Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Cambiarías a tu padre o a tu madre?


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Comienzo las clases siempre con preguntas sencillas de respuestas complejas, que permitan la activación, la escucha y la participación, y así conectar con el tema que vamos a trabajar. Desde hace unos años esta es de las más polémicas. Estoy escuchando en clase lo que jamás creí que escucharía: “Sí. Lo cambiaría sin dudar”. Una herida, nada romántica, mostrada sin pudor y sin paliativos que valgan. La mascarilla les esconde un poco. Pero queda dicho. La mayoría siguen respondiendo que no, sin dudar y sin pensar. Por lo que vuelvo a insistirles. ¿Qué tal fue la tarde de ayer? ¿Pensarían igual tus padres de ti? ¿Te cambiarían?



Detrás de la primera respuesta ingenua o dolida, siempre después, viene la reflexión. Qué es lo que está preguntando y qué es lo que estoy respondiendo. Con más calma, una alumna suele levantar la mano: “¿Te refieres a cambiar algo o a cambiarlos por otros diferentes?”. Esta alumna suele darse cuenta de que ya se está enfrentando a algo complejo, como si lo estuviera tocando con sus manos. Y seguimos: “¿Qué diferencia hay entre una cosa y la otra? Si cambias algo de una persona, ¿no la estás cambiando por otra y todo sería diferente?”.

Seguimos. Un paso más atrás había estudiado con los jóvenes la inmensa capacidad del ser humano, para lo mejor y lo peor. Y como tal capacidad, por grande que se quiera ver teóricamente, debe concretarse y se concreta una y otra y otra vez. Se reduce, ciertamente. Se concentra. Sin embargo, en el trato con la realidad descubrimos limpiamente que, entre todo lo que se deja reducir, algo se sostiene y no cabe psicologismo alguno. La pared, les digo yo, mientras no deje de ser pared y no se plantee dejar de ser pared, impedirá que yo la atraviese caminando o corriendo. La persona, sin embargo, que duda en ocasiones entre qué es y quién es, no tiene tanta resistencia y fácilmente se deja “hacer”.

La pregunta es falsa

Volviendo al inicio, tenemos ante nosotros continuamente el misterio de la vida y la vida misma. No permite reducción. En absoluto. Si acaso, nos ofrece su esencia para que sigamos a su lado y permanezcamos. Y nada de estatismos y contemplarlo de forma petrificada. ¿Cambiarías a tu padre o a tu madre o a tu hijo o a tu amigo? La pregunta es falsa. Cambian, claro que cambian. No tengo que preguntarme esas cosas. Cambian y cambiarán, están en claro movimiento, como la vida misma. En desarrollo, en expansión, en contracción. La vida, bien vista y bien vivida, es este movimiento. La vida es Vida.

Lo que sí puedo (y debo preguntarme, y el “debo” es el “debo” de la responsabilidad y del amor) es qué aporto a ese cambio, en qué dirección sugiero y señalo la vida. A la pregunta de si cambiaría la vida de los que más quiero, la respuesta no es ni sí ni no, porque no está en mi mano, porque cambiar cambiará, sino en qué contribuyo, cuál es mi aportación.

Otra cosa es que alguien piense, que también es buena pregunta para ello, si las personas son intercambiables, sustituibles o algo por el estilo. Evidentemente no. Y todo aquello en lo que una persona puede ser cambiado por otra o por una cosa, en esos espacios, la persona no será tal y solo estará viviéndose a sí misma como una reducción del don que es. Fin en sí mismo, que gustaba decir alguno. Y apuntaba que tanto en el trato con uno mismo como con el otro.