Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Creer y mantenerse cuerdo en un mundo de locos


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Hasta hace 50 años, aproximadamente, la inmensa mayoría de las personas se ordenaba con bastante nitidez en un modelo de vida que establecía los límites entre los cuerdos y los insensatos de cada cultura particular. Sin embargo, todos los cambios tecnológicos, sociales, la globalización, la pandemia y la complejidad de los vínculos que se dan en la actualidad, entre otros muchos factores, han promovido estilos de vida que van en contra de la sustentabilidad del planeta, de la comunidad, de la realización plena del ser humano.



Son locuras que atentan contra la vida, la felicidad verdadera y el bien común y, no obstante, son promovidas y validadas como sensatas para una inmensa mayoría que invierte toda su energía en lo que causa su muerte y degenera las relaciones a todo nivel. Cómo no va a ser de locos competir 24 horas y siete días a la semana para rendir más, tener más y aparentar más para encontrarnos llenos de cosas y vacíos y solos al final.

Producir y producir

Cómo no va a ser de locos producir y producir cuando la tierra no da para más y tendremos que migrar a otros cinco planetas si quisiéramos que todos consumieran lo que consume una minoría en la actualidad. Cómo no va a ser de locos correr todo el día, contestar miles de correos y WhatsApp si no tenemos con quién abrir el corazón para reír o llorar. Cómo no va a ser de locos que cada uno haga muros cada vez más grandes para su seguridad cuando un pequeño virus nos demuestra la interconexión total.

Cómo no va a ser de locos que suframos toda una vida por un estatus o posición social si al morir no nos llevamos nada. Es de locos cómo tantos viven mirándose el ombligo cuando la felicidad está justo en el encuentro con los demás. La lista es infinita y cada uno padece sus propias demencias para contar.

Los locos de ahora, los sabios de antes

Es notable (y lamentable a la vez) ver cómo el paradigma actual subestima muchas virtudes de la antigüedad haciéndolas ver como inútiles, improductivas y propias de vagos que quieren parasitar de los demás. Nos referimos, por ejemplo, al ocio, a la sencillez, a la solidaridad, a la reflexión, a usar las cosas como un bien a atesorar, a consumir lo justo y compartir con los demás, a cuidar ritos comunitarios y la identidad, al valor de la persona por su ser y tener un propósito vital que ordene la ética y la conducta social.

Así, también ámbitos humanos como las artes, la poesía, la filosofía, la espiritualidad, la emoción, el cuidado de la naturaleza, el servicio gratuito a los demás y la fe, entre otras, son mirados en menos, como un lastre que hay que cargar. Engañados por una pseudolibertad, son cada vez más las personas que se explotan a sí mismas, para tener y figurar más, entregando al “mercado” su dignidad y valor esencial. Es una locura tipo Matrix donde muchos yacen dormidos creyendo que viven una vida linda y exitosa, cuando en realidad están conectados a una máquina que les exprime la energía hasta hacerlos explotar fundidos en miseria humana y espiritual.

Cuadro de mujeres

La suerte de los profetas

Si te consideras un “loco(a)/cuerdo(a)” que siente, piensa y trata de actuar diferente a la “masa automatizada” que consume y trabaja sin parar, probablemente, ya habrás sufrido algunas de las consecuencias de los profetas de la antigüedad. En primer lugar, debemos ser conscientes que todos aquellos que queremos cambiar el modelo actual vamos a ser mutantes y bisagras de un cambio de era y eso implica varios costos que pagar.

En primer lugar, la libertad de pensamiento implica soledad y la necesidad de armar “tribus” con otros que piensen igual para afirmarse contra la masa que no le gusta ser cuestionada. Un profeta anuncia nuevas realidades porque es capaz de ver lo que los otros no ven. Por lo mismo, va a ser perseguido, cuestionado, aislado e incluso agredido porque debilita al sistema general.

El precio de la profecía

Al denunciar también se va a encontrar con la oposición de los grupos de interés que no quieren cambiar nada de su zona de confort y que solo piensan en su beneficio personal. Por lo mismo, un profeta también deberá consolar a muchos que son víctimas y que han sido vulnerados en su dignidad. Probablemente, y por todo lo anterior, no será bienvenido en su propia tierra, y eso es lo que más tristeza le puede causar.

Un bicho raro, por otra parte, tiene a su favor el don maravilloso de la coherencia personal. Una identidad clara y una reciedumbre que lo hace firme y flexible frente a los demás. Su conciencia y capacidad de decisión lo hará un líder para los demás; una levadura capaz de fermentar la masa o una luz en la oscuridad. Corre el riesgo de sufrir por el poder que se sienta amenazado por su palabra y verdad, pero aún si pierde la vida, ganará la eternidad.

Qué es ser un loco(a)/cuerdo(a) amorista

Un loco(a)/cuerdo(a) amorista es aquella persona que opta consciente e intencionadamente por dar frente a cada situación lo mejor de sí misma, generando vínculos sanos, nutritivos y que generan vida a su alrededor. No es un ingenuo ni un idealista ni un loco, sino un ser humano que, conociendo e integrando los vínculos tóxicos que se dan en la sociedad actual, genera desde dentro una contracorriente que le permite ser verdaderamente feliz y aportar a la felicidad de los demás y la sana interacción con nuestra hermana madre tierra.

Es una persona sabia, formada, crítica, proactiva, capaz de trabajar colaborativamente con otros, respetuosa de la vida y sus tiempos, líder de sí misma y profundamente espiritual. No se cree dueño de la verdad, sino que ofrece su vivencia para ver si a otros les puede ayudar. Es abierto, tolerante, alegre y lleno de esperanza en la humanidad.

Orígenes de la “locura” actual

La paradoja actual es que muchas personas, sabiendo que en el amar y ser amado está su felicidad y la de los demás, invierten todas sus energías en el sentido contrario, exacerbando el individualismo y el narcisismo al punto de enfermar. Las raíces de esta pandemia mundial, que lleva a la depresión y a la destrucción de la comunidad y quizás también de la humanidad, las encontramos en varios modos de relación que se inocularon en nuestras vidas sin notar:

  • El consumo y rendir desenfrenado: hace que las personas nunca estén tranquilas con lo que tienen y son; se alimentan de las emociones que se asocian a las cosas y se cosifican a sí mismos, sin tener conciencia de su dimensión espiritual y trascendente. Hay una avidez de consumo para llenar el vacío existencial y, al rato de placer, le sigue un vacío, aun mayor siendo víctima de círculo vicioso difícil de detener.
  • Una cultura actual cosificada: en ella, el amor se reduce a sexo, el éxito a un mero reconocimiento público, la felicidad a tener bienes materiales. En una cultura pragmática y cosificada se confunde la felicidad con el tener cosas, de tal manera que la alegría se reduce al tener siempre más y más.
  • La comunicación digital se está convirtiendo cada vez más en una comunicación sin comunidad: esta está aislando a cada persona y convirtiéndola en productora de sí misma para “captar” la atención de los demás, como si fuésemos un producto para ‘marketear’ en redes sociales, pero sin vínculos que le den pertenencia real ni la seguridad de un amor incondicional.
  • La búsqueda de autenticidad personal ha creado una aversión a la forma y a toda institución que la quiera promover: por lo mismo, se ha ido eliminado “el nosotros”, los ritos donde éramos todos uno, las raíces y el bien común. En aras de la libertad y de ser coherente con el yo, se deja a la persona sola y en un nido de espinas donde los demás dejan de ser hermanos, vecinos y se convierten en competidores.
  • La desacralización del trabajo: antes, el trabajo era un modo de ganarse la vida y un modo de aportar a la comunidad. Sin embargo, ese propósito y sentido se fue convirtiendo en una carrera de rendir, centrándose en el yo que quiere “engordar” el ego. Así, se comenzó a explotar voluntaria y apasionadamente a sí mismo hasta quedar destrozado. Su fracaso se llama ‘burnout’.
  • Las necesidades y la necesititis: desde los años 50 en adelante, se metió en el paradigma social el concepto de necesidad como un derecho universal, estableciendo un estándar único que fue borrando la diversidad y pertenencia cultural. Elevó los deseos a necesidades y mutó las esperanzas en expectativas, haciendo a las personas quejotas, amargadas y desarraigadas. Con el propósito de proveer desarrollo, se justificó la depredación y envenenamiento de la tierra, y también la transformación de la naturaleza humana.

Caminos de cordura

Es tal la locura y lo revuelto del mundo actual que es el momento propicio para generar un cambio radical. Un combate a muerte contra el mal que nos divide como personas, nos separa a unos de otros, nos hace ver la naturaleza como una fuente de recursos para explotar y la vida, una carrera contra el tiempo para producir y rendir más. La felicidad se expresa en el estar con otros y el ser para otros, desde donde se construye la identidad del yo personal. La mayor locura/cordura que está detrás de esto es amar al prójimo como a ti mismo y a Dios sobre todas las cosas. Para poder plasmar esto, algunas estrategias nos pueden ayudar:

  • Recuperar los ritos e hitos de nuestra vida: hay que hacer esto tanto a nivel familiar, laboral, social y general. Los ritos son llaves de acceso al hogar, a lo conocido, a la pertenencia grupal que nos sostiene y nos da seguridad.
  • Distinguir nuestras verdaderas necesidades y separarlas de los deseos o anhelos: actuando así, no dependeremos de ellos y podremos vivir en un constante resentimiento a un “sistema” que no me los satisface.
  • Discernir con seriedad y rigurosidad a qué “cuerdos” vamos a elegir: y es que estos serán los que puedan liderar una transformación global que ya no busque solo el desarrollo material y económico, sino que promueva la horizontalidad y el diálogo dentro de la diversidad.
  • Desarrollar un espíritu crítico para no “comulgar con ruedas de carreta”: de este modo, podremos salirnos lo más posible de la lógica individualista y consumista en que estamos insertos.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo