Entretenidos con esa quimera del relator para Cataluña, los políticos españoles ni se han enterado de que el relator de la ONU sobre Pobreza Extrema se ha pasado doce días en nuestro país –parte de ellos, de la mano de Cáritas Española– para ver con sus ojos las llagas que deja la miseria y emitir un informe sobre una realidad que, dicho sea de paso, tampoco quieren ver.
Pero resulta que Philip Alston, que así se llama este señor, no ha tenido quien le haya escuchado con demasiado interés, a no ser la organización caritativa de la Iglesia y otras entidades sociales que mantienen en pie el entramado de la dignidad humana en España.
“He visitado lugares que sospecho que muchos españoles no reconocerían como parte de su país”. Así, a lo Blade runner, pero sin ciencia ficción, ha resumido Alston su bajada al infierno, a la espera de que le lleguen los palos del club pata negra por airear, entre otras, la miseria de los asentamientos temporeros de Huelva (y de la mano de Cáritas, además), cuando –dirán los profetas del sálvese quien pueda– todos saben que le paga una organización a la que Trump le quiere retirar sus fondos y que, además, reparte condones gratis en una política claramente antinatalista…
Al igual que las denuncias e informes de Cáritas, que Alston ha leído y alabado, la radiografía que ha hecho caerá en el olvido. No estamos en eso, estamos en otros relatos agitados artificialmente y que nos devuelven a las dos Españas, pero no a esas dos Españas a las que se refiere el relator, la de los que van tirando y la de los que están tirados.
Me dice un obispo que no dan conectado con la gente, que en las listas de valoración social, la Iglesia está en último lugar. No sucede con Cáritas, a quien se le reconoce su labor durante la Gran Recesión. A lo mejor sería cuestión de acompasar las voces para que no parezca que, también aquí, hay otra dualidad, la de las dos Iglesias, una arremangada y otra de puntillas.
