Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

El final de la espera


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Dos de mis seis hijos tenían fecha de nacimiento posible para el 24 de diciembre, pero las indicaciones de salud me obligaron a sacarlos unos días antes por cesárea por “fatiga de material”. Ya ambos me pasan de estatura, pero recuerdo con nitidez el agotamiento, el dolor, y el miedo soterrado que me atravesaba el cuerpo y el alma, sin poderlo expresar ni explicar en forma racional. Sin embargo, también estaba preñada de ilusión, de esperanza y solo ver sus rostros y pensar ponerlos en mi pecho, me daba fuerza para continuar.



Esta coincidencia de embarazos siempre me ha conectado en forma especial con la espera que debe haber vivido la Virgen, en especial si hubiese vivido por este lado del hemisferio y en la contingencia actual. Y es por eso por lo que me quiero ayudar con esta experiencia personal, para graficar cómo podemos sentirnos cada uno de nosotros en este Adviento tan particular.

Las molestias que hay que cargar

Estar embarazada de ocho meses y más en diciembre en Chile es sinónimo de un calor sofocante que nada te puede aliviar. La panza de sandía comprime la circulación por lo que de pies a orejas pareces víctima de los corticoides y apenas te puedes movilizar sin que te duela algo, que no sabías que existía en tu ser con anterioridad. El niño apenas cabe en su casita maternal por lo que se resiste con patadas y manotazos de boxeador profesional. Todo el mundo está cerrando el año, ocupadísimo y pocos reparan en tu “discapacidad” temporal para moverte igual que los demás. La vida continúa entre contracciones, puntadas, eventos, graduaciones, compras, elecciones y balances en lo laboral.

Si llevamos todos estos síntomas a la metáfora vital, podemos reconocer muchos de ellos en la vida personal, comunitaria, nacional y mundial. Sentimos que estamos “embarazados” de algo nuevo, que está por nacer, pero también muchos estamos sofocados en un ambiente tenso, agresivo, polarizado e incierto que no nos deja respirar. La incertidumbre como una gran sandía está “inflamando” de punta a cabo nuestra psique y nuestra irritabilidad. Basta ver las redes sociales o conducir por la ciudad. A todos nos está doliendo el “cuerpo”, pero no sabemos identificar dónde está la fractura ni menos cómo se puede sanar. El nuevo “ser” está pateando con fuerza, pero sabemos que aún le falta madurez para respirar. Y entre medio de todo eso sigue la necesidad de trabajar, de funcionar, de dar pruebas de acceso a la universidad, de pasar de curso, de cerrar años en la empresa, en las pymes, en trabajos estatales y hasta de pensar cómo celebrar Navidad en modo Covid o Ómicron, una vez más.

Preñados de ilusión

Cualquier mamá que me lea coincidirá conmigo al reconocer que, al estar esperando un niño, muchas de las molestias anteriores, se desdibujan con solo comerse un dulce y esperar que el niño que llevas dentro empiece a bailar. Esa vida revoloteando como un remolino, lleno de movimientos que te deforman la piel como si fuese masa para hornear, produce tal gozo y emoción que a todos se los quieres mostrar. Es como tener una caja de pandora prendida por dentro de donde salen sueños, imágenes, colores, proyectos, canciones, dibujos, conceptos, teñidos de un amor tan puro y angelical que nadie más te puede comprender cabalmente en la locura que estás. Efectivamente todos corren y el mundo parece darse vuelta en el estrés habitual, pero uno lleva cosida el alma a una estrella de luz que te palpita dentro, que te da un ritmo diferente, un pase a una dimensión trascendente y mágica que solo puedes experimentar mientras estás embarazada.

De la misma forma, ojalá este tiempo de Adviento para muchos sea un tiempo de esperanza tejida con anhelos de fraternidad objetiva y profunda que nunca hemos vivido como humanidad. Tantos movimientos y sufrimientos de toda índole no pueden caer al saco roto, sino ser las ofrendas preciosas para urdir un nuevo modo de relación que nos dignifique a todos, que nos haga “hacer nuevas todas las cosas” y que permita mayor justicia y verdadera paz. Los pequeños dulces que hoy podamos darle a “este niño” que esperamos, pueden ser gestos sencillos y gratuitos de generosidad, amabilidad, sonrisas, perdón, reencuentro, diálogo, conversión, reparación… Queremos que baile de gozo en las entrañas de nuestra sociedad y que juntos podamos aferrarnos a ese futuro que –aunque no le conozcamos el rostro– confiamos que será mejor que el presente, aunque las “evidencias” digan lo contrario.

Me imagino la ternura y los sueños de la Virgen María. Cuánto habrán comentado con san José sobre el niño que les habían entregado. Cómo sus arrullos y cantos habrán calmado las punzadas, la cadencia monótona del burro en su caminar y el temor de lo que tenían que vivir.

La incertidumbre de lo que pueda pasar

Junto con las molestias y las ilusiones, en este tiempo final de la espera en toda madre siempre existe un diálogo silencioso del corazón, donde conversamos con el temor y la inseguridad, que dan vueltas por todo el abanico de posibilidades que nos podamos imaginar. Como no se duerme mucho tampoco, la “loca de la casa” –la mente– está suelta y hace de las suyas creando películas en un cine que nadie más puede contemplar. Las películas están en nuestra cabeza y la “culpa” casi siempre es la villana principal. Algunos de los “estrenos” más populares de las madres encinta son: ¿Qué pasa si algo sale mal? ¿Lo podré amar? ¿Qué haré si el niño viene con alguna enfermedad? ¿Podré darle una buena educación? ¿Cómo reaccionaré al trabajo de parto y al despojarme de mi tesoro vital? ¿Seré buena mamá? ¿Me lograré organizar? ¿Podré volver a un cuerpo normal? ¿Podré volver a trabajar? ¿Y si muero en el parto? ¿O si muere mi hijo? ¿Quién cuidará a los míos?

silueta mujer embarazada

Nada más parecido a lo que podemos estar enfrentando en la actualidad. Son tantas las preguntas que tenemos sobre el futuro mediato y el de unos años más, que vivimos en un estado de alerta permanente que no nos deja en paz. Casi no podemos dormir tranquilos en realidad. Hay demasiadas cosas en juego y nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar con el planeta, con las instituciones, con la iglesia, con el estado, con la constitución, con los valores, con la paz…. A muchos los agobia el miedo porque sabemos que no hay vuelta atrás, pero tampoco sabemos qué cara tendrá lo que se está gestando en el embarazo actual.

No es difícil imaginar el temor legítimo de esa jovencita de Nazareth, con un niño engendrado por el Espíritu Santo… peregrinando a una ciudad extraña para poder ser censada por el Imperio. Cuántas preguntas habrán hervido en su corazón, cuántas inquietudes de si daría el ancho para tamaña misión, cuánta incertidumbre de dar a luz en medio de la oscuridad…

Y llegó la hora de nacer

Cómo toda espera, ésta también es una cuenta regresiva al hecho inevitable de que hay que romper aguas, dilatarse y empezar, por medio de las contracciones, a abrir el camino para que el niño pueda respirar por sí sólo. Tomar un atajo y evadir el parto es la muerte de la madre y del hijo; no te lo puedes saltar. Así aparecen todas las hormonas coludidas en una montaña rusa de sensaciones, emociones, pensamientos y mociones, generando en nosotros un revoltijo de humanidad que enfrenta la vida y la muerte desde la más absoluta vulnerabilidad. Manos expertas tironean, cortan, pinchan, dan consejos, te ayudan a respirar. El niño ya se asoma y no sabes si estás pariendo o muriendo en realidad. Todo es caos, desesperación, impotencia, apocalipsis brutal… hasta que al final una ventosa se suelta y te avisa que salió de tu cuerpo el ser tan esperado y que te estuvo a punto de rasgar. Ha nacido el niño/a, ya no son uno, sino una bi unidad.

Quizás los tiempos más álgidos de este parto de una nueva humanidad, de un nuevo hombre y mujer más fraterno, justo, ecológico y espiritual, aún le falta tiempo para madurar, pero debemos estar también preparados para esa etapa que no la podemos saltar. La nueva vida siempre se abre paso entre rupturas, dilataciones, dolores y un caos que no podemos más que dejar fluir y acompañar. Ya oiremos complacidos ese llanto del recién nacido que nos inflará el pecho de entusiasmo y lo querremos alimentar.

Nosotros hoy, también estamos invitados a seguir caminando hacia nuestro Belén, sumando la riqueza de todos los matices de esta espera final y su complejidad. Las molestias, las ilusiones y los temores, son parte del proceso de toda vida que se está gestando, pero con la certeza de que Dios nos lleva en andas y que la misma Virgen lo experimentó antes y nos regaló a su hijo con un nuevo modo de relacionar.