José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

De cómo dinamitar un pontificado


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Vuelve la intolerancia. En realidad nunca se había ido. Se había atenuado gracias a ciertos mecanismos de control, que se están resquebrajando, como quedó de manifiesto en el reciente encuentro por la paz de Sant’Egidio. También vuelve en la Iglesia, porque quienes la ejercieron se sienten ahora relegados y empiezan a cansarse de jugar a la comunión, a la que curiosamente antes apelaban como mecanismo de control.

Vuelve el miedo, aunque no entre los que están más en la base, adonde recién están llegando las ondas concéntricas de la ilusión de un pontificado fresco y novedoso. Les han hablado de sinodalidad, se lo han creído y se han puesto manos a la obra, a ver cuánto dura.

Vuelve el miedo a quienes primero recibieron la encomienda de volver a poner en primera línea la alegría del Evangelio, y parecieron contagiarse. Pero a algunos, tanta alegría les parece ya guasa y se han enfurruñado. Casualmente vuelve también el profesor Juan María Laboa con uno de sus clásicos, revisado y pleno de actualidad: Integrismo e intolerancia en la Iglesia (PPC).

Es revisar esas páginas y encontrarte con que, definitivamente, hemos cambiado muy poco. Es cierto que ya no existen publicaciones como Iglesia-Mundo, pero el espíritu que soplaba sobre aquellas hojas llenas de resabio e inquina puede rastrearse hoy sin esfuerzo en portales digitales a los que solo les falta oponerse a la penicilina. Ya lo habían hecho antes, así que tampoco sería una novedad. Vuelven.

Hoy como ayer, el miedo guarda la viña a la espera de que pasen las horas centrales de este pontificado para poder seguir vendimiando sin sudores. Hoy, como ayer, son los obispos más integristas los que con más descaro y menos caridad ponen palos en las ruedas de un pontificado hasta el punto de que se silabea la palabra cisma. Un descaro que intuyo que descolocará a sus pares que aún creen que algo del Espíritu debe andar aleteando en torno a Francisco, y que consigue sumirles en la zozobra, el asombro, la parálisis. La duda que se hace paso entre los biempensantes. El reino de la sospecha, como lo llama el profesor Laboa, que gana terreno.

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