Feminismo y clericalismo


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El papa Francisco, en su Carta al pueblo de Dios, invitó a todos los creyentes, a todos los que se sienten parte de la Iglesia, a reflexionar sobre la crisis que esta vive ante la denuncia de los abusos y a trabajar para “sanar” esta institución, señalando entre los males que la afligen, con particular vehemencia al clericalismo. Las mujeres no tienen nada que ver con el clericalismo, desde el punto de vista de la implicación personal, porque incluso las religiosas son consideradas laicas, es decir, que no han sido ordenadas. Por lo tanto, no hay mujeres que puedan ser consideradas parte del clero, pero esto no significa que automáticamente puedan ser consideradas inmunes al clericalismo, que es otra cosa.

Para reflexionar sobre este tema es necesario dar un paso atrás y examinar el compromiso de la mujer en la Iglesia, desde que esto ha significado una confrontación explícita o implícita con el feminismo que estaba transformando la sociedad occidental. La primera reivindicación, iniciada a finales del siglo XIX por la protestante americana Elizabeth Cady Stanton, fue la de tener el derecho de estudiar y por lo tanto la de poder comentar los textos sagrados. En el ámbito de la Iglesia Católica este resultado se obtuvo sólo después del Concilio Vaticano II – recordemos dicho sea de paso que el comentario de Teresa de Ávila sobre el Cantar de los cantares no pudo ser publicado ¡porque Teresa no tenía oficialmente permiso para acceder al texto! – y ha fructificado de una forma rica y sorprendente.

Relación libre e importante de Jesús

Aunque obviamente con un valor discontinuo, las aportaciones femeninas a la interpretación de la Biblia, y en particular al Nuevo Testamento, han sido ricas, a veces revolucionarias, tanto en el hacer reconocer la densa presencia de la mujer en los textos evangélicos, como en la relación libre e importante que Jesús estableció con ellas, y en el mirar los textos en su conjunto con ojos nuevos y capaces de percibir aspectos hasta ahora descuidados.

Es una pena que este largo y feliz trabajo, que ahora constituye un todo verdaderamente importante, no haya llegado al cuerpo sacerdotal ni forme parte oficial de la enseñanza en los seminarios. ¿Cuántas homilías más tendremos que escuchar en las que no se preste atención al hecho de que la mujer samaritana es una mujer?

El compromiso “feminista”

Si esta contribución de las mujeres, aunque oficialmente todavía esté infravalorada, puede considerarse un don extraordinario para la vida de la Iglesia, no es un balance positivo que debemos hacer en el aspecto más “político” del compromiso “feminista” de las mujeres católicas.

Si bien no cabe duda -y este análisis es compartido por todas las mujeres que trabajan en la Iglesia, incluidas las religiosas- de que se trata de una estructura rígidamente patriarcal en la que, a las mujeres sólo se concede una contribución muy secundaria, siempre sometida al escrutinio de las jerarquías y examinada con cierta sospecha o con suficiencia, se proponen y se ponen en práctica diferentes estrategias, al menos parcialmente para cambiar esta situación.

Una voz ignorada

Algunas de las mujeres católicas sensibles con este problema -y no son pocas- han tratado de trasladar al interior de la Iglesia los análisis y métodos de lucha de las feministas del mundo laico, que a su vez han sido tomados prestados, y a menudo, apoyados por los sectores de izquierda.

Se trata obviamente de un proyecto de crecimiento del poder dentro de la institución: de hecho, muchas personas piensan que el objetivo primario es el sacerdocio femenino, es decir, la base del poder como la única manera de transformar la institución.

Vacantes en las esferas de poder

De todas maneras, con tal de que la voz de las mujeres -que no se escucha ni siquiera por los temas que principalmente las involucran como la familia y la sexualidad- adquiera autoridad, casi todas proponen que, incluso sin el sacerdocio, las mujeres deberían ser colocadas en puestos de mando, como la dirección de congregaciones o departamentos.

Para lograr estos objetivos, al ser obviamente una institución patriarcal, se debe elegir a un “buen” papa que finalmente abra las puertas a las mujeres. Básicamente, se trata de solicitudes de vacantes en las esferas de poder y de toma de decisiones.

Apertura a los laicos

Esta es una posición que también se ve afectada por el clericalismo: entra a formar parte, directa o indirectamente, de la esfera de poder que está firmemente en manos de los clérigos. No hay duda de que esta apertura a las mujeres, si la hubiera, no sería negativa porque seguiría significando una apertura a los laicos, una grieta en el clericalismo. Pero sería una apertura de nuevo impulsada por el clero, y podría convertirse en una clericalización cultural de las mujeres. Algo que pasa muy a menudo.

En resumen, es como si las mujeres al no sentirse verdaderamente parte de la Iglesia tuvieran que esperar la invitación para entrar en los rangos más altos.

Hijas obedientes

Pero aquí está el problema: es verdad que las mujeres –incluso las más obedientes– no se sienten verdaderamente parte de la Iglesia, sino a lo sumo hijas obedientes, que es otra cosa. Si realmente se sintieran parte de la Iglesia, en virtud del sacerdocio bautismal, lucharían por la vida de la Iglesia y por su adhesión a las palabras de Jesús, dondequiera que estén, también si son limpiadoras, con todas las armas a su alcance, que no son pocas.

En lugar de ver la falta de mujeres en los niveles superiores, deberían analizar lo que pueden hacer las mujeres en los inferiores, incluso a costa de chocar con las jerarquías. No es fácil por supuesto, pero es impresionante ver el silencio de muchas mujeres frente a los abusos, mujeres que la transformación de la sociedad civil les ha hecho fuertes, culturalmente preparadas y muchas veces con éxito profesional. Demasiadas, ante las injusticias flagrantes, han optado por permanecer en silencio, quizá para después quejarse de que no se les ha tenido suficientemente en cuenta en la Iglesia.

Cambiar desde abajo

No se sentían parte de la Iglesia, sino sólo un rebaño anónimo que estaba frente a las puertas esperando a ser elegido. Esto es clericalismo, y es este el clericalismo que las feministas católicas deben sanar: porque la condición de la mujer en la Iglesia sólo cambiará si las mujeres tienen el valor de empezar a cambiarla desde abajo, con denuncias si es necesario, con preguntas que nunca surgen.

¿Cuántas veces la ausencia de mujeres en las juntas parroquiales, comisiones, etc., no se debe a dogmas o prescripciones canónicas, sino a una tradición muy arraigada, ya completamente desfasada?