Rafael Salomón
Comunicador católico

El amor incondicional de Dios


Compartir

Te fijaste en mí y me cuesta trabajo reconocerlo, veo tantos fallos en mi ser, errores, limitaciones y miserias que me alejan de tanto amor que me ofreces. Me queda claro que mi lógica no es la misma y que mis leyes y conceptos son muy diferentes a los tuyos, me cuesta trabajo comprender tu amor y misericordia. Me elegiste con todos mis errores, cuando menos lo merecía, te fijaste en mí y me amaste, cuando ni yo mismo pude amarme.



¡Qué amor más grande me demuestras! Sin límites, en exceso, confiando en mi persona. Aceptar tu amor por mí duele, no es nada sencillo y debo reconocer que fue una lucha interior por aceptar cuánto me amas y es que, tal vez en tu lugar, ni siquiera me gustaría aceptar a alguien como yo, sin pretender ser víctima, no merezco todo lo que me ofreces, es tanta tu generosidad que me desconcierta.

Me elegiste y aún no lo entiendo, soy sincero. Me gustaría mirar con tus ojos y darme cuenta qué es lo que realmente ves en cada uno de nosotros, lo que hay en nuestro corazón, porque es casi imposible para mí darme cuenta de todo lo que puede haber en las personas, sigo viendo lo exterior. Se trata de un amor único y especial, recibirlo depende de cada quien, decir sí a tanto, en ocasiones resulta ser complejo.

Ser voz de la Buena Nueva

Es una oportunidad y al mismo tiempo un desafío, porque en ese amor desbordado hay una reciprocidad que nos hace amar a Dios de la misma forma, aunque no en la intensidad de Él, pero sí con ese ejemplo. He escuchado cientos de historias en donde se ha perdido el rumbo y propósito de la vida, pero en el momento en que se acepta tanto amor, la vida se vuelve sorpresiva y con nuevos matices, es la esperanza distinta y un nuevo rumbo.

“No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los designé para que vayan y den fruto, un fruto que perdure”. Juan 15, 16.

En todo esto hay un plan de salvación personal, es dar fruto de ese amor, es compartir lo que se ha recibido, es darle un nuevo sentido a nuestras vidas. Sentir que hemos elegido al amor de Dios, es sólo una apariencia, porque en el fondo, fue Él quien nos ha llamado por nuestro nombre para ser voz de la Buena Nueva y con nuestra vida testimoniar en todo momento, en tiempos buenos y en las tormentas.

Se llama conversión y es la manera en que volvemos al camino, si bien es cierto, se regresa a veces con dolor y tristeza, conforme vamos avanzando encontramos certezas, seguridad y también pérdidas porque dejamos actitudes que nos impedían experimentar la calma y la paz que sólo el amor de Dios es capaz de darnos.

Se trata de la misión y sentido que tanto anhelamos en la vida, ese amor derrumba todas las justificaciones de nuestro interior, ese inmenso amor acaba con los ‘peros’ que acumulamos a lo largo de nuestra existencia para no aceptar ese amor incondicional. Elegidos, amados, seleccionados, como quieras llamarlo, simplemente hijos de Dios para ver, creer y hacer de lo ordinario lo más extraordinario.