Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Desear es la base del economicismo


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Los principales manuales de economía de la actualidad ya no hablan de necesidades cuando tienen que definir el campo de estudio de la economía. En lugar de ello se refieren directamente a los deseos. La base sobre la que asientan su definición es que todos tenemos unos deseos materiales que son los que priman en nuestra existencia. Como estos deseos son ilimitados, la realidad es una situación de escasez ya que nunca podemos tener los suficientes recursos para satisfacer los deseos de todas las personas que habitamos la tierra.



Muchos de estos deseos son miméticos, es decir, queremos algo porque todos lo desean. Anhelo viajar porque todos ansían hacerlo, quiero un coche, porque todos desean tenerlo. Cuando conseguimos lo que todos ambicionan nos sentimos satisfechos con nosotros mismos porque tenemos o disfrutamos de lo que todos querrían disfrutar. La satisfacción que recibo es totalmente auto-referente, ya que solamente depende de que soy la persona que consigue aquello que los demás desean. Eso hace que nos instalemos en una escalada de deseos que solamente pretendemos, precisamente, porque son los de muchos otros.

Ante esta situación de partida, el sistema economicista propone la utopía del crecimiento ilimitado. La única manera que tenemos de alcanzar la satisfacción del mayor número de deseos posible es produciendo más y más cada vez y lograr así que nuestra satisfacción crezca. El crecimiento se presenta como el único camino posible para que aquello que se cree impreso en el corazón humano pueda hacerse realidad. Sin este crecimiento ilimitado, no habrá manera de cubrir más y más deseos.

Además, como los deseos son lo que pretendemos satisfacer y no distinguimos entre estos y las necesidades, cualquier cuestión que desee alguien va a estar al mismo nivel que lo que anhelen otras personas. Esto conlleva que el deseo de una persona de tener un tercer automóvil se iguala al que puede tener otra persona de comer o de tener una casa para refugiarse del frío y del calor y vivir en ella. Ya no hay una escala de deseos más o menos esenciales. Todos están al mismo nivel.

Ser competitivos

Vivir desde el deseo en un mundo en el que los recursos son escasos supone la necesidad de competir por el otro. Tenemos que intentar que esos recursos acaben favoreciendo mis anhelos y no los del otro. Mis pretensiones son contrarias a las de las otras personas. Por ello nos instalamos en un mundo de competitividad, en el que intentamos estar en el grupo de los que se apropian de la mayoría de los recursos, en el colectivo de aquellos que más deseos pueden satisfacer.

La utopía de nuestro sistema económico nos dice que podemos tener más y más y satisfacer más y más deseos sin fin. La evolución de la economía nos lo permitirá, especialmente a aquellos que sepamos ser lo suficientemente competitivos para apropiarnos de esos recursos que son escasos.