¿Hasta dónde llega la hospitalidad?


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Si alguien creía haberlo visto todo –todo lo malo– en el acto terrorista de Hamás en el ataque a Israel –incluidos el asesinato de bebés y el secuestro de ancianos y niños–, se equivocaba, ya que acabamos de asistir a una vuelta de tuerca más en la infamia: ahora dice un portavoz de Hamás que los secuestrados son “huéspedes” o “invitados” en Gaza, y que serán liberados cuando “se den las condiciones sobre el terreno”.



En Oriente, la acogida es algo sagrado, y en la Biblia podemos encontrar algunas buenas muestras de la importancia de la hospitalidad. Alguna de ellas incluso puede resultar incomprensible o escandalosa. Es lo que ocurre con el episodio de Lot en Sodoma. A la ciudad llegan los “ángeles” que han estado hablando con Abrahán en Gn 18, y Lot los acoge en su casa: “‘Señores míos, os ruego que vengáis a casa de vuestro servidor, para pasar la noche y lavaros los pies; por la mañana seguiréis vuestro camino’. Ellos contestaron: ‘No, pasaremos la noche en la plaza’. Pero él insistió tanto que fueron con él y entraron en su casa. Les preparó una comida, coció panes ácimos y comieron” (Gn 19,2-3).

Hamás resulta un sarcasmo

Pero los habitantes de la ciudad pretenden abusar de esos visitantes (es lo que dará lugar al término “sodomía”). Entonces Lot dice algo tremendo: “Por favor, hermanos míos, no cometáis esta maldad. Mirad, tengo dos hijas que aún no han conocido varón; os las sacaré para que las tratéis como os parezca bien, pero no hagáis nada a estos hombres que se han cobijado bajo mi techo” (vv. 7-8). ¿Desnudar un santo para vestir a otro, por decirlo suavemente? No, simplemente es una forma absolutamente paradójica –y para nosotros inaceptable, con razón– de poner de relieve que la hospitalidad es sagrada, que aquel “extranjero” que es acogido en una casa es inviolable y merece todas las atenciones y cuidados. Hasta el absurdo.

Otros pasajes bíblicos plantean una situación semejante, como el de la concubina del levita o crimen de Guibeá, en Jue 19 –uno de los textos más truculentos de la Escritura–, o, más amablemente, la segunda imagen del Salmo 23 (vv. 5-6), donde un beduino ofrece su tienda como refugio para un forastero que es perseguido por el desierto (“Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos”, v. 5).

Por eso la declaración de Hamás resulta un sarcasmo difícilmente soportable e hiriente por demás.