Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Enseñar hipocresía


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Ella pertenecía a la liga de debates de su universidad. Era una de las mejores, su dialéctica le permitía aplastar y dejar exhaustos a sus contrincantes. Los machacaba sin piedad, nunca encontraban la manera de replicarle, tenía una especial habilidad para dar la vuelta a las argumentaciones de los contrarios y que pareciese que apoyaban la postura que ella defendía. No tenía un plan preconcebido, pero sabía replicar con certeza a los razonamientos de los otros, los retorcía de tal manera que, al final, parecía que estaban apoyando y defendiendo su postura en lugar de la contraria.



Ahora estaba contenta, habían llegado a la final, su equipo podía alzarse con la preciada recompensa a todo su trabajo. Solo tenían que vencer a ese equipo tan bueno que iban a tener delante. Sabía que lo conseguirían, pero todo pareció desmoronarse cuando salió el tema a debatir y la postura que debían defender. Le entró un sudor frío y una rabia infinita, parecía que lo hubiesen hecho adrede, que lo supiesen.

Se retiró en el momento pudo y fue al baño a llorar, no lo iba a poder hacer, no era posible ¿cómo iba a defender algo de lo que había sido ella mismo víctima inocente? ¿Cómo podría argumentar a favor de algo que siempre la había marcado de esa manera?

Lloró y lloró en soledad, no quería que la viesen en ese trance. En su casa no durmió aquella noche, estuvo a punto de retirarse, de decirle a los compañeros que no podía hacerlo, pero no podía ser ¿Qué sucedería con su prestigio? ¿Tendría entonces que contar lo que le había pasado? ¿Cómo iba a justificarse sin que nadie supiese o intuyese el calvario por el que había pasado?

Se sobrepuso, puso su brillantez al servicio del pensar de quien le había hecho tanto daño, se puso en su lugar y se preparó para la contienda, para el debate. Iba a ganarlo, sus sentimientos podían quedarse a un lado.

Nunca más

Y eso fue lo que hizo, con brillantez, como siempre, fue dando la vuelta a todos los argumentos de sus contrarios como quien gira una camiseta para ponerla en la lavadora y venció, su dialéctica y la pasión que puso en defenderla causaron admiración en el público y en el jurado y su equipo se alzó con el preciado trofeo.

Ella volvió rota, vacía, destrozada y lloró, mucho más de lo que había hecho en la previa al debate. Su cuerpo temblaba y no encontraba consuelo en nada, había ganado, había vencido, había salido victoriosa, pero ¿De qué le servía? Lo había hecho defendiendo lo contrario de lo que pensaba. Había dado la razón a quien tanto daño le hizo.

Entonces se dio cuenta: No volvería a hacerlo, nunca más defendería algo que no le marcase su corazón, nunca más vendería su dialéctica al mejor postor, no quería mejorar en hipocresía, quería construir con los demás, no vencerles. Nadie entendió por qué abandonó el equipo de debates con lo buena que era…