José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Gil Tamayo: recuperar la propia voz


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MIÉRCOLES 31. Décimo aniversario de la revista Misión. Coloquio sobre la familia. Primera cuestión. La crisis de la institución. Abre las intervenciones José Ignacio Munilla. “Solo se explica por una causa superior: los espíritus del mal que están en las alturas. Aquí hay una acción diabólica”. Fin de la cita.

JUEVES 1. Cementerio de Getafe. Misa. Don Ginés glosa y desglosa ‘Gaudete et exultate’. Para reivindicar a los santos de la puerta de al lado que han ido a visitar tantos al camposanto. Recuerdo a los ausentes y llamada a los presentes: “No nos podemos conformar con menos que ser santos”. Ahí está el listón. O la puerta estrecha.

LUNES 5. Por la mañana. Congreso de las religiones por la paz. Antes de la apertura, me topo con el obispo colombiano Tulio Duque. Hablamos de minorías. Y le bastan unos segundos para mostrarse preocupado por las caravanas de migrantes. En plural. No solo la que van camino de Estados Unidos. “Ese éxodo lo estamos viendo en toda América Latina. Son tantos los que están saliendo obligados por tantos conflictos, tanta pobreza y tanta necesidad”. Y trae Venezuela a este foro paralelo: “Yo estoy viendo diariamente cómo los venezolanos que llegan a nuestro país no tienen más remedio que vivir en la calle y asumir cualquier trabajito que les dan”.

De tarde. El diario La Razón cumple 20 años. En una pantalla se superponen las portadas. De la caída de las Torres Gemelas a la elección de Francisco. Una tras otra. Velocidad de vértigo. Como la vida. Como los pontificados. Me abruma. Me preocupa. No tanto por la vida. La permanencia. Los procesos.

MARTES 6. Doce en punto. Hola, pastor. Adiós, secretario general. Recuperar la propia voz, aparcar el portavoz.

José María Gil Tamayo, en rueda de prensa en la Conferencia Episcopal Española

Almuerzo de prensa. Lara Dibildos presenta su nueva obra, ‘El contador del amor’. Después de unos cuantos años en la escena, pateándose de arriba abajo los teatros de capitales y provincias, siempre le persigue la sombra de los apellidos. Con humildad, no les da esquinazo, simplemente lo asume. Pero alza la voz sobre las vejaciones a los que son sometidas las actrices. “Cuando empezaba me hicieron algunas propuestas. Afortunadamente yo podía decir que no, porque me lo podía permitir, pero tenía compañeras que aceptaban porque no tenían nada que dar de comer a sus hijos”. No sucedió décadas atrás, sino anteayer. Más abusos. En espacios que no son sacristías. Y estos sí que siguen silenciados.

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