Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Gratitud


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Disfrutaba de aventajar a los demás, y aquella ocasión, al pasar a verde el semáforo, ya tenía puesto el pie en el acelerador. Pero otro conductor en la avenida que yo estaba cruzando, decidió no detenerse ante la luz amarilla y aceleró a fondo. Lo vi acercarse muy rápidamente por mi costado izquierdo y solo alcancé a gritarle a mi hermano ¡Sujétate!



Yo era muy joven y me encantaba manejar el automóvil que mi padre me había heredado para trasladarme a la facultad. Aquella ocasión, mi hermano y yo andábamos de compras, buscando una aguja para el tocadiscos y así la fiesta pudiera iniciar. Nunca imaginé que me encontraría girando violentamente en el auto debido al fuerte impacto del otro coche. Al detenerse el auto, pude ver que mi hermano tenía una herida en la cabeza, a simple vista no muy grave, y yo, a pesar de que el otro auto había impactado justo en mi costado, me encontraba ileso. El conductor del otro vehículo, donde iban tres personas, a pesar de que se veían muy lastimadas, se dio a la fuga, con la complicidad de su motor en la parte trasera. 

Así que, con la preocupación de la herida de mi hermano, con la desolación de no haber llegado a ningún arreglo con el conductor “culpable” del accidente y con mi auto que a duras penas logró llegar a casa, frustrado, solo pensaba en los daños que el vehículo tendría, el costo que ello implicaba y en el gran enojo que a mis padres les daría saber de esto. Mi gran sorpresa fue que ellos, después de revisar a mi hermano y curarlo con unos vendoletes, solo me dijeron: “Gracias a Dios que solo fueron daños materiales”. No hubo más regaño, no hubo mayores comentarios respecto al auto, el cual, mi padre decidió vender como chatarra al otro día, por lo que los siguientes años de facultad, me trasladé en autobús urbano.

En mi juventud, no alcancé a entender la proporción de la reacción de mis padres.  Al parecer, yo era el más preocupado por lo sucedido. Me lamentaba tanto no haber sido más prudente y haber permitido que un auto, que había costado mucho adquirir, se haya perdido en ese desafortunado accidente. Pero ya de adulto y con familia, he comprendido que, entre tantas pérdidas, es muy posible olvidar lo que aún se conserva. En aquel caso, dos hijos. Mis padres me enseñaron ese día a darle valor a lo que realmente importa y agradecer el bien con que aún se cuenta.

Tiempo de pérdidas

Estamos pasando tiempo de grandes pérdidas, tanto materiales como de personas amadas. El dolor, la incertidumbre y la angustia nos invaden ante las carencias que la pandemia nos genera. Sin embargo, conviene no perder de vista las cosas que aún conservamos y que pueden ser más valiosas que lo perdido. No quiero simplificar una situación tan grave y delicada, pero debemos mirar con gratitud lo que aún se tiene y disfrutar de ello, sin apegarse demasiado a lo que ahora no se alcanza.  

“El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”. Filipenses 4, 5-7

Te invito a que seamos testimonio de esperanza, agradeciendo la vida que aún tenemos y haciendo el mejor uso del tiempo del que aún disponemos.