Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Enriquecerse: un sinsentido


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Sigo repasando la sabiduría bíblica sobre la economía. En este caso abundo sobre el tema del sinsentido del enriquecimiento. Cuando este se da, nos avisan los sabios de Israel que se da un problema añadido: los parásitos y los falsos amigos que se acumulan alrededor de quien lo consigue: “Cuando los bienes aumentan, aumentan los parásitos; y ¿qué ventaja saca el propietario? Verlos con sus ojos.” (Qo 5,10). Muchos quieren acercarse al que tiene riquezas, muchos quieren aproximarse a quien le sonríe la diosa fortuna.



Pero este acercamiento no es sincero, no busca a la persona, sino que pretende mendigar parte de sus riquezas. Por ello el sabio advierte que aumentar las ganancias trae estos amigos parásitos que intentarán chupar la piel de quien ha logrado mejorar su posición. Son aquellos que cuando la situación es difícil, desaparecen rápidamente de la vista de aquel que está pasando por un mal momento. El rico tiene complicado saber si sus acompañantes lo son por interés material o si realmente se trata de buenas amistades que se mantendrán en cualquier circunstancia.

Además, esas riquezas ganadas se pueden perder rápidamente y entonces el sabio se pregunta ¿para qué arriesgarse a pecar? ¿para qué perder la salud y el sueño? ¿para qué atraer aduladores que solamente buscan mi hacienda? “¿De qué nos ha servido el orgullo? ¿De qué las riquezas de que presumíamos? Todo aquello pasó como una sombra y como un rumor fugitivo. Como nave que corta las aguas ondulantes, de cuyo paso es imposible encontrar rastro ni sendero de su quilla entre las olas.” (Sab 5, 8-10)

Como vienen se van

Todos los esfuerzos realizados por acumular se pueden desvanecer deprisa. Las riquezas tal y como vienen se van. Además, todo lo que se ha juntado no sirve de nada cuando llega el día de nuestra muerte: “como salió del seno de su madre, desnudo, así se volverá, yéndose como vino; de su trabajo no se puede llevar nada consigo.” (Qo 5, 14)

A la hora de rendir cuentas a nuestro hacedor, las riquezas son inútiles y con demasiada frecuencia acaban beneficiando a otros. Nuestro afán por acumular puede terminar en manos de quien menos esperamos, ganamos para nosotros pero acaba beneficiando a otros: “al malhechor le impone la carga de allegar y amontonar para dejárselo después a quien Dios quiera.” (Qo 2,26) No sabemos a quien van a beneficiar nuestras riquezas, tampoco nos las podremos llevar con nosotros ni nos serán de ninguna utilidad cuando perezcamos ¿Para qué esforzarse entonces en acumularlas?