Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El amor no se va de vacaciones


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Todo pasa y todo llega, como decía el poeta, y también pasan las vacaciones. Después de varios meses fuera de Granada, vivo estos primeros días del curso situándome de nuevo, retomando rutinas y reconquistando la ciudad. Es curioso constatar cómo el centro ha cambiado en este tiempo de ausencia. Han aparecido nuevos comercios, hay obras por algunas calles y muchos sitios permanecen todavía cerrados por descanso. Entre las cosas que no cambian está la constante presencia de una mujer que recorre las iglesias de Granada, que no son pocas. Permanece en la puerta a las horas en que se va a celebrar la eucaristía y va asaltando a cualquiera que entra para pedirles a todos que, si van a misa, la ofrezcan por Juan Manuel.



El amor es irracional

No se trata de una mujer mayor, pero ya la he visto al menos en cuatro templos distintos haciendo esta misma tarea en horas diversas. Una vez le pregunté quién era el tal Juan Manuel y me dijo que su difunto esposo. De esta anécdota se podrían decir muchas cosas, como la necesidad de formación o especular sobre cómo tuvo que ser el susodicho para tal grado de preocupación por parte de su viuda, pero quiero pensar que, además de concentrar muchas lagunas teológicas, esa insistente mujer también tiene mucho amor hacía su marido y que el amor es así de exagerado y de irracional, tanto que no entiende de límites ni de infinitos.

 

Prefiero pensar que la costumbre de esta mujer refleja la fuerza del amor, que no entiende de distancias y que ni la muerte es capaz de romper. Ya lo decía el Cantar de los Cantares: “Es fuerte el amor como la muerte, implacable como el Seol la pasión” (Cant 8,6). Si esto sucede con nuestro modo de amar, que siempre es torpe y limitado ¡cuánto más con Aquel cuyo nombre es Misericordia! Todo pasa y todo llega, también las vacaciones, pero el amor… ese sí que nunca pasa.