Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

Egolítica


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Llevo años escuchando expresiones referentes a los “egos” de las personas. La mayor parte en tonos despectivos, por más que el “ego” no tenga que serlo. Sin embargo, lo cierto es que lo es muy a menudo. Y la política es un terreno especialmente abonado para ello.



De hecho, la historia política reciente en cualquiera de sus ámbitos (local, estatal, internacional) nos trae a la mente rostros de personas que lo representan: individuos que se creen por encima del resto, que siempre creen tener razón, que no escuchan a quienes les rodean y que anteponen su interés a cualquier otro.

¿Se te ha venido ya a la cabeza alguien? Pues eso.

‘Ombliguismo endiosante’

Sin embargo, la concepción virtuosa de la política, es lo más opuesto a ese ‘ombliguismo endiosante’ que alimenta visiones estrechas, envidiosas, soberbias y faltas de empatía. El ‘yoísmo’ lo ha llamado Francisco. Pues, ya la “política” de Aristóteles, obligaba a levantar la mirada de lo propio para ampliarla a la búsqueda del bien del resto de la ciudadanía.

En cambio, la “egolítica” se orienta a llenar las propias vitrinas de trofeos y medallas, supeditando cualquier otro objetivo a ello. Las ‘luchas cainitas’ dentro de los partidos, los aferramientos a los sillones, los casos de corrupción, la manipulación sin escrúpulos para movilizar a otros, las peleas por los puestos en las listas, o el vender tus principios al mejor postor con tal de seguir en el cargo, son algunos de los ejemplos del daño que causa.

Y es que mi diagnóstico “de las causas de los males” de este tiempo pasa en gran parte por ello: aunque existen excepciones como es lógico, a menudo nos gobiernan personas que, incluso con comienzos llenos de buenas intenciones y honradez, acaban doblegándose a esta adulteración de la práctica política, de la que ya no saben –o no quieren– bajarse.

La vacuna de lo comunitario

Ante este panorama, tan frecuente por desgracia en nuestro escenario político, cabe el derrotismo, pero también el esfuerzo esperanzado –construido con altas dosis de “parresía” paulina– para que, al menos, nuestros gobernantes se cuestionen seriamente sus motivaciones.

En ese sentido –y esta es mi experiencia–, si queremos prevenir esa tentación o sanar esa inclinación, sin duda hay que articular espacios para lo comunitario y los discernimientos compartidos en la política. Los mismos son garantía –hasta donde se puede– de que el ego personal no se imponga.

El ejemplo más cercano lo tenemos en el ámbito familiar, donde los ‘egos’ pueden… pero menos, porque quedan fácilmente desenmascarados por quienes “te conocen de toda la vida”, saben de tus fragilidades y, como te quieren, hacen lo posible para evitar los fracasos derivados de ello. Vivir solo del ego… es uno enorme.

Termino glosando un aforismo de Chesterton, que hace tiempo me cautivó. Dijo el pensador inglés que “la aventura podrá ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo”. Pues no encuentro mayor cordura en esta loca aventura que es la política, que dejarse acompañar por amigos, hermanos/as, que siempre te recuerden que la política tiene poco de ego… y mucho de nosotros. A por ello vamos.