Contemplar la Encarnación, discernir el llamado de Dios en medio del mundo


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Yo me siento más que nunca en las manos de Dios. Eso es lo que he deseado toda mi vida, desde joven. Y eso es también lo único que sigo queriendo ahora. Pero con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el Señor. Les aseguro que saberme y sentirme totalmente en sus manos es una profunda experiencia.

He querido comenzar este capítulo con esta reflexión de Pedro Arrupe. Es una de las frases que más ha marcado mi servicio y misión dentro de la Iglesia y, en especial, mi camino como laico de espiritualidad Ignaciana. Somos un mosaico de diversidades y el Dios de la vida que tanto nos ama, ama también nuestra amplitud de colores, formas, tradiciones, edades, experiencias, identidades culturales, etapas espirituales. Así tal como somos, nos quiere haciendo parte de su proyecto encarnatorio, viviendo en plenitud, y acompañando a otros y otras a vivir plenamente.



Sin duda, para los que hemos recibido el don de la espiritualidad de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, el centro de nuestra identidad y la fuente de nuestra vocación en el mundo está en la contemplación de la Encarnación como un llamado del Espíritu a caminar en el proyecto de Dios, a toma parte de él, y que por puro amor se encarna y nos invita a participar activamente de Su proyecto.

A propósito de esto, recuerdo fragmentos del preámbulo a los principios generales de mi comunidad, la CVX (Nº 1–3):

“Las tres Personas divinas, contemplando a toda la humanidad tan dividida por el pecado, deciden darse completamente a los hombres para liberarlos de todas sus cadenas… Inserto así entre los pobres, y compartiendo con ellos su condición, Jesús nos invita a todos a entregarnos continuamente a Dios y a trabajar por la unión de la familia humana… (Dios) Nos estimula a reconocer nuestras graves responsabilidades, nos ayuda a buscar constantemente la respuesta a las necesidades de nuestros tiempos y a trabajar en unión con todo el Pueblo de Dios y con los hombres de buena voluntad por el progreso y la paz, la justicia y la caridad, la libertad y la dignidad de todos”.

En definitiva, la única y esencial razón de ser de todo creyente que madura su fe, es la de vivir plenamente, y adentrarnos en este camino de seguimiento de Cristo, y con Él colaborar en la redención de nuestra humanidad desde el milagro de la Encarnación.

Lo desafíos del ser humano en un mundo que sabe a soledad

A medida que los tiempos avanzan y la historia de nuestro ser humanos va dejando huellas del camino de nuestro andar, no podemos dejar de ver grandes rastros de dolor, cambios radicales, tiempos de lucha, caminos de conquista, desolación profunda, fragmentación, ruptura de la fraternidad, todo ello fruto de nuestra propia incapacidad de ser verdaderos hermanos y hermanas en comunidad. Somos seres llenos de contradicciones en nuestra capacidad relacional, pero definitivamente somos también seres con hermosas luces imposibles de cuantificar.

Desde la visión filosófica hay muchas corrientes que han sentado las bases del conocimiento humano para poder entender nuestras conductas y responder a las interrogantes más profundas de nuestro existir, sin embargo, con el paso de los años los grandes pensadores parecen no llegar a un acuerdo que defina en última instancia quiénes somos en un modo que represente un grado de unidad.

Hemos pasado de una etapa de buscar la esencia fundamental de toda la humanidad, a otra de preguntarnos por nuestro ser desde la propia existencia, y de nuestra existencia en común. Esta complejidad del misterio humano no es privativa de las corrientes filosóficas que colisionan al ponerlas en diálogo, sino que surge también como motivo de confusión para cualquier hombre o mujer que busca sobre su propio sentido de vida más allá de la superficie.

Dar respuesta concreta al mundo de hoy con todas sus incertidumbres, desde la visión de un compromiso sustentado en el sueño de otro mundo posible, resulta cada vez más difícil ante la pérdida de sensibilidad social y por la creciente inequidad que nos somete a un individualismo voraz. Las nuevas estructuras socioeconómicas y culturales prevalecen en el referente humano en eso que el papa Francisco ha llamado la cultura del descarte.

La paradoja es que para encontrar nuestra verdadera interioridad, el único camino es solo mediante el encuentro profundo con el otro, es decir, desde una radical alteridad. El reconocimiento mutuo nos puede llevar a experimentar ese misterio humano del ser auténticamente hermanos, y auténticamente nosotros, desde la vivencia de ser juntos. Entre las grandes interrogantes que nos acechan, aparecen preguntas como: ¿Cuál es el camino correcto, o al menos el más ético, para encontrar una solución incluyente, pero que respete la diversidad? ¿Cómo configurar un gran grupo masivo sin perdernos como personas entre el todo? ¿Cómo hacer que el sujeto profundo, fruto de la interioridad, no se pierda entre la masificación voraz?

Si bien tenemos un panorama incierto, también sabemos que aún en medio de esta situación humana generalizada hay grupos fortalecidos que en clave de discernimiento y búsqueda sincera de la interioridad, que fortalecen su sentido de pertenencia cultural y se sustentan en sus propias raíces. Por ello, urge retomar el sentido de pertenencia a nuestros grupos primarios, aquellos que son expresiones de real “comunión”, para hacer un frente sólido para posibilitar la esperanza en medio de un mundo roto, y en continuo quebranto. Debemos retomar el valor intrínseco de pertenencia reflejado en la familia en sus expresiones distintas, en los grupos cercanos, en las amistades significativas que desafían y ayudan a crecer. En esta búsqueda, la Iglesia sigue siendo un espacio de posibilidad para el encuentro de lo profundo y lo trascendente en medio de la realidad cambiante y desafiante que se nos presenta ante nuestros ojos.

Nuevos signos de nuestros tiempos

En estos años recientes, como miembro de esta Iglesia que quiere servir al mundo, experimento un genuino kairós. Un tiempo propicio para iluminar más nuestro caminar, un momento para dejarnos tocar más por la realidad y responder a ella con lo que somos y tenemos, descubriendo ahí la voluntad de Dios que nos habla a través de la vida. Este kairós no tiene nada qué ver con los aspectos cronológicos de nuestra vida, siempre limitados, es un tiempo en el que nos sabemos llamados a liberarnos de los afectos desordenados como pretender controlar, forzar, o dirigir todo según nuestro propio querer. Demos espacio al Espíritu para que sople como quiera en medio de nosotros, incluso como esa brisa suave que nos habla en medio de un mundo roto.

Este momento especial como Iglesia y como humanidad sólo puede ser entendido desde los ojos de la esperanza creyente. El Sínodo de la Amazonía, la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA) y la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, entre muchos otros, son signos de esperanza que he tenido el privilegio de vivir y compartir con muchos hermanas y hermanos de camino; no obstante, esta oportunidad de conversión se nos puede ir de las manos si pretendemos apoderarnos de los procesos para reducirlos a nuestra propia imagen y semejanza, interpretándolos únicamente desde nuestras propias categorías auto-referenciales… siempre incompletas.

Para entender este kairós, debemos dejar espacio para sentir la fuerza irrefrenable de Dios sacudiendo todo nuestro interior, experimentar la belleza en lo sencillo y cotidiano, y  abrazarlo como parte del proyecto de Dios en el que se sigue revelando de modo permanente. Un fuego interno que nos mueve siempre a más. Es creer a pesar de la desesperanza y sinsentido, es la inconformidad esperanzada que nos lleva a trabajar por el Reino en la tierra, aquí y ahora, y  en el que somos colaboradores a pesar de nuestras profundas fragilidades. Si no vemos eso, entonces debemos revisar nuestra mirada de fe.

Es hacernos conscientes de la semilla sembrada hace más de 50 años por la Ruah mediante el Concilio Vaticano II, el cual ha sido fuente de vida para nuestra propia historia como Pueblo de Dios. No hay duda que este acontecimiento sigue dando frutos concretos hoy, y nos impulsa en una lógica de ponernos en salida, pues toda agua viva que se estanca termina por perder su pureza. Es tiempo de discernir como Iglesia, ¿cuál es el llamado determinante que Dios nos hace en este “kairós”? y en el modo en que respondamos, o no, nos estaremos jugando nuestro futuro.

Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro de redes y acción pastoral del Celam