todo, analiza todo. Saca conclusiones y su respuesta será más adecuada progresivamente en función de la respuesta que obtenga. Y así una y otra vez, sin cansarse. Un conocimiento servicial, según se propone, con un punto muy débil, que la Iglesia debería saber y anticipar: su aceptación de las personas no será amorosa, no será en su mismo plano, no será “sinodal”. ¿Seremos los cristianos capaces de entenderlo?